“Si no paras de decir mentiras, el concepto de verdad simplemente desaparece”

¿Es fake news el nombre imperialista y moderni de la mentira? En traducción literal, significa “noticia falsa”, pero algunos autores consideran que el término apropiado es “desinformación”, porque va más allá de hacer pasar mentiras por verdades. Una de ellas es Simona Levi, coordinadora del libro Fake you[1], dramaturga, activista, impulsora del movimiento 15MpaRato el cual jugó un importante papel en el encarcelamiento del ex ministro, y de la plataforma de activismo digital Xnet[2], que ofrece información muy interesante sobre este tema. Levi escribe: “La desinformación no comprende solo la información falsa, sino que también incluye la elaboración de información manipulada que se combina con hechos o prácticas que van mucho más allá de cualquier cosa que se parezca a una noticia”. Las nuevas tecnologías abren un mundo de posibilidades, que aprovechan muy bien los adictos a la desinformación, bots, cuentas falsas de twitter, seguidores falsos (un millón de seguidores falsos cuestan entre 3.500 y 15.000€), etc.

No hablamos de cotilleos, sino de una práctica sistémica, generada por quienes se benefician y mantienen el statu quo: gobiernos, instituciones, partidos políticos, grandes poderes económicos y mediáticos (perdón por la redundancia) y gentes de esa calaña, que son quienes tienen medios para perpetrarlo.

Lo que se persigue no es tanto engañar como intoxicar. ¿Cuál es el resultado? En la conferencia “El secuestro de la verdad”[3] que abrió las III jornadas de pensamiento, fe y justicia de Cristianisme i Justícia, Joan García del Muro, profesor de la Universitat Ramon Llull y autor del libro Good bye, veritat, lo dijo muy claro: la verdad se convierte en irrelevante. No que algo sea cierto o falso. La noción misma de verdad. En palabras de Chomsky, “si no paras de decir mentiras, el concepto de verdad simplemente desaparece”. Pilatos, que era un postmoderno y un visionario, ya lo dijo: “¿qué es la verdad?”. Y se lavó las manos de las consecuencias de sus decisiones.

Cada rebaño en su redil

El profesor García del Muro abrió su intervención confesando su cotidiana alegría al comprobar cada mañana, cuando mira sus redes sociales, que todo el mundo piensa como él. Esa es una parte importante del problema, que, cual target del negocio publicitario, a cada grupo social nos llega una información diferente, lo que vehicula y construye mundos diferentes. Eso imposibilita el debate. Ya no se confrontan ideas, lecturas de la realidad. Cada parroquia vive en su universo. Da igual la realidad porque da igual la verdad más elemental, la de los hechos. Eso no es debate, sino guirigay. Lo contrario de una sociedad plural que convive en la diversidad.

Esto ocurre porque, como a los seguidores en twitter y las “amistades” de facebook, elegimos los medios por los que nos informamos. Pero no sólo. Como dice García del Muro en una entrevista en El crític, “el problema hoy en día es más grave porque ya no somos nosotros quienes elegimos los canales por los que nos queremos informar: los algoritmos de las redes lo hacen por nosotros sin que seamos conscientes ni los controlamos.”

A quién corresponde verificar

La solución no es fácil porque tras todo este asunto hay intereses muy poderosos de estamentos aún más poderosos y porque entre los generadores de fake news están quienes tienen la responsabilidad de garantizar el derecho de la ciudadanía a una información veraz y pertinente. Esa es una parte importante –muy importante- del problema. Se les ocurre que tienen que luchar contra la mentira, pero no en los medios tradicionales –prensa, tv, etc.-, sino en las redes. ¡Qué casualidad! precisamente los entornos comunicativos más democráticos. Las regulaciones que se les ocurren son para limitar la libertad de expresión de las gentes de a pie. Simona Levi cita una intervención de un eurodiputado del PP, Ramón Valcárcel: “Ante el novísimo peligro de la desinformación y de las fake news –decía- y por vuestro propio bien [¡siempre pensando en nuestro bien!], la solución consiste en regular la libertad de expresión”. “De forma consensuada, por descontado”, añadió. ¡Que no falte el consenso!

“Lo que se necesita para luchar contras las fake news –escribe, por el contrario, Levi- es más y mejor democracia y menos tecnofobia y criminalización de las libertades; más rendición de cuentas y verificación y menos impunidad, paternalismo desinformado y monopolio de los medios y los recursos informativos.” A mí se me ocurre que hace falta separación de poderes. No sólo los de Montesquieu (que también andan más confabulados que separados, entre sí y con los reales), sino los de verdad, los económicos, mediáticos, los oscuros que nunca elegimos y nunca dan la cara. Por supuesto que hacen falta leyes, pero leyes que garanticen el acceso de la ciudadanía a una información veraz, honesta y pertinente[4], no que controlen y repriman.

Resulta llamativo que se suela responsabilizar a la parte receptora de la comunicación de no contrastar, cuando es la más débil, y cuando corresponde al Estado garantizar las condiciones para que la ciudadanía ejerza sus derechos fundamentales. El filtro de verificación tiene que aplicarse no en el último eslabón sino en la verdadera fuente. Levi subraya algo que se ha normalizado: los medios son con frecuencia “simples altavoces  de gobiernos, partidos y corporaciones, y muy a menudo se limitan a replicar, sin verificar, las notas o ruedas de prensa” de estos actores.

Es innegable que los y las profesionales tienen su propia responsabilidad. Está bastante olvidada una vieja máxima del periodismo: “si tu madre te dice que te quiere, contrástalo”. Y contrastar no es publicar todos los puntos de vista, sino que, si una fuente dice que llueve y otra que hace sol, el periodismo riguroso abre la ventana para ver qué tiempo hace.

Mientras el panorama mejora, tendremos que espabilarnos y someter al tercer grado la información que nos hacen llegar. A fin de cuentas forma parte del ADN de la democracia la vigilancia de los poderes por parte de la ciudadanía (no al contrario). Existen iniciativas de verificación de información (fact-checking, con denominación en la lengua del imperio, of course). Imposible citarlas todas; no es difícil encontrarlas. Las hay de los propios medios y promovidas por periodistas. Por ejemplo, Público ha creado una, TJ Tool (https://bit.ly/2XuPwfQ). Es probable que conozcan algunas, como Maldita.es, Verificat, o El Sabueso. Otras -los fact-checking distribuidos-, que pueden funcionar de manera similar al de las publicaciones científicas o al de la Wikipedia, son más democráticas porque las aplican los usuarios.

La moraleja para mí es clara: informarse es una actividad, un verbo que nunca debe conjugarse en voz pasiva.


[1] Levi, Simona (coord.). Fake you. Rayo verde. 2019. En adelante, las citas atribuidas a Levi son de este libro.

[2] https://xnet-x.net/

[3] Pueden disfrutarla completa en https://www.youtube.com/watch?v=h4ltQDUWGr4

[4] Xnet propone una https://xnet-x.net/ley-fakeyou/

Autoría

  • Araceli Caballero

    Periodista y filóloga (además de componente del consejo de redacción de alandar desde sus inicios), lleva más dos décadas trabajando en organizaciones sociales vinculadas a la defensa de los derechos de la gente que habita el Sur pobre del planeta.

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