No creo que nadie pueda acusarme de complicidad o cercanía a los obispos. En muchas ocasiones he escrito denunciando o reprochándoles palabras o actitudes. Como escribidor compulsivo de cartas que soy, les he dirigido muchas, con muy escasa respuesta. Hace poco he escrito al cardenal Osoro recordándole la parábola de la oveja perdida y recriminándole que nunca haya aparecido por los congresos de teología.
Sin embargo, no dejo de reconocer que, en situaciones de conflicto con la sociedad, los obispos se encuentran siempre en desventaja. Así es, a mi modo de ver, en esta cuestión de las inmatriculaciones. La Conferencia Episcopal ofrece su versión con documentos y comentarios en su página web -que nadie lee- y sus contrincantes, en cambio, siembran por las redes sociales consignas contundentes: «no 1.000… sino 100.000», «lo que ha pagado el pueblo que sea para el pueblo». O, por la boca de Evaristo Villar, portavoz de Redes Cristianas: «Las inmatriculaciones son anticonstitucionales y antievangélicas» Nada menos.
Mi intención es defender en estas líneas que no son ni una cosa ni otra.
No son anticonstitucionales porque nadie lo ha dicho ni ha presentado recurso alguno. El propio Gobierno ha firmado un acuerdo con la Iglesia que a muchos ha sonado a traición, cuando no ha sido sino una muestra de sentido político.
No son antievangélicas. ¿Por qué habrían de serlo? Uno de los críticos de los obispos se apoya en el episodio de Zaqueo, lo que me parece muy traído por los pelos. Zaqueo se da cuenta de que tiene que poner sus bienes al servicio de los pobres, cosa que la Iglesia ha hecho desde siempre.
Supongo que lo antievangélico no será que la Iglesia tenga propiedades. ¿100.000? Pues sí, las que le sean necesarias.
Como ya es sabido, las propiedades inscritas desde 1998 a 2015 han sido unas 34.000. Pero, por poner un ejemplo, en la Comunidad Autónoma de Madrid hay unas 850 parroquias y cerca de 1.000 centros sociales y asistenciales. Añádanse monasterios, conventos, casas parroquiales, oficinas, plazas de garaje…
Así, pues ¿cuál es el problema? Contestar a esto exige un pequeño recorrido histórico. En 1863 la creación del Registro de la Propiedad excluye a la Iglesia de los beneficiarios, quizá porque todo el mundo sabía cuáles eran sus bienes. En 1945 la reforma de la Ley Hipotecaria permite a la Iglesia inmatricular sus bienes, pero no sus templos. Lo hace aplicando el mismo sistema de los bienes públicos, con el solo certificado de un funcionario. La razón parece ser que muchos bienes muy antiguos carecían del título de propiedad. Finalmente, la ley de 1989 permite inmatricular los templos y la Iglesia lo hace masivamente.
Los detractores afirman que ese modo de inmatriculación es un privilegio que convierte la ley en injusta y, por tanto, ilegítima. En pocas palabras, que una ley admita excepciones para circunstancias excepcionales no la invalida necesariamente.
Personalmente no estoy de acuerdo con los obispos no por abusones o acaparadores sino por tontos. Instalados en su mundo, no parecen haber previsto las reacciones, sobre todo en casos como la mezquita de Córdoba, la Giralda o el Miguelete (aunque nadie proteste de que las demás catedrales sea la Iglesia quien las conserva y mantiene).
Quiero terminar con una historia personal. Cuando en 1971 llegué como párroco a Leganés, la parroquia no tenía ni templo ni casa parroquial. Más o menos al año compré un local (como entonces se hacía, firmando un número de letras) e inauguré la parroquia de San Eladio. Las letras las pagaban los feligreses y yo mismo, que había entrado a trabajar en el psiquiátrico. Cuando hubo que escriturar el local se hizo a nombre del obispado. Eso suscitó algunas protestas: ¿lo hemos pagado nosotros y ahora se queda el obispado con ello? Hay que escriturarlo a nombre del barrio. Naturalmente, eso era imposible y menos hacerlo a nombre de Leganés para que lo adquiriera el Ayuntamiento.
Lo mismo ocurrió con un local que adquirimos entre una señora y yo y que se dedicó a club de ancianos. Y por fin con la parroquia que se construyó en un terreno reservado en los planos de la colonia.
Siento haber sido tan antievangélico y tan anticonstitucional. Lo primero porque no fue para el pueblo lo que había pagado el pueblo. Y antievangélico por haber añadido tres inmuebles al ya enorme patrimonio de la Iglesia y haberlo hecho con el privilegio de tener un terreno reservado, cosa que no pudieron tener los que hubieran querido instalar una discoteca o un burdel.
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Pues, a mi me gusta el articulo de las Inmatriculaciones
por Carlos F. Barberá11 de noviembre de 2022. Creo que lo que dice es correcto y que es de lógica lo que, la iglesia a hecho con las inmatriculaciones… quizás lo que dice de que «…Personalmente no estoy de acuerdo con los obispos no por abusones o acaparadores sino por tontos. Instalados en su mundo, no parecen haber previsto las reacciones, sobre todo en casos como…» Por otro lado estoy totalmente con lo que comenta Carlos F. Barberá. Y lo digo porque cuando en mi barrio el párroco construyo la Iglesia la puso a nombre de Obispado y nadie protesto sino al contrario… apoyaron la propuesta ya que como Iglesia que somos todo lo que tenemos es de la Iglesia porque todas y todos somos Iglesia…
Felicito a Carlos F. Barberá por su articulo