La obligación de recordar

Foto. Diego Escribano.

Puede resultar abrumador pensar en los límites de la degeneración humana imaginando los millones de víctimas de crímenes contra la humanidad de las últimas décadas. Víctimas del odio, del resentimiento, de la aniquilación del sentimiento de empatía natural en el ser humano. Episodios históricos que parecen repetirse indefinidamente. Inocentes siguen sufriendo en Tíbet, en la República Democrática del Congo, en tantos lugares.

El terrible episodio histórico que supuso en Camboya la etapa de los jemeres rojos dejó dos millones de seres humanos muertos, la cuarta parte de la población del país en aquel entonces. Crearon trescientos campos de exterminio a lo largo del país. Solo en uno de ellos, Choeung Ek, perdieron la vida veinte mil personas. Niños y niñas que lloran, jóvenes que recuerdan a sus padres, a sus amistades, a la persona de la que se enamoraron. En definitiva, seres humanos como tú y como yo.

Las ciudades quedaron vacías en tres días en el comienzo de la deriva demencial de un régimen que sospechaba de toda aquella persona que no fuera campesina. Unas gafas podían convertirse en motivo de condena. Según avanza el tiempo, las sospechas se extienden a más y más personas. La crueldad avanzaba sin límites. Decapitaciones, torturas, violaciones. En 1979 los jemeres rojos pierden el control de la mayor parte del país; sin embargo, seguirán siendo considerados los representantes legítimos de Camboya en el contexto internacional.
Un país que, junto a España, tiene el mayor número de fosas clandestinas. También miles de personas que viven afectados por las consecuencias de las minas antipersona. Después de años de fuertes movilizaciones, se consiguió materializar un tratado internacional que establecía su prohibición. El Tratado de Ottawa. A día de hoy, Estados Unidos, China y Rusia siguen sin firmarlo. Algunos se enriquecerán con la venta de armas que tanto dinero hace ganar a algunas personas. Como ejemplo sirva un dato: las cantidades destinadas a ayuda al desarrollo por los países donantes, tan amenazada por gobernantes miopes, no alcanzaron a ser una décima parte del gasto militar mundial.

“Cuanto más perfecta la respuesta, más horrorosas las consecuencias”, una frase de Tony Judt que nos debe alertar del peligro del fanatismo y del peligro de quienes quieren condenar a quienes se atreven a debatir ciertos dogmas.

La actitud crítica resulta tan necesaria como el compromiso. Los crímenes no pueden justificar los asesinatos de los verdugos. Una injusticia no puede servir como justificación para imitar comportamientos erróneos. Unos crímenes no borran otros. Preguntémonos también por los falsos positivos y las muertes de sindicalistas en Colombia. Preocupémonos por los y las menores encarcelados en Israel sin olvidar el inmenso dolor de los cientos de miles de judíos y judías que sufrieron persecución.

Foto. Diego Escribano.

Defendamos la justicia. Bou Meng, quien fue prisionero durante el régimen jemer, afirmaría: “No pararé mi lucha para reclamar justicia. Aunque no pueda compensar a las víctimas, puede prevenir que estas atrocidades vuelvan a suceder”. Tanto él como su esposa fueron encarcelados sin conocer el motivo. Su esposa, como la mayoría de personas reclusas de la prisión de Tuol Sleng, no lograría salir con vida. El que fuera lugar de ejecuciones hoy se ha convertido en lugar para la memoria.

Memoria necesaria para recordar hasta dónde pueden llegar los límites de la maldad humana. Nos queda la obligación de recordar, de recordar los vínculos que nos unen a cada ser humano. De sufrir con los otros seres humanos, de indignarnos con quienes sufren.
No podemos permitirnos no criticar las situaciones injustas que encontramos cada día. En cada sociedad. En cada pueblo. Nuestro silencio nos condena a ser responsables de aquello que no hicimos nada por evitar. Defender la dignidad colectiva frente a la injusticia es una obligación para quienes quieran un futuro diferente. Donde recordemos el necesario principio de la fraternidad universal.

Juicio a los jemeres rojos

El genocidio camboyano fue ejecutado por el régimen comunista de los Jemeres Rojos, el partido político que gobernó con una concepción extremista de la revolución la llamada Kampuchea Democrática, de ideología maoísta, entre 1975 y 1979. Durante el tiempo del gobierno de los Jemeres Rojos desaparecieron entre dos y tres millones de personas, por lo cual se constituyó en 2006 un tribunal internacional para llevar a cabo el juicio a los Jemeres Rojos en 2007. Aunque el dictador Pol Pot y muchos de los altos dirigentes del régimen de los jemeres rojos ya han fallecido, algunos de ellos todavía viven y pueden ser llevados a un juicio. Es el caso de Ta Mok, el segundo al mando después de Pol Pot; Deuch, que actualmente está en prisión; Nuon Chea, lugarteniente de Pol Pot que se enfrentará a un juicio en un tribunal de guerra y de dos altos cargos que se encuentran en libertad: Ien Sary, el tercero después de Pol Pot (libre) y Khieu Sam-pan, ex jefe de Estado.

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