Entrevista con José Antonio Vázquez, fundador de Cristianía y del Círculo de espiritualidad de Podemos
Cristianía y el Círculo de espiritualidad de Podemos son dos iniciativas de este ex monje que quiere recuperar los valores del monacato para la vida secular y que defiende la eficacia de la espiritualidad ara la política.
¿Qué es Cristianía?
Es una propuesta de camino espiritual que podemos describir como de monacato laico, que parte de una idea de Raimon Panikkar que considera que el monacato no es una institución, sino que es una dimensión de toda persona, es un arquetipo que se caracteriza por el deseo de buscar el centro, de vivir unificado. Lo que propone Cristianía es que la sabiduría del monacato tradicional es válida para todos y que podemos vivirla en una realidad puramente secular. Y que esa experiencia puede aportar tanto a la laicidad, al mundo moderno, como a la religiosidad tradicional, es una propuesta que une esos dos mundos.
¿De dónde viene el nombre?
De Panikkar. Él dijo que el cristianismo se ha vivido de tres modos: la cristiandad, basada en las instituciones, buscando que la sociedad fuera cristiana y practicando un cristianismo de ritos. Luego, con la modernidad y la reforma se pone peso en el cristianismo teológico, donde lo importante es tener una reflexión cada vez más clarificada. Y Panilkkar llama a vivir un cristianismo de Cristianía, que es la experiencia espiritual cristiana más allá de la institución, no en contra de la institución sino más allá de ella, poniéndole más peso a la experiencia espiritual vivida en la secularidad. El cristianismo se hace laico porque se poner al servicio de la humanidad y no de la institución, al contrario que algunos discursos cristianos donde se trasluce esa preocupación porque la iglesia tenga espacios de poder. Lo más importantes es el servicio a los demás y en el ámbito de la secularidad.
¿Como funciona Cristianía?
Surgió a partir de unos talleres de meditación en los que se trataba de trasmitir la sabiduría monástica, la que yo mismo había aprendido en mi experiencia como monje en Santa María de Huertas, y también otras como la del zen. Nos reunimos una vez al mes, pero cada uno vive su vida cotidiana en su ámbito, como soltero o casado, trabajando o en paro, pero sí intentando vivir los valores de la unidad que va aprendiendo en ese camino. La estructura de la reunión es trabajar el cuerpo y también los pensamientos y las emociones; luego, cultivar los espacios de interioridad, de silencio y contemplación; y también hay un momento de formación en esta visión monástica secular.
¿Y cuál es el resultado?
Muchos dicen que experimentan una experiencia de reconciliación consigo mismos, la sensación de poder vivir desde un centro, y, a la vez, de un crecimiento en sensibilidad que te lleva a activarte en el cuidado de las cosas pequeñas y de los demás. Nuestra experiencia en Cristianía nos ha enseñado a ser contemplativos en la relación, a escuchar al otro, a cuidar la hospitalidad con el otro y a poner el peso espiritual ahí y menos en lo sacramental y el discurso teológico, porque lo importante es cómo estoy yo en la vida cotidiana y con los demás y ese ha de ser el criterio de evaluación: si voy siendo alguien más unificado y reconciliado y con más capacidad de aprender del otro o no.
¿Puedes explicar mejor en qué consiste ese vivir unificado?
En lenguaje monástico, experiencia de unificación y experiencia espiritual viene a ser lo mismo. Monje viene de una palabra griega que significa “uno”, de modo que monje es el que busca la unidad. Nosotros seguimos ese arquetipo desde una perspectiva no dual, que para los cristianos es la perspectiva trinitaria; es una unión donde me siento uno con todos sin dejar de ser quien soy, es la unidad en la pluralidad. Es una experiencia de comunión o conexión con todo y con todos y con el Misterio y con todas las dimensiones que nos habitan sin dejar de ser quien eres.
¿Es una experiencia de amor?
El núcleo de nuestra dimensión espiritual es la conciencia. Por ser seres de conciencia, tomamos perspectiva de la realidad y podemos ser libres. Y esa libertad nos permite llegar al amor, la culminación de la experiencia de la libertad es el amor. Hay un teólogo medieval que describía el amor como un tipo de conciencia. No en un sentido intelectual, sino que hablamos de un encuentro con la realidad desde el corazón, desde nuestro centro. Panikkar explicaba lo diferente que es conocer a alguien desde la cabeza a conocer a alguien cuando lo amas. Cuando te amo, aunque no sepa dónde vives ni lo que pesas o mides, te conozco más profundamente. De modo que cuando hablamos de experiencia de unidad nos referimos a una experiencia de amor, a un camino de amor; y ese es un camino de acceso a la realidad, de conocimiento, más profundo que la propia mente cognitiva.
¿Es también la experiencia de sentirse habitado, la experiencia de Dios?
Dios es un término a debate en la espiritualidad. Para algunas espiritualidades, Dios es el Misterio, una experiencia de ese sustrato amoroso, inteligente y animado que todo lo sostiene. Pero, en la experiencia no dual, la realidad no es solo Dios, es todo, es una experiencia de comunión con Dios, con el cosmos y con todo ser humano. Por eso Panikkar la definía como cosmoteándrica. Se supera esa visión de que solo Dios es importante o real. El propio Dios se ve destronado –se destrona a sí mismo- para vivir en la comunión de todo con todos; en la experiencia espiritual lo más importante es la comunión de todo con todos, lo que los cristianos llamamos experiencia trinitaria.
¿Y la cruz?
En la cruz mueren todas las imágenes de la divinidad: en la cruz hay un Dios que rompe todos los esquemas y nos está abriendo a vivir como experiencia de amor. En Oriente se dice que, aunque el ser humano ha de vivir en la realidad para ser feliz, tiene tendencia a vivir en la ilusión y el mejor instrumento para acceder a la realidad es el amor, no la mente. En ese camino, voy descubriendo una realidad pluridimensional: material, emocional, mental y espiritual, pero todas ellas son parciales porque la realidad última es la relación de todas ellas. Nosotros lo expresamos en la frase de San Juan, “Dios es amor”. En términos filosóficos, podríamos decir que el Ser es relación: la realidad no es una pirámide donde está el Ser y nosotros estamos abajo, sino que la realidad última es la comunión entre todos, vamos a un camino donde nos hacemos relación. Y esa es la experiencia esencial, donde Dios es importante pero también cada brizna de hierba y, por supuesto, cada ser humano en su individualidad es inefable y único. El peligro es que la espiritualidad se centre solo en lo espiritual, porque y si no tiene en cuenta esas dimensiones supuestamente inferiores se convierte en un veneno.
Pero la dimensión de amor y servicio siempre ha estado presente en la Iglesia…
La espiritualidad sana siempre las ha incluido, aunque no lo expresara en estos términos. En el zen, por ejemplo, el último paso del camino es volver al mercado, a la vida cotidiana, descubriendo la profundidad que tiene. San Bernardo habla de 4 estadios del amor, el tercer grado es el amor a Dios, no el cuarto, porque el cuarto es amar al ser humano desde Dios, volver a la vida cotidiana descubriendo una profundidad que antes de haber hecho la experiencia espiritual no percibías.
¿Hemos descuidado en el cristianismo la experiencia mística?
En Occidente, la dimensión de experiencia espiritual, la mística, por diversas circunstancias ha sido olvidada. En la edad media, siglo XII, se configuran dos propuestas de civilización: la del sur de Francia, que cree que el ser humano está hecho para amar y que todo debe de llevar a eso: es la civilización de los trovadores, el amor cortés, etc., marginal pero importante. Frente a ella, surge una reacción encabezada por el papado que interpreta que esa visión puede llevar a la desafección a las instituciones religiosas y emprende una lucha de poder erigiéndose en el máximo poder de Europa; en esa lucha, en la que los poderes seculares le van ganando terreno, se inicia la cultura del poder que va marginando a esa otra visión más amorosa. Y esa marginación incluye el olvido de las mujeres místicas, de la aportación de lo femenino, que ahora estamos redescubriendo en la riqueza espiritual de ese momento. En esa línea, los místicos son olvidados o perseguidos –lo fue San Juan de la Cruz y tantos otros- y se reduce. Es algo que hay que recuperar. El contacto con Oriente nos ayuda a recordar -sin abandonar lo nuestro- que, o vivimos una experiencia espiritual o simplemente estamos viviendo una ideología.
¿Que aporta el monacato laico hoy a la vida moderna?
El monacato institucional hoy tiene poco que aportar, es una figura marginal. También, por no haber hecho los deberes, sigue viviendo en un dualismo enorme lo que dificulta la trasmisión de su experiencia a todos los que no viven en sus mismas condiciones materiales. Pero hay unas verdades en la vida monástica que hay que recuperar. Estamos en un cambio de época, con una explosión de saberes y visiones, en la que el monacato podría aportar una cosmovisión que permita unificar, porque la esencial del monacato es vivir la unidad en medio de la pluralidad, ayudar a crear grupos donde las personas experimenten esa unión en la pluralidad y además puedan integrar la cultura secular con toda la sabiduría de las culturas espirituales y tradicionales.
¿Son el silencio y la soledad una exigencia para el crecimiento espiritual?
El silencio y la soledad nos ayudan a crear un espacio para que todas las sugestiones sociales queden a un lado y podamos saber quién soy más allá de lo que la sociedad me ha dicho, para luego poder volver a la sociedad sabiendo quién soy. De modo que cuando hablamos de soledad, hablamos de libertad. Y el silencio, más que ausencia de palabras, es escucha, ponerme a la escucha de quién soy yo y de lo que es la realidad. Eso es necesario para salir de la experiencia de fragmentación y de alienación. Ahora, yo critico esas espiritualidades que sugieren a todo el mundo lo mismo, sea un retiro de tres días o de un mes, porque no, no todo el mundo ha de hacerlo, incluso puede estar desaconsejado: si estoy viviendo una depresión, o una enfermedad mental debo de cultivarme de otro modo, recibir psicoterapia, etc. Lo que sí tengo es que crecer en conocimiento de mí mismo, en libertad y en amor, que es el camino de la espiritualidad. En mis talleres de meditación hay gente que no es capaz de meditar sentada y no importa, porque la meditación no es una forma, es una escucha amorosa de la realidad para poder encontrarme con ella desde el amor. Y eso puede ser bailar, escribir, andar, una conversación con alguien desde la escucha auténtica, cuando no te juzgo, sino que estoy intentado captar lo que tú eres, eso también es meditación. Son los valores que están debajo del silencio y la meditación los necesarios.
Tu eres uno de los creadores del Círculo de espiritualidad de Podemos, ¿cómo entiendes la aportación de la dimensión espiritual a la política?
De dos maneras. La gente cree que la espiritualidad no tiene nada que ver con la política, pero la política es comprometerse con el bien común y si la espiritualidad es una búsqueda de la unidad, de comunión, ahí un instrumento básico es la política, no necesariamente en sentido partidista sino en el de compromiso por el bien común. Luego, la propia secularidad reclama ya hoy salir del discurso tradicional para ir a la pluralidad, al diálogo, a la trascendencia, a aspectos no racionales que la modernidad despreció. Luego, la posmodernidad nos hizo ver que la realidad es también emocional, corporal y espiritual, de modo que si queremos caminar hacia una civilización más sana deberíamos recuperar todos esos aspectos. Puede ayudarnos a salir de esos modelos políticos de agresión y confrontación para poner por encima de todo el diálogo, el aprendizaje unos de otros, el respeto de la divergencia junto a la búsqueda de elementos comunes, sin demonizar a nadie, porque o nos salvamos todos o no se salva nadie. La espiritualidad nos hace entender que la realidad es comunión y que el otro es un alter ego y no un extraño, y que lo necesito para salir adelante.
¿Ves el mundo de la política permeable a esos valores?
Todavía predomina un discurso antiguo y de confrontación, patriarcal en el fondo, donde yo siempre tengo razón y el otro se equivoca; esto está en contra de lo que la espiritualidad podría aportar. Poco a poco nacen otros discursos en el sentido de la política como dedicación al bien común. Los que estamos más motivados paro ello tenemos que hacer un esfuerzo de visibilización de esa propuesta, para que se nos escuche, igual que tantas propuestas han tenido que visibilizar su existencia, como el movimiento feminista y tantos otros.
O sea, que hay que hablar al mundo político de la importancia de la espiritualidad…
Y de su eficacia, como descubrimiento de que la realidad es amor, es comunión y que si queremos ser eficaces hemos de utilizar instrumentos en consonancia con lo que la naturaleza de la realidad es, que es pluralismo, que es diálogo, que no pueden verse las cosas desde una perspectiva única, que hemos de vivir esa experiencia de unidad de modo que la pluralidad nos lleve al aprendizaje y al enriquecimiento y no a la confrontación, y ahí tenemos mucho que aportar.
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