Alandar cumple 30 años y lo celebra este mes de junio premiando a quienes han sido protagonistas de sus páginas en estas tres décadas de alandadura. En vez de elegir a personas o colectivos que se hayan distinguido por un compromiso valiente en la lucha contra la injusticia o en la defensa de los valores del Reino, como se ha hecho hasta la fecha, este año optamos por galardonar a un significativo número de personas, muchas de ellas lectoras de alandar, que -desde sus creencias (sean las que sean)- se comprometen a diario en múltiples ámbitos para transformar este planeta en un lugar más justo, más bello, menos inhóspito.
A este grupo de hombres y mujeres que no levantan la voz para identificarse, pero sí para denunciar el recorte de derechos, la falta de humanidad con quienes siempre pierden o para abrir espacios comunitarios en los que los sueños también tengan casa lo hemos llamado “creyentes anónimos”. Entre quienes siguen a Jesús de Nazaret, una representación de los cuales entrevistamos en este número, hallamos a personas poco dogmáticas y escasamente “obedientes” con lo que dicta una jerarquía que hace tiempo ha perdido el tren de la Historia. Son seres con criterio propio que sí saben de los avatares cotidianos que supone buscar trabajo, pagar una hipoteca, criar a una familia o evitar que la avaricia del dinero arrase con libertades y derechos ganados a pulso.
A un sector de la Iglesia institución se le ve más preocupado por registrar lo que podríamos denominar creyentes nominales: aquellos que se llaman católicos pero que solo pisan los templos cuando toca BBC (bodas, bautizos y comuniones). Este grupo, formado por un 73% de la población española, según el último estudio del CIS, sirve de coartada para que la Conferencia Episcopal justifique su capacidad de influencia social ante los políticos que gobiernan este país. Así, resulta más fácil lograr, por poner dos ejemplos, que la asignatura de religión sea evaluable como las demás o que los inmuebles propiedad de instituciones religiosas sigan sin pagar el IBI.
Ojalá que los mensajes de paz, amor y justicia fueran defendidos por la mayoría gracias a la presencia y la acción comprometida del pueblo de Dios. El género humano, en especial los que menos tienen, agradece la tozudez de estas y estos creyentes que, desde el anonimato, se dedican a su diaria tarea de practicar los anuncios del Evangelio. Jesús no dudaba entre los samaritanos y los fariseos.