Adelaida Sueiro Cabredo
Profesora del Dpto. de Teología de la Pontificia Universidad Católica del Perú, asesora del Área de Reflexión Teológica del Instituto Bartolomé de las Casas

La opción preferencial por los pobres (OPP) es una expresión teológica que se forjó en la Iglesia latinoamericana, entre Medellín y Puebla, para dar nombre a un nuevo camino que ya había comenzado a recorrer unos años atrás. Esta tarea eclesial era alimentada por una reflexión teológica latinoamericana que, de manera nueva, se preguntaba cómo hablar de Dios en una realidad social marcada por la pobreza y el sufrimiento. La OPP es una experiencia medular en la vida de la Iglesia Latinoamericana: dar testimonio del Dios de la vida.
Tiempos previos a Medellín
Dos huellas en la memoria histórica de la Iglesia latinoamericana:
a. Reflexión bíblica sobre la pobreza
En el Curso de Teología de 1995, Gustavo hace memoria de esos tiempos originarios – 1967 – y, desde una reflexión bíblica que nos interpela, distingue tres nociones de pobreza:
- Pobreza real: (o material, como se suele decir) es un mal, no es un ideal en la vida cristiana.
- Pobreza espiritual o infancia espiritual: es una noción central del Evangelio.
- Pobreza como compromiso: es una opción de solidaridad y protesta. Protesta contra la pobreza y solidaridad con los pobres. Fundamento cristológico: rechazo del pecado y amor por los pecadores.
b. Teología de la liberación
La reflexión teológica latinoamericana fue encontrando nombres para referirse a ella como “teología del pueblo”, “teología del desarrollo” y otro más. Gustavo Gutiérrez, que trabaja la raigambre bíblica de la experiencia de fe del pueblo latinoamericano, llama a esta reflexión “teología de la liberación”. Como el autor expresa: “La teología de la liberación nos propone, tal vez, no tanto un nuevo tema para la reflexión, cuanto una nueva manera de hacer teología. La teología como reflexión crítica de la praxis histórica es, así, una teología liberadora, una teología de la transformación liberadora de la historia de la humanidad y, por ende, también de la porción de ella – reunida en “ecclesia” – que con fiesa abiertamente a Cristo”.
En el umbral de una nueva época histórica
1.En Medellín (1968), los obispos perciben: “Estamos en el umbral de una nueva época histórica de nuestro continente, llena de anhelos de emancipación total, de liberación de toda servidumbre, de maduración personal y de integración colectiva. (…) un evidente signo del Espíritu que conduce la historia” (Documento de Medellín, DM).
Desde ese umbral, los obispos se comprometen por “la vida de todos sus pueblos” (DM) y buscan: “Que se presente cada vez más nítido, en Latinoamérica, el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación del hombre y de todos los hombres” (DM).
En actitud profética, la Iglesia latinoamericana empeñó su palabra en una promesa cuyo cumplimiento, como aprendemos en la tradición bíblica, se abre al futuro de generación en generación. Medellín marca un hito importante en la vida de la Iglesia latinoamericana. El método de la reflexión teológica que lo alimenta “coincide con el camino de la fe” y exige estar atentos a los signos de los tiempos. Lo cual, por un lado, permite ver las nuevas exigencias y aun los límites del propio esfuerzo de la Iglesia. Por otro lado, profundiza en las exigencias del nuevo momento histórico que requiere creatividad histórica y fidelidad al reino de Dios y su justicia. Se trata de responder desde América Latina la pregunta de Juan XXIII: “¿Qué hacer para que el Reino venga?” Diríamos en lenguaje secular: ¿cómo forjar sociedades más justas y fraternas?
2.Ver la realidad con ojos de Evangelio llevó al Episcopado latinoamericano a “no quedarse indiferente ante las tremendas injusticias sociales (…) que mantienen a la mayoría de los pueblos en una dolorosa pobreza cercana en muchísimos casos a la inhumana miseria” (DM).
Asimismo, asume las tres nociones de pobreza, fruto de la reflexión teológica previa a Medellín: a) Pobreza real: denuncia la injusta repartición de los bienes de este mundo y el pecado que la engendra. La pobreza de la Iglesia y no sólo de cada cristiano es una opción de protesta y solidaridad. b) Pobreza espiritual: convoca a una actitud de infancia espiritual, comprometida con la preferencia del amor de Dios por los pobres. c) Pobreza como compromiso: Llama a toda la Iglesia a dar testimonio de cercanía, desde las experiencias pastorales de compromiso con los pobres (DM).
La expresión opción preferencial por los pobres surge en los años setenta y llega a Puebla (1979). En el documento final da fe de la importancia que tiene este compromiso para la vida de la Iglesia: “Volvemos a tomar, con renovada esperanza en la fuerza vivifi cante del Espíritu, la posición de la II Conferencia General, que hizo una clara y profética opción preferencial y solidaria con los pobres, no obstante, las desviaciones e interpretaciones con que algunos desvirtuaron el Espíritu de Medellín, el desconocimiento y aun la hostilidad de otros. Afirmamos la necesidad de conversión de toda la Iglesia para una opción preferencial por los pobres, con miras a su liberación integral” (Documento de Puebla).
Esta opción ha sido proclamada como “firme e irrevocable” en Santo Domingo (1992) y reafirmada por el magisterio universal (Juan Pablo II, Discurso inaugural en Santo Domingo) y “asumida con nueva fuerza” (Documento de Aparecida, 2007).
La hondura evangélica de esta opción ha enriquecido la pastoral, la espiritualidad y la reflexión teológica latinoamericana, y lo más significativo es que forma parte del rostro e identidad de la Iglesia latinoamericana, como lo afirma el Documento de Aparecida. Aparecida es un nuevo hito importante en la vida de la Iglesia latinoamericana. Es un punto de llegada después de un largo recorrido de compromiso en la defensa de los derechos y la vida de los pobres del continente y, a la vez, es punto de partida en el que se abren viejos y nuevos desafíos en la tarea de anunciar el Evangelio.
3.La irrupción de los pobres
A lo largo y ancho del continente, en las comunidades cristianas de base, aprendimos a mirar la realidad con los ojos de la fe y la razón y a ver el palpitar de la vida en medio de ella. Pudimos percibir como un hecho mayor de nuestra historia “la irrupción de los pobres”. Los insignificantes para la sociedad se hicieron presentes en la escena política, económica, cultural, religiosa, como no lo habían hecho antes en la historia del continente, para defender y reclamar por sus derechos como personas y su presencia activa en la sociedad.
En América Latina, la irrupción de los pobres no es un dato del pasado. Los pobres siguen llegando a la escena histórica, no sólo con su pobreza – carencias, sufrimientos, frustraciones – sino también con sus capacidades, con la demanda de sus derechos fundamentales, con sus proyectos, anhelos y posibilidades de desarrollo integral. Llegan también con su fe. Fe que desde el comienzo alimenta y acompaña este proceso. La mayor novedad está hoy en que sus voces se multiplican y se desarrolla en ellos y ellas su condición de agentes y crece su búsqueda de hacer suya la historia.
En esta experiencia de conquista de vida y liberación, muchos hombres y mujeres pobres han ido redescubriendo su fe en Dios como un pozo de agua fresca que sacia su sed de esperanza y da fuerza a su compromiso para acabar con la pobreza y con todo aquello que intenta legitimar la subordinación y exclusión. Crece en ellos y ellas su valor como personas, y se les revela el sentido de sus vidas que abre inéditos caminos a recorrer.
Tiempos de transformación y caminos nuevos a transitar
La Iglesia latinoamericana y caribeña, a través de sus conferencias generales del episcopado, ha ido recogiendo una larga lista de “rostros de los pobres”. Ellos son expresión de la irrupción del pobre, un signo de los tiempos que hoy adquiere dimensiones planetarias.
No hay que perder de vista que la globalización es un escenario donde se concentra el poder en los más fuertes, quienes “tienden a disminuir la identidad de las regiones más débiles y pobres haciéndolas más vulnerables y dependientes” (Documento de Aparecida). Es un “mundo cerrado”, entre sus sombras esconde, margina, abandona en la orilla del camino a quienes ya no necesita y son insignificantes para la sociedad, se les considera desechables.
Sin embargo, la irrupción del pobre en el escenario del mundo globalizado es un signo de los tiempos, permite a la reflexión teológica analizar la realidad, descifrar el significado del silencio que acompaña al sufrimiento, escuchar la voz de los pobres que, desde múltiples lugares del mundo entero, claman por su vida y anhelan su liberación. Igualmente, nos descubre la urgencia de transformar, desde sus raíces, el mundo en que vivimos. Asímismo, nos acerca la palabra de Dios, que se revela en acontecimientos humanos, despertando esperanza y suscitando anhelos, sueños que podemos construir juntos. Contribuye al renacimiento de una aspiración universal de fraternidad.
Jesús anuncia a Dios como un padre misericordioso, quiere decir que guarda a los pobres en su corazón. Dios no sólo aboga por los insignificantes para la sociedad, sino que se identifica con ellos. El texto de Mateo 25 llama la atención no sobre el resultado al que se puede llegar al final del camino, sino sobre nuestras maneras de vivir, se trata de construir relaciones entre nosotros, de cuidar la naturaleza y el ambiente, de conocer el tipo de sociedad en que vivimos y el modelo de desarrollo por el que se ha optado.
Jesús nos llama a crear relaciones de fraternidad con apertura universal. La cotidianidad de la historia nos trae la exigencia de la práctica diaria del amor, con la gratuidad y libertad que le son propias, y la práctica de la justicia en el mundo globalizado de hoy.
Puede visionarse la conferencia del autor en el Instituto Bartolomé de las Casas aquí:
[1] Esta es una versión resumida del artículo “Opción preferencial por los pobres: El aporte mayor de la vida y de la reflexión teológica de la Iglesia latinoamericana” publicado en la revista Páginas Nº 264, diciembre 2021.
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