La salvación de España

En Madrid, en la esquina de las calles Doctor Esquerdo y O´Donnell, hay una iglesia en la que se celebra misa en latín. Hace poco, pasando por delante de ella, se me ocurrió entrar a curiosear. Me enteré de que un instituto católico la compró en agosto por 270.000 euros. No sé a quién pertenecía antes, pero me pareció un precio de saldo, aunque bien es cierto que se trata de una arquitectura neogótica bastante fea.

Lo que más me sorprendió, sin embargo, fue un cartel que convocaba a rezar el rosario una vez al mes ante una estatua de la Virgen en el Parque del Oeste “por la salvación de España y del mundo”. Dio la casualidad de que en ese momento salía un cura de sotana y aproveché para preguntarle: ¿De qué hay que salvar a España?  Sin detenerse y como diciendo algo evidente me contestó: de los ataques del demonio.

Reflexioné: para el cristianismo no son las naciones sino las personas quienes se salvan o se pierden. Que España se salve parece, pues, equivale a que lo hagan un número apreciable de sus ciudadanos. ¿Estará bien un 90%?  Parece que, si las cosas van por ese camino, el demonio entra en liza para lograr una rebaja sustancial en ese porcentaje. Pero si vamos al Parque del Oeste a rezar el rosario el diablo no tiene más remedio que batirse en retirada. O puede que haya intervenido la Virgen, que no lo hubiera hecho si no hubiésemos rezado el rosario.

La verdad es que ante tal cúmulo de despropósitos me vino a la mente -como en otras ocasiones- la figura de Chesterton, que reivindicó una y otra vez lo razonable en el cristianismo y decía, como he citado muchas veces, que para entrar en la iglesia hay que quitarse el sombrero pero no la cabeza.

Naturalmente que España tiene necesidad de salvación. Necesita salvarse de la desigualdad, de la pobreza, del paro, de la violencia, del desamparo de muchos de sus habitantes. Y lo mismo se puede decir, en mayor proporción, de la salvación del mundo. Pero es confundir, lamentablemente, las cosas y mezclar planos diferentes pensar que eso se va a conseguir rezando el rosario en público, celebrando misas en latín o vistiéndose los curas con faldas. Como se decía cuando yo era pequeño, eso es confundir la velocidad con el tocino.

España se salvará si hay suficientes personas que dediquen su vida y sus esfuerzos a los pobres, que creen instituciones en su beneficio, que se opongan a los depredadores y a los violentos, que impulsen leyes que favorezcan la justicia y la igualdad.

No cabe duda de que en ese combate deben estar los católicos, los seguidores de Aquél que vino a prender fuego a la tierra, y que su lucha tiene que estar sostenida por una espiritualidad. Si alguien quiere alimentarla con el rezo del rosario, un estilo de oración repetitiva, santo y bueno. Pero sabiendo que eso de por sí no echa al demonio ni salva a España.

Contra la opinión y la buena voluntad de quienes organizan esos eventos, los despropósitos en los que se basan no contribuyen sino a ahondar el desprestigio social de la Iglesia en España que, según reflejan las estadísticas, va aumentando paulatinamente.  Porque una cosa es lo que san Pablo llama la necedad de Dios (1 Cor 12,25) y otra los desatinos y dislates que se han organizado y se organizan en su nombre, que no resisten el menor análisis y ponen a la Iglesia en el nivel de las sectas, curiosas pero irrelevantes. Todo eso hecho, por supuesto, con la mejor voluntad del mundo.

Y por cierto: un demonio que se bate en retirada ante un grupo de madrileños rezando el rosario, como ante el agua bendita que le echaba santa Teresa, ciertamente no es digno de existir. Que es lo que ocurre en realidad.

Carlos F. Barberá
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2 comentarios en «La salvación de España»

  1. Apreciado Carlos: Tu comentario está lleno de «sentido común» y no puedo por menos que compartirlo, como se decía antes, «de la cruz a la raya»
    Sigue escribiendo con tu estilo y tu verdad; es de agradecer. ELOY

  2. Maria Dolores Álvarez de la Puente

    Gracias Carlos
    Deberías publicar este artículo también en ABC está lleno de sentido crítico respetuoso y que daría que pensar a muchos que parece no se hacen preguntas sensatas y universales como las tuyas.
    Gracias por tus escritos

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