
Profesor en la Universidad Nacional José María Arguedas de Andahuaylas, Apurímac (Perú) y miembro del Movimiento de Profesional Católicos (MPC-Perú)
Fuente: PUCP.
A los 50 años de la publicación del libro “Teología de la liberación”, de Gustavo Gutiérrez, es una ocasión para relevar algunos de los aportes que el libro nos invita para pensar los signos de los tiempos, sobre todo en un contexto como el que estamos viviendo, tiempo de miedos y de dolor.
Primero, es importante decir que la teología de la liberación es una reflexión sobre una manera de ver, oír, sentir y actuar en la historia. El vivir aquí y ahora implica tener “sensibilidades” en tanto que vamos aproximándonos al otro, quien vive en condiciones de “injusticia persistente”. Hacer teología implica, por ello, el vivir dentro del proceso de una “única historia” al lado de las personas que son víctimas de las injusticias, desigualdades y discriminaciones en todos campos y niveles. Pero, hacer teología implica cuidar y madurar la esperanza, haciendo de la “caridad” en medio de las diversas formas de crisis que la gente real atraviesa por querer ser una persona reconocida con todos sus derechos.
Segundo, la teología como acto segundo invita – haciendo presente el evangelio – a elegir libre, voluntaria, comprometida y de manera responsable a vivir en la vereda de los pobres. Estar en la otra vereda es una apuesta “espiritual” centrada en una “conversión al prójimo, al hombre oprimido, a la clase social expoliada, a la raza despreciada, al país dominado” (TL, 255). Por supuesto, la conversión implica conocer al “prójimo”, estar en un lugar concreto y convivir con el otro en su mundo.
Tercero, conocer al prójimo es, por eso, una exigencia y una tarea. Pues, el conocer es estar en la vida del pobre en su condición real, aquí y ahora. Las condiciones reales a las que son sometidas son la desigualdad, la inequidad y la violencia. Sin embargo, no es suficiente conocer objetivamente, sino es necesario saber en qué consisten sus relaciones y sus “costumbres” reales, sus sufrimientos cotidianos producidos por la discriminación, las violencias y los abusos. Asimismo, además de conocer y saber se debe pre-sentir sus incertidumbres y desesperanzas, saber interpretar y comprender lo que pasa en sus “interioridades”, se trata de saber sus complejos sueños por realizarse como gente.
Cuarto, por ello, conocer, saber y presentir es acercarse al “pobre” que está a merced, en última instancia, de la naturaleza, de la política injusta, de la economía desigual y de la ausencia de su familia. El pobre es, por ello, considerado como una persona que no tiene derechos y vive arrinconado y “ninguneado”. El pobre es, sin embargo, un ser integral, una persona multidimensional y no una entidad dual (materia-espíritu), sino un ser “integral” vinculado a un cosmos en sus diversas dimensiones. Por ello, estar en un lugar es vivir las vicisitudes del pobre; es acompañar “reparando”, re-construyendo la dignidad de las personas como mujeres, jóvenes, niños y niñas.
Quinto, la teología de la liberación, inspirada en el evangelio, invita a que cada persona sea considerada de manera integral o multidimensional con la finalidad que la persona se “autocree” en la historia. Estar en la vida de los pobres es “entroparse” en el proceso que los pobres hacen constantemente para salir de la injusticia y la discriminación por diferentes razones. Estar es, entonces, buscar las “más fundamentales de las aspiraciones humanas: libertad, dignidad, posibilidad de realización personal de todos” (TL, 35).
Sexto, optar por lo pobres es entonces convivir. La convivencia es base de las relaciones sociales, sin duda hay una “responsabilidad hacia sus hermanos y ante la historia” (GS 55). La convivencia invita a encontrar a Dios “en el encuentro con los hombres, en el compromiso con el devenir histórico de la humanidad” (TL, 238). La convivencia es diferente a la coexistencia cultural, la convivencia es el “acompañarse mutuamente”, es la solidaridad en marcha y como diría Francisco es hacer la “amistad social” de manera permanente. Esta es la forma más elaborada de la relación por la opción por los pobres.
Séptimo, la convivencia es hacer del encuentro histórico no solo un saludo pasajero levantando la mano. La convivencia es hacer un tejido sin que las partes pierdan su dignidad o identidad. Por ello, el encuentro es un proceso intercultural que debe “liberar” a todos los hombres de todas las esclavitudes (Medellín, en TL, 227), y entrar en comunión con los diversos, sin esclavitudes, abusos ni engaños.
A modo de conclusión, quisiera decir que – desde una experiencia muy concreta en los andes peruanos – la gente tiene pasado, presente y futuro. Pues, cada gente (pobre o no) busca ser considerada como persona. Sabemos que este es un proceso de construcción de su dignidad ante la experiencia nefasta de la hacienda de hace algunos años atrás. Son gente con energía, con voluntad, con ganas de hacer muchas cosas. Optar por los pobres, por la gente, es como decía José María Arguedas: “Kachkaniraqmi” y esto, en quechua, significa “confirmo que aún estoy aquí viviendo, a pesar de todo”.
Puede visionarse la conferencia del autor en el Instituto Bartolomé de las Casas en: