Propósitos de año nuevo

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Hace unos días asistí a la presentación de un portal de Internet orientado a transmitir los conocimientos básicos del mundo de las finanzas de una manera adaptada a las personas normales y corrientes, como tú y como yo. Mucho catedrático, mucho experto y unos cuantos altos cargos del banco que financia el proyecto. Me llamó la atención la explicación que dio uno de estos últimos acerca del origen de la crisis: dicho de manera menos explícita, el mensaje vino a ser que la culpa es nuestra, por ser unos ignorantes y no enterarnos de que nos estaban engañando. De la responsabilidad de la banca, ni pío.

Poco después, el presidente del Gobierno hace balance de su primer año en el cargo. La culpa, de la dichosa herencia. Y supongo que el líder de la oposición, cuando haga lo propio, ignorará sus siete años de gobierno anterior para insinuar que el mundo se cayó sobre nuestras cabezas el 20 de noviembre de 2011. Por no hablar de la confederación empresarial, a la que todavía no he oído decir una sola palabra sobre la actuación de su anterior presidente. De hecho, entro en su página web para escribir esta columna y me encuentro con una nota de prensa en la que su actual junta directiva se desmarca y dice que su situación es ajena a su gestión al frente de la CEOE, en la que actuó “siguiendo las indicaciones de los órganos de gobierno de la federación”.

Me recuerda todo esto a la actitud de mi hijo, de cuatro años, que está inmerso en esa fase en la que todo el mundo tiene la culpa de todos sus males excepto él mismo, aunque se haya caído de una silla donde estaba él solo saltando. “Es que me miraste, mamá”.

Pero no pensemos que esto es sólo cosa de los partidos, los bancos o las grandes empresas. Creo que todos y cada uno de nosotros debemos igualmente reflexionar acerca de lo que hemos hecho mal. No para fustigarnos o seguir buscando infructuosamente cuál es la causa de la dichosa crisis, sino todo lo contrario. Para aprender y no volver a caer en el mismo error. ¿Hemos recurrido alguna vez a aquello de “con iva o sin iva”? ¿En qué condiciones está la persona que nos ayuda en casa? ¿Qué hábitos de consumo y ahorro practicamos?

Me contaba una buena amiga que este año, en vez de hacer el consabido amigo invisible, decidieron en su amplia familia destinar el dinero de los regalos (de los adultos, claro) a una organización de apoyo a las personas sin hogar. Me pareció un gesto precioso que ejemplifica lo que puede ser una de las bonitas lecciones que nos deje este panorama incierto. Si nos sirve para sentir un poco de empatía con aquellos que más sufren, habremos aprendido algo. Si entendemos, por fin, que podría habernos ocurrido a cualquiera de nosotros, que también es cosa nuestra, tal vez habrá merecido la pena.

Así que, aprovechando el momento de los buenos propósitos, aquí dejo el mío: dediquemos unos minutos a la reflexión y la autocrítica. No vamos a salvar el mundo nosotros solos ni vamos a fustigarnos por las esquinas. No vamos a alcanzar la coherencia absoluta, ni vamos a pretender dar lecciones a nadie. Pero seguro que encontramos algo, aunque sea una pequeña cosa, que podemos hacer mejor este año. Un tiempo que podemos dedicar a alguien que lo necesita, algo que podemos cambiar en nuestras prácticas cotidianas. Incluso podemos plantearnos empezar por lo más sencillo, regalando una sonrisa. Lamentablemente, cada día abundan menos.

Porque estoy segura de que lo conseguiremos, os deseo a todos feliz año nuevo.

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