Cuando empezamos a hablar de conversión ecológica y de cambios de comportamiento, una de las primeras dificultades que suelen surgir es la que tiene que ver con las relaciones sociales: vivir de forma distinta supone “distinguirse” de los demás. Por ejemplo, si decidimos mantener nuestro teléfono móvil mientras siga funcionando y no cambiar a otro modelo más moderno, nos quedaremos parcialmente “descolgados” de los circuitos de comunicación con las personas de nuestro entorno que irán a la última; si adoptamos una determinada dieta (ecológica, vegetariana, saludable…), cuando nos inviten otras personas a su casa estaremos suponiendo un inconveniente a nuestros anfitriones; si no tenemos televisión o no nos mantenemos informados de las últimas novedades deportivas o de los programas televisivos de entretenimiento, nos quedaremos “fuera de juego” en más de una conversación.
Salirse de los modos de comportamiento socialmente aceptados siempre ha supuesto una dificultad real de integración con los demás. Por eso las personas que se aventuran y se mantienen en esas formas “distintas” de vida tienen un mérito no siempre reconocido. Cada cual ha de sopesar ventajas e inconvenientes. En cualquier caso, es importante hacer ver que si vivimos como vivimos no es porque no queramos relacionarnos con las personas de nuestro entorno, sino porque damos más importancia a los valores que encontramos en esa “forma distinta de vivir”, porque para nosotros es importante y tiene mucho sentido, además de darnos la impagable satisfacción de ser fieles a nosotros mismos. Y todo esto sin dogmatismos ni radicalismos: a la vez que respetamos a otros en su forma de ser, también pedimos que los demás nos acepten como somos, con sencillez y humildad.
[quote_right]La convivencia amable con otros también es un valor, a veces superior al de los propios principios[/quote_right]
Algunas personas se mantienen fieles a sus principios éticos en todo momento: uso de los medios de comunicación, transporte, regalos, alimentación… Son actitudes “proféticas” en el sentido bíblico de anuncio y denuncia de otros valores, hechos realidad en las personas que así lo viven. Estos sienten una fuerza interna que les hace mantenerse firmes a pesar de las incomodidades y a veces confrontaciones. Es una postura vital loable y respetable. Otras personas son flexibles. En su vida personal son coherentes con sus valores y en la vida social se adaptan al grupo, entendiendo que la convivencia amable con otros también es un valor, a veces superior al de los propios principios. En cualquier caso, no dejan de expresar sus preferencias y los motivos que les llevan a ellas.
A veces esas dificultades de relación surgen en la misma convivencia doméstica, tanto en familia como en comunidad: ¿cómo hacer cuando vivimos con personas que no piensan igual ni tienen los mismos hábitos de comportamiento? Aquí nos damos cuenta de lo importante que es compartir la vida con personas con quienes compartimos valores y coincidencias en estilo de vida. Con todo, es bastante normal convivir con personas que no piensan exactamente igual ni tienen los mismos hábitos de conducta. Es ley de vida y de convivencia saber cómo hacer confluir las diferencias en un equilibrio dinámico: unos días o en unos aspectos ceden unos, otros días o en otros aspectos ceden otros. Y, en todo, mucho respeto y amor.
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