«Lo pasamos de muerte…». Ésta debe ser de las pocas expresiones que podemos encontrar en nuestro idioma en la que el gran tabú social del mundo contemporáneo sale bien parado. Todos y todas formamos parte de una civilización que niega la muerte, oculta el dolor y centra en el alargamiento de la vida la máxima de sus esperanzas. Combatir el vacío que deja el dolor sin razón, y transformarlo en duelo integrado, es uno de los objetivos de quienes trabajan en grupos de apoyo a personas que han sufrido la pérdida de alguien muy querido. La tragedia de Barajas refleja imágenes terribles que, repetidas una y mil veces por los medios de comunicación, ejemplifican mejor que nada la angustia colectiva que se asocia con la palabra muerte. Una angustia que cotiza en el mercado de las farmacéuticas, los adivinos, los deportes de aventura o de los propios medios de comunicación, por los grandes beneficios que reporta. Necesitamos la carnaza de la muerte y el dolor ajenos para contentarnos con una vida muchas veces demasiado vacía de sentido.
«La única certeza que nos acompaña al nacer es que en algún instante nos vamos a morir», le explicaba (con poco éxito, porqué negarlo) una mujer a su hija adolescente, tratando de aclarar las dudas metafísicas que le embargaban en una edad ya de por si muy compleja. Esta verdad tan sólida e innegable, ‘como un templo de grande’, choca en una cultura de cimientos cristianos, con la esencia del ejemplo vital que supuso el paso de Jesucristo por la Tierra. La resurrección como contraposición a la muerte no parece ser un mensaje que haya calado en la gente. La conversión de la muerte en vida, aunque siga sin calar en determinados discursos religiosos anclados aún en el poder maléfico del pecado, supone para la mayor parte de quienes creemos en su Palabra una apuesta por un modo distinto de mirar el mundo.
Alguien nos libró de la muerte y parece que no acabamos de enterarnos. La revolución que supone no temer a la ‘parca’ queda en el olvido en un mes como noviembre, en el que el recuerdo de los difuntos suele provocar en los allegados lamentos y monumentos. En este número de ALANDAR queremos darle la vuelta a la tortilla y mirar con otro cristal a la muerte. Y lo hacemos contando con la reflexión, siempre acertada, de Benjamín Forcano que busca con su artículo encontrar el sentido, desde la visión cristiana, a algo tan tremendo como el sentimiento que embarga a los familiares de la tragedia del aeropuerto de Barajas.
Además, recogemos la riqueza que desde los colectivos de duelo se aporta a quienes les cuesta mirar con esperanza la pérdida de un ser querido. Una entrevista con Arnaldo Pangrazzi, quien coordina varios grupos de ayuda mutua, nos ayudará a entender lo que significa «reconciliarse con la pérdida y aprender a vivir en paz». Y por último, los eco-entierros, algunas recomendaciones desde la conciencia para «morir ligeros de equipaje».