Separados, pero hermanos
El 31 de octubre de 1517, un fraile agustino de nombre Martín Lutero clavó en las puertas de la iglesia del palacio de Wittenberg las… Leer más »Separados, pero hermanos
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Increíble, pero mentira. Así se llamaba una sección de los tebeos de Bruguera que ideó Francisco Ibáñez a comienzos de su carrera en los años… Leer más »El islam moderado pierde la batalla
San Romero de América, en feliz denominación de Pedro Casaldáliga, ya es considerado santo por muchos en todo el continente latinoamericano y mucho más allá. O, mejor todavía, Romero sigue viviendo en ellos, como profetizó él mismo: “No creo en una muerte sin resurrección. Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño (…). Si consiguen matarme, diles que perdono y bendigo a los asesinos. ¡Si pudieran ver cómo pierden el tiempo! Podrá morir un obispo, pero la Iglesia de Dios que es el pueblo no desaparecerá nunca”. Romero dijo esto a una periodista mexicana dos semanas antes de morir, justo tras predicar sobre el grano de trigo que debe caer en la tierra y morir para dar fruto.
La ordenación “presbiteral” de hombres casados –los llamados “viri probati”- está cada vez más cerca en la Iglesia católica. Y en manos de los obispos. Lo ha afirmado recientemente el cardenal alemán Walter Kasper. Y ya lo había dejado caer Francisco, hace unos meses, en una entrevista al semanario también alemán Die Zeit. El papa habló de la necesidad de reflexionar sobre la cuestión y se refirió a “situaciones extremas” que se dan hoy en la Iglesia.
Se llaman Dieudonné y Kobine. Son centroafricanos. El uno se apellida Nzapalainga y es arzobispo de Bangui, la capital de su país y, desde noviembre pasado, el cardenal más joven de la iglesia católica, con su medio siglo de vida recién cumplido. El otro lleva el nombre de Layama y es imán de la mezquita central de la misma ciudad. En su tierra los conocen como los “mellizos de Dios”. Que, en realidad, son tres, porque hay que añadir un tercer mellizo a la hermandad: Nicolas Nguerekoyame, pastor de la Alianza Evangélica de la República Centroafricana.
A primera vista, los términos “feminismo” e “islam” parecen contrapuestos. Pero quien lo piense así se equivoca. En las últimas décadas, teólogas musulmanas que abarcan todo el espectro geográfico islámico, de Marruecos a Indonesia, pasando por otros países -como Estados Unidos o Gran Bretaña- han irrumpido en el debate público manifestando su visión propia de la religión, contestando con sus mismas armas teológicas al islam patriarcal y a las instituciones establecidas y reivindicando la igualdad del hombre y la mujer ante Alá que proclama la letra del Corán.
Estas teólogas son muy diferentes unas de otras y no están organizadas entre sí, aunque sí interrelacionadas. Entre ellas, hay mujeres piadosas y poco practicantes, de países musulmanes y estados occidentales. Unas trabajan de forma individual, como la socióloga y profesora británica Ziba Mir-Hussein o la afroamericana conversa Amina Wadud.
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