Seguramente sea por tener más vitalidad que experiencia, o quizá por ese punto de impulsivo en nuestras acciones, no lo sé… El caso es que por todas partes se pretende sacar partido de los jóvenes. Marcas de ropa, equipos de fútbol y partidos políticos (entre muchos otros) dedican enormes esfuerzos a engañarnos para que nos identifiquemos de por vida con sus productos, colores o ideas. Parece ser que estas mentes nuestras están coloreadas con un blanco y negro tan nítidos que no dejan apenas lugar a posiciones intermedias. Así que todos estos anzuelos o bien nos dejan indiferentes, o los mordemos con tanta fuerza que quedamos a merced de quien agarra la caña, esclavizados por puro placer. Y dispuestos a apoyar cualquier idea hasta el final sin cuestionárnosla. Es por esto que les interesa tanto conseguir forofos, adeptos incondicionales. Pero también por el mismo motivo, me sorprende que la Iglesia aplique estos mismos procedimientos. Y sobre todo, lo que no acaba de cuadrar es que, partiendo de un evangelio que pretende liberar a la persona, se aspire un ideal de católico, apostólico y romano devoto hasta la hartura, más preocupado en mirar al cielo que al suelo y cuya obediencia raye la sumisión represiva.
Con esta manera tan extremista (posicionada en uno u otro extremo, se entiende) de ver las cosas, son mayoría los jóvenes que “pasan” de todo lo que tenga que ver con Iglesia. En cierta parte es lógico. Ante la avalancha de ofertas pías y terrenales donde malgastar el tiempo, puestos a esclavizarse con algo (ya que la única libertad que se ofrece es la de elección) se prefiere una secta que al menos sea entretenida. Los rituales aburridos de domingo, pensarán muchos con razón, son más llevaderos si durante los mismos se permite comer pipas y hablar con el de al lado para pasar el rato, gritar ¡gol! y cantar cuando todo va bien y, por supuesto, increpar a los que mandan cuando no gustan sus decisiones. En el lado opuesto están quienes se han esclavizado ante la empresa Religión S.A.; son aquellos para los que la ley sigue siendo más importante que el hombre y el hombre, más importante que la mujer.
Pero a mí me interesan bastante más quienes adoptan una actitud crítica, los que no aceptan ninguna esclavitud pero tampoco niegan lo útil que aún ofrece el mensaje original, des-tergiversado. Sin embargo, son pocos los que toman esta opción en lo que al evangelio se trata. Veo con cierta facilidad a gente disfrutando del deporte sin caer en fanatismos, del i-pod o internet sin sentirse atrapados o de la política sin caer en partidismos. Pero con la religión todo cambia.
Lamentablemente, es mucho menos habitual ver a alguien disfrutar y vivir el evangelio. ¿Será que le hemos dado más importancia a escuchar la Palabra los domingos que a vivirla entre semana? ¿O que hemos explicado esta misma Palabra con demasiadas palabras y poca vida? Ya que tú, lector, eres la luz del mundo (Mt 5, 14), regalemos con alegría esta agua diferente a tanto sediento, para que nunca más vuelvan a tener sed (Jn 4, 13-14).
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