No sé si cuando os diga que voy a hablar de la experiencia quincemayista vais a salir corriendo. Porque hemos recibido este mes mucha turra por parte de quienes están ocupando espacios en los medios generalistas intentando analizar lo que jamás llegaron a comprender. No es el caso de mis hermanos y hermanas de Alandar y por eso acepté la invitación a compartir mi reflexión sobre lo que pasó y sobre lo que volverá a ocurrir.
Yo estuve en la mani del 15 de mayo de 2011. Como en tantas y tantas antes. Como en tantas y tantas después. Con mis hijas, entonces pequeñajas, que solían hacer siempre la misma pregunta cuando íbamos a movilizaciones…
“Papá, ¿esta es de las de mucha o de las de poca gente? Preferimos de las de poca gente…”
Lógico, porque en las de mucha gente se agobiaban. Y yo aquella vez les dije que “iba a ser de las de poca gente”. No me equivoqué demasiado en eso porque, aunque subíamos bastantes personas por la calle Alcalá hacia Sol, distaba de ser una manifestación de las que podían hacer historia en cuanto a asistencia.

Pero pasaron cosas. Porque latía el malestar y el descontento. La mejora de condiciones que había supuesto el llamado Estado de Bienestar se había realizado a costa de dejar áreas invisibles y oscuras que ocultaban la pérdida de calidad en las condiciones de vida de quienes no vivían en las esferas del privilegio. Todo iba muy rápido, pero la crisis dejaba a muchas personas en el camino y exacerbaba el confinamiento de los cuidados cotidianos en los hogares y el deterioro y agotamiento a gran velocidad de bases materiales que sostenían la vida.
En resumen, estábamos hasta la coronilla de ser mercancía en manos de algunos políticos y de todos los banqueros y la gente pensó que todo debía cambiar.
Y cambió.
Estábamos hasta la coronilla de ser mercancía en manos de algunos políticos y de todos los banqueros
Porque muchos y muchas que habían permanecido al margen de las luchas se incorporaron a ellas. Y eso es muy importante. Cientos de personas hablando de economía en las plazas, sentados en el suelo… Qué maravilla.

¿Dónde hubiera estado Jesús de Nazaret hace diez años? Tengo muy claro que allí, con jóvenes y mayores soñando en otro mundo mejor y trabajando para hacerlo posible.
Un montón de personas que tenían y desarrollaron capacidad de argumentación de altura y desmontaron principios asentados en la ortodoxia y, sobre todo, más que dar respuestas, hicieron preguntas. Preguntas para las que no había contestación por parte de quienes, cuando más arreciaba la lluvia, habían retirado el paraguas.
Claro que había adanismo en muchos de los planteamientos que en esos meses se dieron en las calles y plazas, porque muchos derechos habían sido conquistados antes del 15M. Entre mayo del 68 y mayo de 2011 pasaron cosas. Y hubo avances logrados por luchadoras y luchadores que ni se deben ni se pueden olvidar. Y por supuesto que también llegaron oportunistas y personas que se rindieron ante los primeros fracasos o las primeras incoherencias.
Pero para instalarme en un pesimismo chiquito, no habría escrito estas líneas.
Porque he dicho que todo cambió y lo creo profundamente.
Cuando hemos gobernado, desde ayuntamientos a gobierno central, hemos demostrado que no somos iguales, que hay alternativas y que se pueden hacer las cosas con otros criterios. Que se puede poner a las personas en el centro. Y me siento muy orgulloso de haber formado parte de la legión de entusiastas que desembarcamos por sorpresa en los denominados ayuntamientos del cambio en mayo de 2015. Fuimos capaces de gestionar con solvencia y con principios.
¿Dónde hubiera estado Jesús hace diez años? Tengo muy claro que allí, con jóvenes y mayores soñando en otro mundo mejor
Pero las transformaciones generan muchas resistencias. Algunas muy evidentes y palmarias. Otras menos visibles, pero igualmente letales.
De hecho, una generación nutrida de personas politizadas en el mejor sentido del término ha quedado destruida por las batallas internas. Las maquinarias electorales es lo que tienen… Y otras muchas han sido liquidadas por la ofensiva reaccionaria tanto judicial como mediática que ha hecho la vida muy complicada a quienes quieren impugnar el sistema.
No era tan fácil. Pero tampoco nos podemos escudar en la ingenuidad. Al menos no todas o todos lo éramos.
Para quienes ya peleábamos políticamente antes de mayo de 2011, no fue una sorpresa que el sistema reaccionase frente a la irrupción del ímpetu de cambio como lo hace un organismo ante un virus. Así nos trató. Con un punto de desprecio inicial. “No creerá este pequeño bichito que nos va a hacer daño…” Pero los microorganismos tienen capacidad de hacer daño. ¡Si sabremos lo que pueden causar después de la terrible experiencia que hemos vivido! Sobre todo cuando atacan a un sistema débil.
El capitalismo está débil porque se asienta en la explotación creciente, la precarización y la desigualdad. Aunque siguiendo solamente la información cocinada en las terminales políticas del poder podríamos creer que las élites gozan de una posición cómoda, que hayan tenido que actuar de forma tan tosca y burda contra todo lo que representó el 15M retrata una posición no precisamente sólida.

Medir solo en términos electorales el retroceso del espacio del cambio es un error. De hecho, deberíamos recordar que meses después del estallido social en Madrid, en noviembre de 2011, el día 20 en concreto, el Partido Popular obtuvo una sólida mayoría absoluta. Por eso, aunque el desencanto se haya adueñado del espíritu de muchas y muchos, yo quiero creer que hay mucha gente que no se cansa de soñar y por ese motivo quienes hoy creen que podrán dormir tranquilos desde sus privilegiadas posiciones, yerran.
Porque, como dice mi admirado Ismael Serrano, “las hostias siguen cayendo sobre quien habla de más…» y el cabreo sigue ahí. Hemos vivido cuatro décadas de aceleradas transformaciones que muestran con claridad que vivimos en un cambio de época, una encrucijada marcada por el desbordamiento ecológico, el empobrecimiento y los retrocesos democráticos, que se expresan en altísimas concentraciones de riqueza y de poder en minorías sociales y que nos sitúan ante la necesidad de abordar grandes transiciones en los próximos decenios.
Las transformaciones generan muchas resistencias. Algunas muy evidentes y palmarias. Otras menos visibles, pero también letales
Y, ante eso, toca organizar la ebullición, para que cuando vuelva a ocurrir un estallido -que lo hará- mejoremos las cosas que no hicimos bien en estos diez años. Y para eso será necesario todo el mundo. No sobra nadie. Al contrario, hace falta mucha más gente que la que se emocionó en aquella manifestación y durante los meses siguientes. De hecho, para quienes votarán en las próximas elecciones generales por primera vez, lo que empezó en la Puerta del Sol es prehistoria.
¿Con quién compartirá espacio Jesús de Nazaret la próxima vez que se produzca la temperatura haga hervir el agua y haga saltar la tapa? Pues sigo estando seguro que caminará junto a quienes no se conforman con las migajas y reclaman el derecho al pan entero.
*Carlos Sánchez Mato es miembro de una comunidad cristiana, profesor de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid, responsable de Economía de Izquierda Unida y activista.
Pero tambien es necesario destruir a la monarquia con el bipartidismo y esto pasa por la Ilustracion. Leer la revolucion francesa de Andre Soboul
Lo que es necesario y urge ya! es una RENTA BÁSICA UNIVERSAL INCONDICIONAL Y SUFICIENTE, para evitar la pobreza y la desigualdad, provocadas por la precariedad; redistribuyendo la riqueza que entre todas generamos pero no todas disfrutamos; porque la fiscalidad está hecha para que paguen tributos quienes menos recursos tienen y los eludan quien los acaparan.
Pero para eso primero tiene que haber un gobierno de izquierdas.
No sólo redistribuir las rentas. Mientras quien las genera tenga todos los controles ni se podrá llegar a eso ni el planeta resistirá su sistema