Hijo de arameos errantes

Cuando escribo esto no sé aún si la amenaza de los partidos xenófobos ha avanzado en Europa después de las elecciones, pero me temo que el resultado, por lo que toca a los migrantes, no haya mejorado mucho. Por eso no está de más que recordemos no ya las tan traídas y llevadas “raíces cristianas de Europa”, sino algo más radical aún y es que el Jesús en quien creemos participaba de esa condición en cuanto hijo de arameos errantes.

Escuchó en la sinagoga de Nazaret las palabras de la Escritura dirigidas a emigrantes y exilados, a gente que conocía por experiencia la dureza de ser extranjero o emigrante forzoso: «Conocéis la suerte del emigrante, porque emi¬grantes fuisteis vosotros en Egipto» (Ex 23,9). Como miembro de un pueblo que procedía de la emigración, se identificó con la narración de sus orígenes: «Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto…» (Dt 26,5) y rezó con salmos que ponían en sus labios estas palabras: «Soy huésped tuyo, forastero ante ti como lo fueron nuestros padres» (Sal 39,13).

Aprendió desde niño que la condición de su antepasados Abraham y Sara fue la de extranjeros perpetuos, carentes de tierra propia y establecidos de por vida en una sociedad a la que no pertenecían (Gen 23,4). Su historia era la de gente, en apariencia, desposeída de sus derechos pero, en la realidad, portadores de bendición (Gen 12,3). Oyó una y otra vez las narraciones sobre su pueblo en las que se recordaba que no habían conquistado la tierra prometida, sino que la habían recibido como don y debían compartirla con otras gentes con las que tenía sagrados deberes de hospitalidad: «No vejarás al emigrante» (Ex. 23, 9); «No lo oprimiréis» (Lev. 19, 34); «No lo explotaréis» (Dt. 23, 16); «No defraudarás el derecho del emigrante» (Dt. 24, 17); «Maldito quien defrauda de sus derechos al emigrante» (Dt. 27, 19).

Se familiarizó con unas leyes que iban más allá de las prohibiciones y proponían gestos de amor eficaz: «Cuando siegues la mies de tu campo y olvides en el suelo una gavilla, no vuelvas a recogerla, déjasela al emigrante, al huérfano y a la viuda» (Dt. 24, 17). Había que repartir los diezmos ofrecidos en el culto entre “el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda para que comieran hasta saciarse» (Dt. 26, 12).

Aprendió que a los extranjeros había que tratarlos como miembros de la comunidad: «Esta es la tierra que os repartiréis las doce tribus de Israel, os las repartiréis a suerte, como propiedad hereditaria, incluyendo a los emigrantes, residentes entre vosotros…» (Ez. 47, 21-22). «Al forastero que reside junto a vosotros, lo miraréis como a uno de vuestro pueblo y le amarás como a ti mismo» (Lev 19, 34).

Se alegró al escuchar en la lectura del Deuteronomio que «el Señor no hace acepción de personas, hace justicia al huérfano y a la viuda y ama al forastero dándole pan y vestido; amaréis, pues, al forastero…«(Dt 10,17-19), porque era así como él conocía al Padre. Heredó la convicción profética de la relación inseparable que existe entre el conocimiento de Dios y la actitud hacia los más desvalidos: “Defender la causa del pobre y del oprimido, ¿no consiste en eso conocerme?, oráculo de Yahvé» (Jer 22,16).

El evangelio de Mateo presenta su infancia bajo la experiencia dramática de una emigración forzosa (Mt 2,14-15) y el de Lucas narra su nacimiento fuera de la ciudad «porque no había sitio para ellos en la posada» (Lc 2,7). Su vida estuvo marcada por el rechazo de los suyos que «no le recibieron» (Jn 1,12) y su muerte «fuera de los muros de la ciudad» (Heb 13,12) fue el testimonio de su amor «hasta el fin» (Jn 13,1) y de su identificación solidaria con los excluidos y rechazados de este mundo. Habló del Reino con rasgos de universalismo, lo anunció para todos sin exclusiones y, especialmente en las curaciones, se mostró compasivo con los paganos y extranjeros: la mujer sirofenicia (Mc 7,24-30), el centurión (Mt 8,5-10) o los samaritanos.

Y afirmó que el Hijo del hombre revelará en el juicio de las naciones esta identidad suya que nadie se hubiera atrevido nunca a sospechar: «Fui extranjero y me acogisteis«(Mat 25,35).

2 comentarios en «Hijo de arameos errantes»

  1. Hijo de arameos errantes
    La experiencia de vida de Jesús está rodeada de exclusión social y de excluidos sociales. Pero es desde ellos donde pretende construir el Reino de Dios. No es desde arriba desde donde se evangeliza. La evangelización se hace desde la periferia, pero nuestras iglesias y comunidades se acomodan y abandonan los lugares «sagrados» donde habitan los que aportan poco a la sociedad,es decir que en la praxis se apartan del lugar teológico donde se encuentra CRISTO.

  2. Hijo de arameos errantes
    ANÁLISIS DE LA RAZÓN

    Se debió prever los resultados trágicos al manejarse los asuntos relacionados con las ideas y sucesos encontrados en el espacio intangible, si bien se sabía que la información perceptiva podría caer en manos de criaturas con mentes confundidas que tomarían como propios dichos actos o funciones. ¿O habría en un principio mentes no tan confundidas que lograran interpretar de manera acertada el flujo de información procedente de las pléyades? Porque fue tan convincente la información emanada del espacio donde se hallan los cuerpos que ordenan, que los nombres de los personajes y de los sitios permanecieron inamovibles durante mucho tiempo; tanto, que se repitieron una y otra vez los nombres de los personajes, míticos, naturalmente, los nombres de los pueblos y de todos los demás cuerpos. En este caso, de que era abundante el personal cuyas mentes manejaran la forma correcta de las percepciones y supieran que nada de lo observado correspondía a lo tangible, ¿en qué momento se distorsionarían los conceptos?, ¿por qué algunos se creyeron isleños o secuanos sin serlo?, ¿por qué los cuerpos del pantano, es decir los humedanos, que fue como los llamó el máximo héroe de las Galias, Cayo Julio, se consideraron los legítimos dueños de una tierra de origen intangible?, ¿por qué se creyeron dueños de la tierra media si ésta era un producto de la razón?, ¿por qué no observaban que se le llamó tierra media por tener una masa de agua encima y otra en la parte de abajo, y que a esta tierra en mitad de las aguas se le llamó lo seco, lo firme, el firmamento, el cielo?, ¿acaso no está claro cuando se dice: “Dijo Dios: ‘Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras.’ E hizo Dios el firmamento: y apartó las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue. Y llamó Dios al firmamento cielos.”? ¿Por qué, según los que escribieron el Génesis, Dios llamó firmamento a la tierra? Muy sencillo; porque era lo único firme, es lo único firme en el inicio del proceso. Firmamento no es sinónimo de cosmos ni de espacio; nunca; firmamento se refiere a lo firme, fijo. ¿Por qué la gente cree que cielo es el espacio donde están las estrellas, o sea el universo, el cosmos, donde estamos todos? ¿Quién cree que un lugar con estas características puede existir en el mundo tangible? ¿Será que la culpa de esta confusión la tendrá Platón?, ¿o la tendrá quien escribió el Génesis? Vemos entonces la gran confusión en que se vive al creer que el cielo es arriba y la tierra, abajo, cuando en verdad y según quien escribió el Génesis, cielo y tierra son una misma cosa. Desafortunadamente la humanidad creyó que toda esta información correspondía o corresponde al mundo tangible o físico.
    Así como cierto personal se hizo llamar griego (que significa secuano o isleño, por lo de la bebida agria o trago amargo) por el solo hecho de que este nombre correspondiera a los elegidos por los cuerpos del espacio, según las Escrituras de Homero, Hesíodo, Herodoto, Tito Livio, Plutarco y otros, todo perteneciente a lo intangible dada su naturaleza perceptiva, también otros grupos de personas, por otro lado, se hicieron llamar judíos, al creerse pertenecientes a la rama del judaísmo referenciado en las percepciones llevadas al papel. Y fue de tal magnitud el enredo, que a los pueblos los bautizaron con los nombres de los pueblos intangibles. Por tal razón no concuerdan los sitios reales con los sitios no corpóreos, o sea con los lugares nombrados en los escritos bíblicos y en otros escritos afines. ( ARM).

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