Hace tan solo unas semanas se supo que la editorial PPC ha pedido a todas las librerías la devolución del libro de José Antonio Pagola “Jesús. Aproximación histórica”. La versión retirada no es la original, que tantas críticas recibió por parte de quienes ni siquiera se habían molestado en leer el libro, sino una edición revisada por el propio autor a partir de los comentarios que se le habían hecho y que fue aprobada personalmente por el obispo de San Sebastián. No parece lógica, por tanto, esta decisión que, además, nadie ha comunicado de manera oficial ni ha explicado.
Echamos mano del diccionario. Miedo: perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario. Y es que el miedo supera toda lógica. Y la Conferencia Episcopal Española, con algunos de sus obispos perturbados angustiosamente, tiene mucho miedo. Miedo a que la visión de un Jesús humano entre en los corazones de creyentes y ateos. Miedo a tener que abandonar preciosas homilías llenas de palabrería y alabanzas pero vacías de todo contenido. Miedo a que la gente quiera dar su opinión o hablar de sus problemas en las misas… ¿dónde vamos a parar? Miedo a que se cuestionen todas esas secuencias de ritos mágicos aprendidos de memorieta como si fueran la lista de los afluentes del Tajo en las que se han convertido, por ejemplo, todos los sacramentos. Miedo a una división de opiniones provechosa y fraterna. Un miedo, diría, insuperable.
Miedo insuperable: el que, anulando las facultades de decisión y raciocinio, impulsa a una persona a cometer un hecho delictivo. Es circunstancia eximente. La definición parece hecha a medida. Merece la pena releerla y aplicarla, porque alargarla con más comentarios sólo la estropearía. El delito, claro está, es “sólo” contra el Evangelio, no de los que le llevan a uno a la cárcel aunque calce mitra, tampoco hay que pasarse.
Es, desde luego, la hora de exigir a aquellos que han aceptado ciertas posiciones de poder que, al menos, den la cara y expliquen claramente sus decisiones. Pero también es la hora de dejar la crítica y arrimar el hombro, de ayudar a los hermanos que nos sirven desde altos cargos a superar sus miedos, es el momento de entender, hacer entender y vivir el Evangelio como algo revolucionario pero que no mata a nadie. Y de paso, reparar esta Iglesia nuestra, que amenaza ruina.