Yo amo a la Iglesia
más que a muchas organizaciones,
pero no como organización,
no su organización.
Amo a la Iglesia, es decir,
a todos los hermanos,
más por humanos que por cristianos.
Siempre a todos por igual,
con cierta debilidad
por los débiles y los más cercanos.
Sigo amando a la Iglesia
porque no rechaza a los pecadores,
ni les niega sus cetros de mando.
Porque uno vale más que el ciento entero
y uno sólo debería ser uno
cuando ya se ha acostumbrado a ser cero.
Amo a la Iglesia
cuando ofrece salvación, no condena.
Si es madre o hermana y no enemiga.
Cuando defiende más la Vida que la vida,
y quiere ser más cristiana que católica,
pero también cuando se equivoca.
También amo a esa Iglesia
por ciegas mentes encorsetada,
enjaulada tras barrotes de oro.
Será una y mil veces liberada,
de nuevo el Evangelio será todo,
pues fraterna y subversiva fue creada.
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