Como viene siendo habitual y cansino, hace ya unos meses recibí una llamada al móvil en la que un comercial de una empresa me saludaba llamándome por mi nombre. Por cierto, no deja de sorprenderme la poca importancia que le damos al hecho de que cientos de empresas acaparen nuestros datos y los utilicen en su beneficio, mientras que cuando esto mismo lo hace con las partidas de bautismo un párroco con vocación de emperador, corren ríos de tinta. El comercial en cuestión, para no salirme del tema, se presentó en nombre de mi compañía de móvil (mejor omitir el nombre para no regalarles publicidad en este medio). Me ofrecía, gracias a los famosos “puntos” acumulados durante un par de años, y a cambio de cierta permanencia adicional con ellos, un nuevo móvil último modelo. Y yo, aunque no tenía intención de cambiar de operador, tampoco necesitaba un móvil nuevo. Y con ese razonamiento rechacé amablemente la oferta.
Pero mientras yo creía haber dado un argumento irrebatible –y, pardillo de mí, también pensé que me había librado del acoso telefónico– el comercial del otro lado del teléfono lo clasificó mentalmente como chorrada o delirio. O al menos eso fue lo que interpreté claramente cuando me dijo de sopetón: “Pero si es gratis”.
Pese a repetirle otra vez mi razonamiento (no es una chorrada, me convencía a mí mismo por dentro), su mente se había quedado en un punto muerto, intentando hacerme salir de la estupidez: “Si no le va a costar nada… además incluye cámara, vídeo, internet… usted que es joven…”
Dudé entre colgar directamente (mala opción, volverían a llamar), ponerme borde (pero bastantes malas contestaciones se habría llevado a lo largo del día) o explicar un poco más a fondo mi razonamiento/chorrada. Y le conté que algo que no cuesta dinero no siempre es gratis, al menos no para el medioambiente, para la casa de todos y que todos deberíamos cuidar.
Le expliqué que las bolsas del centro comercial gastan recursos en su fabricación, transporte y tratamiento tras su uso y que lo lógico es reducir, no malgastar porque “sean gratis”. Le comenté que el coltán, materia prima indispensable para la fabricación de móviles es un recurso muy mal distribuido, concentrado en ciertas regiones de África donde, en vez de producir riqueza, causa continuas guerras internas por su control. Cientos y cientos de muertes donde el crimen del móvil es el móvil del crimen, ése que regalamos y cambiamos por otro mejor tan alegremente. “Veo que no le interesa. Disculpe y buenas tardes” fue toda su respuesta.
Pero, casualidades de la vida, mi móvil dejó de funcionar hace unas semanas. Visto que no se podía arreglar, llamé a mi compañía y me atendió una chica muy simpática (supongo que aquel comercial ya le habría cedido su puesto de trabajo temporal a otro que durará igual de poco). Ante mi pregunta, un poco cortado, sobre hacerme con un nuevo móvil, despejó mi incertidumbre y me animó: “Claro que sí, es gratis” Hoy, con móvil nuevo, me sigue resonando la dichosa frase…