Aunque ya llevamos unos cuantos años usando el euro, sigo sintiendo una mezcla de orgullo e ilusión cada vez que en algún cambio me devuelven un puñado de monedas, idénticas por una cara, pero con símbolos de Grecia, Eslovenia, Malta o Alemania -por poner un ejemplo- por la otra.
La explicación al orgullo y la ilusión (como el rey en sus mensajes navideños) está en todo lo que significa compartir moneda con 15 países europeos. Sin embargo, al comentarlo nadie parece estar interesado en ello, posiblemente porque parecen muy lejanas ya las guerras terribles que les han enfrentado y los siglos de odios recíprocos. Lo extraordinario, y de lo que surge el orgullo al ver una moneda única, es que estos países han sabido comprender sus diferencias en mayor o menor medida y también rectificar y perdonar errores. O al menos eso creíamos antes de ver a Sarkozy I de Francia ordenar -en lo que va de año- la deportación más de 9.000 rumanos que no han podido justificar ingresos en los últimos tres meses. Pasará, sin duda, a la Historia su lamentable contribución a este 2010, escogido “Año Europeo contra la Pobreza y la Exclusión Social”. Sin palabras. Y menos mal que esto no se ha extendido, porque si en España nos ponemos a expulsar a todo aquél que lleva 3 meses en paro, se queda el país vacío…
Pero ese desinterés que comentaba por la nacionalidad de las monedas no se traslada al origen de las personas. A veces se mira de manera muy diferente a un parado, a un delincuente o a un borracho según su nacionalidad. Quizá a ello haya contribuido el nuevo folleto que el Partido Popular de Cataluña publicó en verano sobre inmigración. Titulado de manera poco sutil “Muchos lo pensamos. Sólo algunos lo decimos”, parece hacernos una invitación a dar el paso y “salir del armario”. Eso sí, del armario de la tolerancia, ya que nos incita a sacar a la luz una xenofobia, nacida del miedo y la incultura, latente a veces en parte de la sociedad. Y, a ser posible, que todo ese sentimiento de rabia se transforme en votos.
Parece que se olvida esa cara común que, como las monedas, todos compartimos. Factores culturales y personales incluidos, dos personas cualesquiera tienen mucho más en común de lo que les diferencia. Por mucho que les pese a los nacionalistas de cualquier color. Hagan la prueba: sueños, ilusiones, risas y llantos son comunes a cualquier individuo por muy raro o lejano que nos parezca. Quizá después de que la ONU, la Unión Europea, el Vaticano… hayan puesto el grito en el cielo, el emperador bajito con aires de grandeza ha aprendido, aunque sea viéndolo en la televisión, que las lágrimas no tienen ni patria ni raza, ni religión ni ningún otro atributo humano. O tal vez sea mucho pedir…
En fin, tristes modelos los que hemos tenido este verano haciéndonos ver como problema a los que durante años han sido la solución. Habrá que buscar ejemplos de lo contrario en quien nos dice que al prójimo hay que amarle tanto como a uno mismo (Mc 12, 31) y que tendremos que dar cuentas de si siendo forastero le acogimos o le dimos la espalda (Mt 25, 35). De paso, para desarmar cualquier seguridad previamente creada, habrá que tener presente que se nos pide misericordia y no sacrificios (Os 6, 6). Y, por supuesto, rechazar cualquier rito, tradición y demás burocracia pía que se pudiera interponer en la ayuda a cualquier persona (Lc 10, 25 37).
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