Mi juventud comenzó antes de lo debido, cuando cumplí los 14 años y comencé a trabajar fuera de casa, pero acabo de leer en Wikipedia esto que me dejó por los suelos: “Las Naciones Unidas han definido la juventud como la edad que va de los 15 a 25 años”, y agrega lo que terminó de sepultarme a la adultez más larga de la historia: “La juventud es un proceso relacionado con el período de educación en la vida de las personas y su ingreso al mundo del trabajo”, con lo que puedo asegurar que jamás he sido joven.
Mi caminar sin juventud fue a paso de galope, trabajo por aquí y por allá sin parar, salvo en las vacaciones, un mes cada año. Estoy convencida que no hay nada que acelere la madurez salvo el trabajo, hacerte responsable o el que te hagan responsable de muchas cosas que sostienes con los hombros (tus hombros), que de tanto sostener te agotas y de tanto agobio cada fin de mes, al recibir tu paga, sientes tensión al gastarla. Si gastas con despilfarro es que todavía eres joven. Los de vejez prematura tenemos una marquesina que recorre nuestras frentes diciendo intermitentemente: “Con el sudor de tu frente, cada centavillo”.
Después viene el rollo de ser un adulto responsable: Compro sólo lo necesario, por no decir lo estrictamente necesario. Odio la moda y las marcas, para vestirme prefiero la practicidad. No voy a fiestas porque antes de gastar en tragos prefiero ahorrar, y además ya no me divierto como antes. ¿Para qué ahorro? Para pagarme la maestría o el doctorado, y, si no es nada relacionado con estudios, para comprarme el piso, (los de vejez prematura odiamos las hipotecas largas). ¡Cien dólares para ir a un concierto de un grupo del momento! Sólo si Beethoven resucita. ¿Salir? Estoy agotada, prefiero quedarme en casa.
Aunque estoy metida en el Facebook, Hi5, Youtube, Twitter, Msn, Skype y demás, no consigo entenderlos del todo bien. Envidio a Barak Obama, quien hizo una excelente campaña de publicidad porque utilizó todas las ventanas virtuales posibles y, ahora que es presidente de EE.UU., no quiere desprenderse de su Blackberry para seguir “en contacto”. A mí casi me obligaron a utilizar el Hi5 y el Msn, de lo contrario mis amigos borraban mi existencia. Confieso que dejé de utilizarlo con frecuencia cuando mis contactos comenzaron a reemplazar palabras por emoticonos y a resumir el lenguaje. Me demoraba en responder porque no entendía lo que escribían.
Mi teléfono móvil es polifónico pero hace mucho que cambié el tono de llamada al clásico “ring, ring”. Tiene cámara de fotos y vídeo pero las únicas imágenes captadas por ese lente las hicieron mis sobrinos. Los jóvenes me envían, vía Bluetooth, animaciones que nunca utilizo porque nunca envío mensajes multimedia. Tampoco los recibo y agradezco que en Perú todavía no utilicen este medio para perturbarnos.
Con la música pasa lo mismo, no sigo tendencias, salvo el Pop que, por lo menos el que escucho, es como un rock moderado para escuchar, no como el punk, rave, dance, electro pop, new rave o el hardcore punk y otros géneros que requieren un look adecuado. Estoy hablando de mi lado comercial porque la música que disfruto en la intimidad son los valses criollos y los boleros que me hacía escuchar papá.
Prefiero leer ensayos a best-sellers del momento. En películas opto por las independientes. Comida, la que se preparan en casa. Viajes, nada como la playa para relajarme. Estoy pendiente de los noticieros, leo las editoriales de los periódicos, planifico, pienso mucho antes de tomar una decisión, me preocupo –mucho- y sobre todo envidio a los jóvenes que no tienen ni un atisbo de vejez prematura, que disfrutan de las fruslerías de la vida. Como deberíamos hacer todos, siempre.