No es una tienda, no es un taller, al menos no sólo y no en el sentido más habitual. ¿Se pueden comprar objetos? Sí, y de gran calidad y belleza. ¿Cuenta con espacios donde se trabaja con las manos? Resulta que también. Pero La Troballa es mucho más.

“Troballa” en catalán significa ‘hallazgo’, también ‘encuentro’. Y efectivamente este hallazgo también es punto de encuentro de personas con historias duras y dolorosas a sus espaldas, con años de vivir en la calle, donde no hay lugar para derechos ni oportunidad de desarrollar sus destrezas. Especialmente en estos tiempos que arrojan a los márgenes a tantas personas. “Hasta 1.062 han venido a nuestro centro abierto desde el inicio de la pandemia”, dice Mariana, del equipo de comunicación.
Este proyecto de la Fundació Arrels nació con una decena de personas en 2001 como talleres ocupacionales de diversas manualidades: carpintería, bisutería, ganchillo, encuadernación… La prioridad no es producir. Aquí el centro son las personas, unas personas que ahora viven en pisos y pensiones, pero que tienen una larga historia a la intemperie, con las secuelas físicas y psíquicas que ello implica. Lo que no significa que se menosprecie el trabajo bien hecho. “No venimos a pasar el rato –decía una usuaria de entonces-, hacemos todo lo que somos capaces”. En estas dos décadas, han pasado por los talleres alrededor de 500 personas.
Aquí el centro son las personas que tienen una larga historia a la intemperie, con las secuelas físicas y psíquicas que ello implica
En 2009 se trasladan a otro local más amplio y, finalmente, desde el pasado 1 de diciembre, habitan el actual, que conserva los objetivos y el espíritu de estas dos décadas, pero ensancha las posibilidades de los anteriores.
Al final de las Ramblas de Barcelona, donde se acercan al mar, en el número 3 del carrer Ample, La Troballa tienda despierta en primer lugar el interés por la perfección de los objetos que ofrece, la luz cálida, el espacio. Objetos de decoración, de escritura, bolsos, unos cuadros que no son lo que parecen, bisutería, taburetes que son piezas únicas,.. sin olvidar sus ya famosas camisetas #Nadiedurmiendoenlacalle que venden a precio de coste “porque lo que queremos es que se oiga el mensaje”, explica Marta. Ni la novela gráfica 15 años en la calle, de Miquel Fuster, ilustrador, en la que comparte su experiencia.
Café con mensaje
Crees que entras en una tienda, pero pronto descubres detalles que te sacan de tu error. Como la cafetera con una invitación muy particular: “Et convidem a un cafè, al carrer fes-ho tu també” (te invitamos a un café, en la calle hazlo tú también). Como el espacio que se abre a continuación, cuyo círculo de los preciosos taburetes –“todos son piezas únicas”, insiste la persona que los fabrica”- sugiere su función.
Se imparten talleres participativos y charlas de sensibilización, orientación a la ciudadanía sobre qué hacer si ve a una persona durmiendo al raso

En La Troballa no solo de fabrican objetos, sino también comunicación; es “un nuevo espacio que quiere conectar a los vecinos y vecinas de la ciudad que tienen casa con quien no la tiene para cambiar miradas”, como ellos mismos manifiestan. Aquí se imparten charlas de sensibilización, orientación a la ciudadanía sobre qué hacer si ve a una persona durmiendo al raso. Y talleres participativos impartidos por los mismos usuarios, avezados artesanos. Precisamente este mes de diciembre han comenzado algunos de encuadernación, de carpintería y otros relacionados con la elaboración de objetos navideños.
“Si nos gusta a todos, es que está bien hecho”
En el gran espacio que ocupan los talleres las columnas de hierro revelan su pasado fabril. Actualmente hay de carpintería, ebanistería, cerámica, encuadernación y textil; hay proyectado otro de vidrio y otros más transversales. Cada día trabajan unas 25 personas -una cuarentena si sumamos quienes pasan algún día a la semana-, con la colaboración de una veintena de voluntarios y voluntarias, y tres trabajadores.
No sólo se hace artesanía. Los objetivos van mucho más allá. “Es un espacio en el que socializar —explica Juan Carlos, uno de los monitores—, en el que recuperar los aspectos afectivos, la autoestima, el sentido de pertenencia. La finalidad no es económica, sino las personas”. Además de sentirse útiles y poner en práctica las habilidades y destrezas profesionales olvidadas en los años de vivir en la calle, y adquirir otras nuevas.
El acabado y la calidad de los objetos dan cuenta del rigor y la dedicación con que se trabaja. En el taller de encuadernación me deleito contemplando ese arte —ya poco habitual en los libros— que es coser las hojas. Un poco más allá, construyen unas lámparas con láminas de madera que son pequeñas obras de arte. “Si nos gusta a todos, es que está bien hecho”, me dice Juan Carlos.
El acabado y la calidad de los objetos dan cuenta del rigor y la dedicación con que se trabaja

Tete me permite acompañarlo mientras elabora con esmero unas enormes bolas para decorar el local con motivos navideños. Tete trabajó en la industria durante años; circunstancias personales y la desindustrialización le llevaron a vivir en la calle. En La Troballa ha encontrado una nueva oportunidad.
La Troballa no se detiene. Rocío, la coordinadora del proyecto, explica que algunas de las personas quieren escribir su historia, lo que se convertirá en un libro, para cuya publicación ya tienen un acuerdo con una editorial.
Para ver, para comprar, para ampliar la mirada, para comprobar que, como dijo Paul Éluard, hay otros mundos, pero están en éste, este hallazgo, que también es encuentro, bien merece una visita.
Genial el taller La Troballa. Fui voluntaria durante varios años colaborando en el taller de cerámica. Relmente, me enriquecia personalmente: más que dar, siempre fue recibir. Recuerdo mi paso por La Troballa con gratitud.