Un español de 29 años que vive en España se levanta un jueves por la mañana y se pone a planchar mientras ve las noticias en la televisión. Es jueves y los jueves trabaja cinco horas por la tarde en vez de por la mañana –su jornada es de 25 horas semanales–, así que aprovecha para hacer algunas tareas domésticas. Mientras desayuna, mientras plancha, mientras ve las noticias (la mayoría de las noticias parecen la misma noticia y todos sabemos cuál es) sigue planeando cómo escapar de esa mañana, de esas cinco horas, de esa tarde, de esas noticias. No para de hacerlo, nunca para. Su planificación es como un tiburón de pensamientos: ni dormido para.
Sabe que una compañera del máster que hizo hace años –uno de los másteres que ha hecho- se va estos días a Inglaterra–, sabe que una de sus amigas en la ciudad, con la que cenará la próxima semana, se marcha a Alemania. Esta amiga es una de las cinco mil náufragas españolas que la ministra de trabajo de Alemania está “comprando” a la ministra de trabajo española con el agradecimiento explícito, televisado y fotografiado de esta última. Sin duda, la ministra de trabajo española sabe que es de bien nacidas el ser agradecidas y cinco mil apuros menos, buenos son.
Mientras, el español de 29 años que vive en España plancha en su casa un jueves por la mañana, porque solo trabaja cinco horas al día –pagadas a menos de 9 euros la hora– y ese día las trabaja por la tarde. Sigue viendo las noticias que parecen la misma noticia y en eso que aparece una noticia distinta, que le refresca un poco de los vapores que suben de la plancha. Son las portadas de los periódicos españoles de ese día. Algunos llevan en la primera página las fotos de la primera “boda gay” celebrada en Francia, la tarde anterior. Dos hombres franceses, 40 y 30 años aproximadamente, corbata uno, pajarita el otro, se dan un beso casto en apariencia, pero que todos sabemos que es más que un pico largo e intenso que rubrica un casamiento. Después se habían abrazado –los dos a la vez– a la alcaldesa socialista que los acababa de casar, o más bien había sido ella quien se había abrazado a ellos. Una mujer francesa que vive en Francia y casa a personas abrazada a dos hombres franceses que se acaban de casar. La expectación era máxima, suele decirse en estas ocasiones.
El español de 29 años que vive en España sigue planchando, creyendo ahora que (casi) todas las noticias parecen la misma noticia que ya sabemos qué noticia es, pero se siente refrescado porque, mientras ve esa noticia nueva sin dejar de planchar, sonríe y piensa, por primera vez con un orgullo español que tenía planchado y guardado en el fondo de un armario patriótico muy escondido: “Nosotros llegamos primero”. España, la misma España que todavía está pendiente de realizar la Revolución Francesa, llegó antes que Francia, la moderna Francia donde nada tiene importancia, la moderna Francia que parece hacer logrado definir un concepto de república laica que España no alcanza ni a soñar, aunque los hombres aquí lleven casándose desde hace ocho años (y las mujeres, pero sin revolverse). Ahora Francia ha llegado al mismo punto en el que las bodas levantan pasiones, ese punto en el que, según dice la noticia, la primera “boda gay” en Francia se celebró con fuertes protestas de la jerarquía católica y de la extrema derecha.
Por muy refrescado que quede el español de 29 años que vive en España, no deja de estar planchando en una mañana de jueves y en seguida le viene a la mente un pensamiento vaporoso: “Evidentemente, solo faltaría, a quién ha de extrañarle, la misma cosa son jerarquía católica y extrema derecha”. Luego se retracta a sí mismo y se matiza, no quiere ser injusto sino ecuánime, mientras dobla la ropa. Él sabe que España es un país extraño y que quizá Francia también lo sea y que en los países extraños pasan estas cosas porque la vida es como es y por eso puede entender que Francia haya llegado a ese punto en el que un país tiene que mirar cara a cara a sus rarezas. Él lo sabe porque vive en el país más extraño del mundo, un país que no deja de mirar cara a cara a sus rarezas, un país que es tan extraño que es el país del mundo donde mejor y peor se vive… a la vez.
Lo sabe porque es español, lo sabe porque tiene ojos y tiene oídos y lo sabe porque se lo ha oído decir a Almudena Grandes: España es o la primera o la última en llegar a todo, pero siempre al contrario de los demás. El país donde los presidentes del gobierno pretenden ser magos y, cuando todo el mundo descubre que no lo son, sigue sin pasar nada. El país donde algunos dicen que todos dicen que cuando se casen dos hombres o dos mujeres se acabará el mundo y el mundo sigue sin haberse acabado. Él sabe que hay muchas razones que explican esa rareza pero últimamente le revuelven unas más que otras, más aquellas que no pueden ser que aquellas que ya fueron y ahora qué más da.
¡Y qué más da! Le encanta España, porque es español y tiene ojos y tiene oídos y se lo ha oído decir a todo el mundo. Y le duele España y se queja de su dolor porque es español y tiene ojos y tiene oídos y se lo oye decir a todo el mundo. Por eso y por tantas otras cosas que aún no dan igual sabe que hay tantas cosas que no pueden ser. Sabe que no puede ser lo que cuestan las cosas, sabe que no puede ser lo que cobramos unos y lo que cobramos otros. Sabe que no puede ser que las elecciones las ganen quienes las ganan, sabe que no puede ser que tengan la máxima voz quienes la tienen. Sabe que su país es el mundo al revés y que no puede ser que no se dé la vuelta. Tan maravilloso, tan extraño, tan injusto, tan atrapado en su propio laberinto de la inercia.
Hay un joven español de 29 años planchando en el salón de su casa para aprovechar la mañana de jueves antes de ir a trabajar las cinco horas que trabajará ese día. Está planchando en el país de las noticias que parecen todas la misma noticia y todos sabemos cuál es. Un país tan raro que es donde mejor y peor se vive, a la vez. Un país como tantos otros, quizá como el mundo entero, donde cualquier mañana de jueves es imposible prever lo que su mundo puede cambiar esa misma tarde. Donde es imposible prever que esa misma tarde encontrará una carta de despido sobre la mesa de su despacho, la misma carta que le empuja de golpe a sus sueños aunque todavía no sepa qué sueños son.
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