Vómito

Vivimos en un estado permanente de guerra contra la vida, una guerra que atenta contra las bases materiales que hacen que la vida sea posible.

Ecologistas y ecofeministas no dejan de gritarlo una y otra vez: Vivimos en un estado permanente de guerra contra la vida. Una guerra no al modo de las guerras tradicionales como la de Ucrania, u otras menos visibles como la de Yemen, sino una guerra que atenta contra las bases materiales que hacen que la vida sea posible. Por eso muchas de las catástrofes naturales de las que estamos siendo testigos y sus miles de víctimas no son tan “naturales”, sino, mal que les pese a los negacionistas, son consecuencia del abuso, el maltrato y la violencia contra la tierra, nuestra casa común.

Hace unos días en una webinar con un activista griego amigo al preguntarle por la situación que atravesaba el país no dejaba de repetir la palabra apocalipsis y continuaba diciendo: Primero el fuego, ahora las inundaciones. Es muy difícil imaginar cómo vamos a poder resistir a este desastre. El pueblo griego y los miles de refugiados y refugiadas que conviven entre nosotros desde la crisis de 2008 somos especialistas en sobrevivir en medio de lo imposible, pero ¿cómo resistir a este apocalipsis y sus consecuencias? 

También las recientes catástrofes de Marruecos y Libia y sus miles de víctimas se han cebado sobre todo con las poblaciones más vulnerables y deprimidas de estos países, despojadas de lo poco que tenían y, sobre todo, de sus vidas. Las poblaciones de las montañas milenarias del Atlas son hoy un llanto que ensordece nuestros oídos con su desesperación y angustia, a la vez que la respuesta de la sociedad civil para organizarse, sin apenas recursos, enun régimen donde la libertad y los derechos humanos siguen siendo una asignatura pendiente.

La tierra vomita, no aguanta más tanto expolio. Protesta con la rebelión de sus fosas tectónicas a la violencia que el capitaloceno ejerce -ejercemos- contra ella cada día. La justicia climática y los derechos de la tierra son un grito que no podemos seguir desoyendo o aplazando. Desde la desaparición de la mariposa monarca en México al último niño de cuatro años, hallado muerto bajo los escombros de una mezquita en el sur de Marruecos, estas vidas reclaman justicia y reparación, propósito de la enmienda, decíamos en el catecismo de la Iglesia católica, cambio de rumbo, señala la encíclica Laudato si.

El decrecimiento no puede ser sólo un deseo ecologista, tiene que ser sí o sí, como dice Yayo Herrero; tiene que atravesar nuestra sensibilidad, nuestros hábitos de vida, nuestra economía y nuestra política.

Hace unos días me decía un amigo, profesor de geografía en una escuela concertada, que tras abordar en clase el tema del cambio climático, un grupo de padres se habían quejado al director del colegio por considerar que eso era hacer política. Escuchándole me hice consciente que la guerra contra la vidano se combate con armas ni con ejércitos obedientes, se combate con hombres y con mujeres conscientes de que somos naturaleza y que, como ella, tenemos límites que hay que respetar. Se combate no con francotiradores, sino con mujeres y hombres que han despertado de la pesadilla de la autonomía y el individualismo y redescubren que el cuidado, la inter y la eco dependencia no son un imperativo ético, sino la única forma de poder vivir y sobrevivir, de asegurar la sostenibilidad y la felicidad de las mayorías en el planeta. Hombres y mujeres que vomitan, como hace la tierra con los volcanes, los valores capitalistas que se nos han inoculado en vena: acumulación, competencia, patriarcado, racismo, colonialismo.  

La guerra contra la vida se combate desde el fortalecimiento comunitario que teje derechos universales, renunciando a los propios privilegios. Se construye con inteligencia colectiva, con alegría, entusiasmo, coraje e imaginación radical para poner la vida en el centro de la convivencia, la política, la economía la vida y el cuidado de la vida, en lugar de la sacralidad del dinero y el crecimiento por encima de los territorios y las vidas dignas.

Porque como ya profetizaron las poblaciones originarias de América delNorte: Cuando hayáis talado el último árbol y acabado con el último pez os daréis cuenta de que el dinero no se puede comer.

Vomitemos.  

Autoría

  • Pepa Torres

    Teóloga y religiosa Apostólica del Sagrado Corazón de Jesús, vive en una comunidad intercongregacional en el madrileño barrio de Lavapiés. Allí apoya los movimientos sociales y la defensa de los derechos humanos, especialmente desde la Red Interlavapiés. Escribe en alandar la sección "Hay vida más allá de la crisis".

2 comentarios en «Vómito»

  1. Gracias por alentar el vivir cultivando la sensibilidad hacia el hermano /a, hacia todo lo creado y por ayudarnos a seguir reflexionando y avisando conciencia de q estamos llamados/as a la comunión con todo y q solo juntos podemos avanzar en el camino.
    Gracias por la fuerza, el sentido y la luz q nos regalan tus palabras de anuncio de Vida y que nos reclaman revisar nuestras actitudes y nuestro compromiso con la Vida toda.

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