Enrique Pérez Guerra sufrió abusos sexuales a manos de un sacerdote en un convento carmelita de Zaragoza siendo adolescente. Algunos meses atrás, publicamos un texto suyo sobre esta experiencia que ha marcado su vida: La realidad encapsulada en el tiempo. Hace unos días, charlando con él por WhatsApp, improvisó este sencillo y, al parecer tan difícil de cumplir, decálogo sobre cuál debería ser la actitud de la Iglesia ante las víctimas de abusos en su seno. Le pedimos permiso para compartirlo con nuestros y nuestras lectoras y aquí está.

Primero: Respetar
Segundo: Tirar a la basura los imperativos («Tienes que perdonar, olvidar, pasar página, superarlo, dejarlo atrás, sonreír a la vida…»)
Tercero: Escuchar; escuchar hasta los silencios
Cuarto: No esperar en la sede diocesana o el rectorado de la orden sino salir a nuestro encuentro, al encuentro de las víctimas
Quinto: No tasar el grado de credibilidad de la víctima
Sexto: Ir más allá del relato del hecho penal para adentrarse en la vivencia del que sufre, pues en ella habita el núcleo de la experiencia victimaria
Séptimo: No concebir el abuso como un hecho pretérito, pues su calado impregna la vida entera
Octavo: Participar con nosotros, las víctimas, en un circuito de comunicación recíproca
Noveno: Acompañar
Décimo: Llorar
El objetivo final de este decálogo es la reparación. El principio que lo mueve es el convencimiento de que la dignidad no es un rictus aristocrático, sino poder mirarse al espejo cada mañana con el convencimiento pleno de que la propia vida merece la pena ser vivida.
Quisiera tan solo añadir que estas diez recomendaciones no son hijas del resentimiento, la inquina o el despecho. Todo lo contrario: han nacido del amor.