Un hombre entre Oriente y Occidente
Este 2018 se ha conmemorado el centenario del nacimiento de Raimon Panikkar, pensador hispano- indio, precursor y defensor del diálogo intercultural e interreligioso. Antes de finalizar el año, Alandar quiere unirse a la tarea de reivindicar el pensamiento y la permanente búsqueda espiritual de este catalán universal.
El Año Panikkar está a punto de terminar. En todo el mundo –y especialmente en Cataluña y en América Latina- se han celebrado simposios, charlas y actos para recordar a este fecundo pensador, filósofo y teólogo, que ha acuñado algunos términos hoy esenciales cuando se trata de hablar del concepto de cultura o del hombre como ser religioso1La Generalitat y el ayuntamiento de Barcelona han patrocinado una página Web sobre su vida y obra (http://cultura.gencat.cat/ca/anyraimonpanikkar/inici/).
La persona y el personaje
Nació Raimundo Panikkar en Barcelona en 1918, de madre catalana y católica y padre indio e hindú, orígenes que acabarían marcando su periplo vital. Estudió Química, Filosofía, y finalmente Teología y se doctoró en las tres materias. En 1954, viajó por primera vez a la India, a donde, según sus propias palabras “me fui cristiano, me descubrí hindú y me hice budista sin haber dejado nunca de ser cristiano”. Durante un cuarto de siglo alternó su vida en Benarés, junto al Ganges, con sus estancias como profesor en la universidad de Santa Bárbara, en California.
Hablaba, escribía e impartía conferencias en seis idiomas, escribió 80 libros y miles de artículos y fue una personalidad poliédrica, capaz de combinar ciencia con teología, cristianismo con hinduismo y budismo y la reflexión filosófica con el interés concreto por cambiar el mundo.
Perteneció al Opus Dei desde el año 1940 a 1966, cuando es expulsado y se incardina en Benarés. Sin embargo, nunca habló mal de la Obra, fiel al talante que caracterizó su vida.
“Toda la obra de Panikkar es un antídoto contra el fanatismo y contra el peligro que tienen las religiones de absolutizarse a sí mismas”, afirma Ignasi Moreta, Comisario del Año Panikkar y editor de Fragmenta, la editorial que está publicando la totalidad de su obra, Opera Onmia, de la que ya sean publicado 10 volúmenes en catalán y 6 en castellano.
Panikkar también polemizaba con la pretensión de la ciencia de ser un pensamiento neutro y universal. Y creía que una persona podía abrirse a diferentes creencias religiosas sin deber por ello de renunciar a sus orígenes y a su identidad.
Políglota desde la infancia, defendía la pluralidad de lenguas y de culturas, porque las lenguas “son cristalizaciones históricas de experiencias colectivas” y son las que “hacen el mundo propiamente humano”, escribió poco después de volver a Cataluña y establecerse en Tavertet, provincia de Barcelona, donde vivió sus últimos 23 años y donde se reencontró con sus raíces catalanas. Allí creó la Fundación Vivarium para el diálogo intercultural, y allí impartió semanalmente conferencias, seguidas de coloquios abiertos muy frecuentados.
En el año 1984 se había casado por lo civil con María Josefa González-Haba, filósofa, sin haber pedido la secularización, por lo que fue suspendido ad divinis. Sin embargo, dos años antes de su muerte, fue readmitido por el obispo de Vic, la diócesis a la que pertenece Tavertet. Habían mediado ante el obispo y ante Roma buenos amigos, que argumentaban que el matrimonio, no consumado, había sido más bien un gesto de protesta ante el celibato obligatorio. Hubo polémica en torno a la carta de arrepentimiento que se le había pedido hacer pública en la que decía: “Me siento sacerdote de la Iglesia. Y quiero mantener la comunión con ella hasta el final”. Para unos, que la difundieron, era la señal de que volvía al redil. Para otros, como Moreta, su editor, una formalidad que le permitió seguir siendo él mismo, sin pedir el divorcio ni abandonar las relaciones con su familia.
La Fundación Vivarium, que él mismo creó, administradora de su legado intelectual, da datos de su periplo vital, pero recuerda que él no autorizó ni quiso que hubiera ninguna biografía oficial y pide que no se investiguen los hechos de su vida privada2http://www.raimon-panikkar.org/spagnolo/biografia-intellettuale-2.html.
Falleció Panikkar en agosto del 2010 a los 91 años dejando tras de sí un rico legado intelectual a veces relegado por la potencia de su personalidad. Su brillantez, su simpatía, su presencia en los medios y las contradicciones de cualquier vida humana no deben de empequeñecer una obra inmensa y novedosa, elaborada – como señaló en 1998 el tribunal que le concedió el premio Juan XXIII- desde “un itinerario personal de búsqueda, diálogo y construcción de una sociedad cada día más libre y convivencial”.
La idea cosmoteándrica
Creía en la profunda relación entre todo lo creado, en la interdependencia entre cada aspecto de la realidad. “La vida y el alma no son accidentes que aparecen en el mundo material, no son epifenómenos en un pequeño rincón del universo, sino atributos esenciales de la realidad”, dijo.
La concepción cosmoteándrica, una de sus aportaciones fundamentales, es explicada así por Ignasi Moreta: “Muchos filósofos han reflexionado sobre la relación entre Dios, el hombre y el Cosmos. En la noche de los tiempos, prevalecía la Naturaleza, el Cosmos. Después, la humanidad puso el foco en Dios… Con el Renacimiento, el ser humano se siente el centro y desplaza a Dios, de manera que en la modernidad es el hombre el que ocupa el lugar prioritario. Lo que dice Panikkar es que no hay jerarquías. Dios, el hombre y el Cosmos son tres dimensiones de la realidad, en cada fragmento de la realidad está el aspecto divino, humano y cósmico. Y lo que hemos de hacer es ser capaces de percibir esta triple dimensión de la realidad sin que ninguno de los elementos quede supeditado a los otros”.
El hombre como ser religioso
La fe es para Panikkar una característica humana fundamental, que compartimos todos los seres humanos porque se sitúa en el plano del ser, antes que en el plano intelectual o de la voluntad. Del ser proviene tanto la voluntad como el intelecto, que se ponen en juego en la búsqueda de la verdad y del bien, pero a ambos precede y no se agota en ellos.
Por eso, critica Panikkar dos formas de concebir la fe: la que la concibe como una ortodoxia, como la adhesión a un conjunto de enunciados, lo que hace que el criterio sea la verdad. Y la fe como propósito ético, en cuyo caso, el criterio es el bien. Ambos criterios, la búsqueda de la verdad y del bien, son loables y necesarios pero limitados. El reducir la fe a enunciados intelectuales prueba rápidamente su limitación y nos sitúa en la dificultad del diálogo entre verdades cerradas. La fe es motor del amor, de la entrega, tan importantes para el cristianismo que no cree en una fe sin obras, pero no queda reducida a ellas mismas. “La vida no se agota ni en nuestros pensamientos ni en nuestros actos; y no sólo somos observadores y constructores del mundo, sino que somos constructores de nosotros mismos”.
Dios es el objeto último del deseo, de la búsqueda humana. La salvación es llegar a Dios, es decir, superar la propia limitación humana. La revelación presupone ese deseo o búsqueda de plenitud, de poseer lo que no se tiene. “La quintaesencia de la fe es lo que hace al hombre caminar hacia su plenitud, no cerrándose en su propia limitación sino abriéndose a la trascendencia, a su propia perfección. La fe es así, antes que una doctrina, una apertura a ser lo que todavía no somos”.
La fe es universal, ya que todos estamos llamados a la salvación: es un don de Dios a todo hombre, pero implica la necesidad de respuesta y por tanto la posibilidad de rechazo. La fe como capacidad de detectar nuestro destino y de convertirnos en lo que debemos ser es intrínseca al hombre y puede, incluso, haber una fe atea, si el ateo concibe así su propia realización.
El hombre como ser cultural
La naturaleza del hombre es cultural, no se puede concebir su naturaleza fuera del mundo en que ha nacido. “La cultura en el hombre no es un accidente, una cierta cultura evidentemente sí, pero no ‘la’ cultura. El hombre es ser cultural, es decir, creador de símbolos, creador de un mundo superior a aquel que se percibe con los sentidos, creador de utensilios, de técnicas, de palabras, de lenguaje”.
Panikkar insiste en que ninguna de las culturas puede dominar sola la situación en que la humanidad se encuentra. La interculturalidad es hoy mucho más que un lujo académico: es una necesidad vital para la supervivencia humana. “Me atrevería decir que solamente sobrevivirán aquellas culturas que sepan aprender de las otras, lo cual no es un sinónimo de dejarse enseñar, ni menos aún colonizar. ‘Aprender’ quiere decir asimilar sin perder la identidad”.
Pero las culturas son inconmensurables, hay que resistir la tentación de reducirlas a valores universales que matarían su originalidad, y ese es el pecado de Occidente, buscar la unidad matando la particularidad. Él contrapone el mito de la torre de Babel con Pentecostés. En Babel, Dios desbarata la pretensión de un gobierno universal único con la confusión de lenguas. En Pentecostés, por el contrario, cada uno habla su lengua y todos lo entienden sin necesidad de traducción simultánea: el Espíritu elige el pluralismo lingüístico. Pero para aceptar ese pluralismo hace falta una metanoia, un cambio profundo de mentalidad para no desconfiar de los que no piensan como nosotros.
La interculturalidad y el diálogo interreligioso
Meza-Rueda resumen así la defensa de la interculturalidad en Panikkar en este “novenario”: Primera, cada cultura nos abre a una nueva realidad, a un nuevo universo. “Cada cultura vive y crea su universo”. Segunda, la cultura no es un objeto, ni tan siquiera de conocimiento, sino “el mito englobante” que da sentido a cualquier tipo de conocimiento. Tercera, creer que los valores de la propia cultura son universales es “la esencia del colonialismo”. Cuarta, lo que es propio de una cultura no puede reducirse a formas secundarias o folclore. Quinta, la interculturalidad no es posible desde una sola cultura, ha de ser un diálogo en dos direcciones, y requiere “la presencia, la inquietud, la molestia, la amenaza del otro, el compañerismo, el amor, la ayuda, la colaboración, las dificultades del otro”. Sexta, tampoco hay un punto de referencia exterior a las culturas desde el cual pudiéramos evaluarlas; siempre dependemos del lenguaje y de los criterios de verdad de una y otra cultura. Séptima, a pesar de los problemas comunes en el mundo de hoy, los distintos contextos culturales no permiten aplicarles soluciones comunes. Octava, es necesario superar el deslumbramiento que la cultura dominante produce en las otras. Y, finalmente, novena, no hay “una alternativa” a la situación actual, pero “lo que sí hay son alternativas: pluralismo otra vez”.
Panikkar defiende igualmente el diálogo interreligioso: “Difícilmente alguien (la excepción acaso la constituyen los verdaderos místicos) podrá entender a fondo su religión sin tener una idea de la existencia y legitimidad de otros universos religiosos. […] De ahí que el estudio de más de una religión nos cure del prurito de querer absolutizar nuestra religión convirtiéndola en la religión”.
El verdadero encuentro entre religiones se realiza en el corazón de la persona que busca su propio camino. Es entonces cuando el diálogo es intrarreligioso y se convierte, además, en un acto religioso personal, en una búsqueda de la verdad salvadora. “Se participa en este diálogo no sólo mirando hacia arriba, hacia la realidad trascendente, o atrás, hacia la tradición original, sino también horizontalmente, hacia el mundo de nuestros semejantes”
La interculturalidad y el pluralismo religioso han de ser vistos más allá de una tendencia esnobista que se “fascina” por lo extraño y asimila acríticamente formas de pensar, de sentir y de actuar. Nada más lejos de la interculturalidad y el pluralismo que el “amalgamiento cultural” y el “sincretismo religioso” porque en ambas subyace un monismo que conlleva la muerte de las culturas y de las religiones que entran en juego3J. L. Meza-Rueda en el Simposio Iberoamericano ‘Panikkar, 100 años’ de la Universidad Javeriana de Bogotá, Octubre 2018.
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