Danos, Señor, la virtud de los árboles:
el arte de la sombra amable y del fruto generoso,
de la rama que resiste porque sabe ser flexible,
de la raíz que profundiza en silencio y sin ostentación.
Concédenos la virtud del tronco,
que sabe que su firmeza es un secreto de años,
y haz que, al final de cada invierno,
el don de la esperanza aliente nuevas yemas.
Danos hospitalidad a los cuatro vientos para con toda criatura,
amable o incómoda,
que se acerque a nosotros.
Y permite, al fin, que, al llegar el otoño,
nuestras hojas sepan caer sin ruido,
lenta y discretamente,
en la serenidad anónima de cualquier atardecer.
Amén.
Orar la Vida. Año 8. Nº96