Cuando sobran las palabras y hablan las lágrimas

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Foto. Marta Diéguez Ferrer.Los que me conocéis sabéis que soy atea, atea practicante. Esto es, en resumidas cuentas, que creo en el polvo y en la nada. Estos últimos días me hallo en Santiago de Chile, ciudad cosmopolita y cultural, donde las calles hablan y la historia te golpea en la cara. Una visita para mí imprescindible (y familiar) es la del Cementerio General, para presentarle mis respetos a Salvador Allende, Víctor Jara y, como no, a Violeta Parra.

Pero, después de saludar con el corazón a flor de piel al «Presidente», me he encontrado rodeada por cientos, miles de desaparecidos que requerían mi atención desde el Patio 29. Y es que cuando te paseas leyendo lápidas y comentarios de familiares y amigos poco a poco se te van ahogando las palabras llenando el aire de silencio.

Es así como llegas a la tumba de Víctor Jara. Modesta, corriente, roja, tal y como él fue en vida. Alguien que lo conoce muy bien ha cambiado «Personaje destacado» por «Luchador destacado». El pueblo siempre será el que mejor defina a sus personajes ilustres.

Mentalmente le deseo que descanse en paz, por siempre. Y, aunque sé que nadie ni nada me escucha, me siento cercana a un país y recuerdo que formo parte de una humanidad global, que los allí enterrados son mis hermanos y hermanas, yo misma.

Un nudo se ata en mi garganta y decido desatarlo mirando las tumbas colindantes: muerto el 14 de septiembre de 1973, muerto el 18 de septiembre de 1973, muerto el 24 de septiembre de 1973… Y así decenas, cientos. Es en este momento cuando sobran las palabras y empiezan a hablar las lágrimas.

Quiero irme de allí llevándome conmigo la tristeza, pero no quiero irme para poder quedarme siempre con ellos, acompañarlos, decirles que no murieron (los mataron) en vano y que todavía hay gente en este y el otro lado del mundo que los recuerda. Con el cerebro hecho todo corazón me dirijo a la última visita, quizá la más pizpireta aunque no por ello menos solemne: la tumba de Violeta Parra. Está llena de flores vivas y me la imagino entonando «La Jardinera». Le han escrito admiradores, compañeros. Sigue viva. Al ladito, como no podía ser de otra manera, se encuentra el Monumento a los Detenidos desaparecidos y Ejecutados políticos. Dos términos temibles y terribles pero que definen concisamente lo que por desgracia fueron y sufrieron miles de personas. Están grabados los nombres alfabéticamente en las losas de mármol. Apellidos, nombre, edad y fecha de la muerte. ¡Cuánta juventud muerta por la codicia!

Foto. Marta Diéguez Ferrer.Quiero leer cada uno de los nombres, memorizarlos en silencio para tenerlos cerca, que sepan que estoy ahí, que la vida no acaba cuando te mueres sino cuando se te olvida. Y yo no quiero olvidarlos, a ninguno, aunque no los conociera en vida.

Después de un rato observando, leyendo, sintiendo, rindiéndoles homenaje interno, llega un batallón de pensamientos a mi cabeza. En Chile al menos reconocen a sus muertos. ¿Qué pasa en España? ¿Para cuándo se pedirá perdón? En Chile hay un lugar para llorar a los muertos, ¿por qué en España los familiares todavía tienen que llorar en las cunetas?

Santiago de Chile, 5 de Abril de 2011

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