Al convocar al pueblo de Dios a expresarse sobre el tema de la familia, en preparación del sínodo que está a punto de celebrarse este mes de octubre 2014 en Roma, el papa Francisco asumió una actitud innovadora y sumamente importante. Las contribuciones que fueron llegando desde todo el mundo están sintetizadas en el documento titulado Instrumentum Laboris.
Dos aspectos del mismo llamaron mi atención. El primero es el diagnóstico de la situación familiar, que enfatiza la enorme diversidad actual de formas y arreglos familiares: familias nucleares, familias “extendidas”, que incluyen hijos de segundas y terceras uniones, familias monoparentales -frecuentemente bajo la responsabilidad de madres solteras–, uniones homosexuales e incluso las llamadas “uniones multipersonales”.
Esta realidad, es obvio, se distancia enormemente del modelo de familia cristiana establecido por la tradición de la Iglesia. Tal distancia, claramente reconocida por el documento, constituye el segundo aspecto: “Hay un creciente contraste entre los valores propuestos por la Iglesia sobre matrimonio y familia y la situación social y cultural diversificada en todo el planeta” (Vaticano, 2014).
Pero el documento va más allá: reconoce también que, en este contexto, la acogida de la enseñanza moral en el propio seno de la Iglesia es diversa: si bien hay muchos cristianos y cristianas que la aceptan, hay también un número significativo que expresa una enorme dificultad en aceptarla íntegramente, sobre todo en relación con aspectos como la contracepción, el divorcio o la homosexualidad.
Realmente, tal dificultad no es una novedad. En la Iglesia brasileña, estudios empíricos lo verificaron hace tiempo. Ya en los años 70 y 80 pude realizar diversas investigaciones, a partir de un cuidadoso trabajo de campo, con mujeres católicas (una de ellas con profesionales y dos más con miembros de las CEB, Comunidades Eclesiales de Base). En todas se observaba un distanciamiento – variable, según los aspectos – entre la doctrina oficial y la práctica de las mujeres (Ribeiro, 1992, 1994,1997).
Una última investigación se realizó con sacerdotes. En una situación estructuralmente “incómoda” -entre la rigidez de la doctrina oficial y una realidad en plena transformación- su posición variaba desde un conservadurismo explícito a actitudes más abiertas; pero, en todos los casos, estaban presentes la acogida, la compasión y el perdón, características del “buen pastor” (Ribeiro, 2001).
Hoy, al revisitar estos trabajos, me sorprende verificar que, aunque ya hayan pasado 15 o 20 años, sus resultados siguen siendo, en parte, actuales. Porque la doctrina moral oficial no ha evolucionado en este tiempo, permaneciendo prácticamente idéntica.
En contraste, en la realidad concreta, los cambios se han acelerado: prácticas formalmente prohibidas –como la contracepción, la vida sexual prematrimonial y las segundas y terceras uniones- hoy han sido incorporadas por muchos cristianos y cristianas a su vida cotidiana. Además, han surgido otros temas: la pedofilia –particularmente en medios eclesiásticos–, el creciente cuestionamiento del celibato (formalmente) obligatorio, la homosexualidad que “sale del armario”, el debate sobre el aborto, la reproducción asistida y las células madre. Todo ello deja claro que la fisura apuntada en las investigaciones de hace casi dos décadas se ha profundizado todavía más.
Y no solo eso: ha habido también un cambio que afecta a la conciencia de muchos cristianos y cristianas: hoy en día, las normas oficiales son crecientemente ignoradas, cuando no son consideradas irrelevantes. El mismo cardenal Martini, en su última entrevista/testamento, publicada un día después de su muerte, el 31 de agosto de 2012, se cuestionaba: “Debemos preguntarnos si las personas aún oyen los consejos de la Iglesia en materia sexual. La Iglesia, ¿es aún una autoridad de referencia en este campo o solamente una caricatura en los medios de comunicación?” (Martini, 2012).
Por otra parte, la transformación social y cultural ha continuado acelerándose en este periodo, con el proceso de globalización y los progresos de la tecno-ciencia: la novedad del sexo virtual, la libertad de las relaciones sexuales, a pesar de la emergencia de virus peligrosos -entre ellos el VPH y el VIH- y el aumento –o la mayor visibilidad– de la violencia sexual, la homofobia, el tráfico humano y el turismo sexual. En paralelo, han surgido también críticas y reacciones a estos fenómenos y los enfrentamientos ideológicos se han agudizado, con repercusiones incluso en el campo político.
En medio de este cuadro complejo y contradictorio, es posible descubrir, sin embargo, que hay una urgencia en rescatar los grandes valores éticos. Esto no significa volver atrás ni establecer de nuevo una serie de reglas que delimiten estrictamente los límites de lo permitido o lo prohibido, con el serio riesgo de recaer en un moralismo desvinculado de la realidad. Porque el deseo, como la vida, es más rico que el orden que lo socializa (Fuchs, 1982: 10). Esto exige preservar espacios donde se pueda expresar: es ahí, en el campo de la libertad individual, donde se ejercita, en última instancia, el derecho a decidir, inherente a cada ser humano.
En este campo, los cristianos y cristianas tienen una palabra que decir. No tanto en cuanto miembros de una institución religiosa en plena crisis, sino simplemente como hombres y mujeres corrientes que buscan, a la luz del Evangelio, descubrir caminos nuevos en los meandros de la sexualidad.
El mensaje de Jesús se centra en el valor de la vida, la dignidad del ser humana, la igualdad entre el hombre y la mujer. La ley del amor, en definitiva. Traducir estos principios a nuestro contexto cotidiano significa optar por una práctica que ya no se pauta por certezas absolutas y reglas rígidas, sino que representa una búsqueda permanente de una opción libre y consciente, aún implicando riesgos y posibilidades de error. A partir del conocimiento de la realidad –que incluye cuestiones nuevas e impensadas antes– puede darse un esfuerzo de apertura y discernimiento, manteniendo siempre una visión crítica, atenta a distinguir la cizaña del trigo.
Es en este contexto donde se puede hablar de una ética de la responsabilidad y del cuidado que, a partir del ejercicio de la libertad personal y del derecho a decidir, se abre al encuentro del otro ser humano y, en esta experiencia, desvela un nivel más profundo de encuentro.
Porque la sexualidad marca nuestro cuerpo y hablar de cuerpo es descubrir su profunda imbricación con el soplo que lo habita: en esta alianza profunda entre cuerpo y espíritu, reside el lugar de encuentro con la transcendencia. “Dios no es primeramente una realidad para ser pensada, sino fundamentalmente para ser sentida por la totalidad de nuestro ser, semejante a un perfume”, nos dice Leonardo Boff (Boff, 2004, 126). Y la imagen del perfume es particularmente feliz, porque apunta a la idea de algo que permea al ser humana como un todo y que implica no solamente la dimensión estrictamente espiritual sino también lo concreto de lo corporal y, en ello, la marca de la sexualidad.
Conseguir aproximarnos a Dios y sentirlo no como un ser abstracto sino misteriosamente presente en nuestro cuerpo individual y sexuado es un camino para encontrarlo con todo nuestro ser, en todas las dimensiones de la vida.
*Lucía Ribeiro es socióloga, brasileña y forma parte del consejo de dirección de ISSER (www.iserassessoria.org.br)
Algunas lecturas para reflexionar de cara al Sínodo de la Familia
• Ciudad del Vaticano. Los desafios pastorales de la famíiia en el contexto de la evangelización. Instrumentum Laboris – Roma, 2014.
• El Señor es mi pastor. Consuelo divino para el desamparo humano, Leonardo Boff. Edit. Sal Terrae, 2007
• Deseo y ternura. Fuentes e historia de una ética cristiana de la sexualidad y el matrimonio, Eric Fuchs. Edit. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1995
• Vivência da sexualidade entre católicas en Entre o Desejo e o Mistério: novos caminhos da sexualidade (5/38), Lucía Ribeiro – Número especial de Comunicações do ISER – Ano 11 – No. 42 – Rio de Janeiro, ISER, 1992.