Frente a tantos lamentos, a tantas bancarrotas y a tantas angustias y sufrimientos que está generando la terrible crisis económico-financiera que vive nuestro mundo la quisiéramos analizar, teniendo presentes las causas profundas que la han generado, las posibles consecuencias positivas que pueden darse desde el punto de vista de la ética.
Es evidente que nuestro mundo no podía seguir imperturbable por ese camino neoliberal, tan excluyente, tan antiecológico y tan derrochador.
Cuando las consecuencias son tan graves y desastrosas como las que percibimos en la actualidad, las causas no pueden limitarse a errores de tipo coyuntural. Lo más grave es que están en juego los más importantes valores morales. En realidad, la crisis que vivimos es una profunda crisis de valores éticos. Veamos rápidamente las causas que han puesto en “trance agónico” al modelo neoliberal globalizador vigente en las últimas décadas.
El mercado global fue creando no sólo una economía de mercado, sino también una sociedad de mercado, teniendo como objetivo primero y principal el lucro desenfrenado, excluyente e individualista. El capital, sobre todo el capital financiero, fue catalogado como el valor más alto y más apreciado. Las personas no pasaban de ser meros “recursos humanos”.
El modelo neoliberal globalizador se ha caracterizado por ser profundamente selectivo, enriqueciendo a unos pocos a costa de la pobreza y la miseria de muchos. El unilateralismo, basado en la supremacía tecnológica y militar, ha sido otra de las causas determinantes para que, a nivel mundial, no se diera un mayor equilibrio de poder y un necesario consenso sobre los más graves desafíos.
Por otro lado, las propuestas políticas y los programas de los partidos, se fueron degenerando hacia posiciones pragmáticas y hacia la corrupción generalizada. La libre circulación de capitales de carácter especulativo fue generando inestabilidad y desconfianza. Los mercados financieros fueron dominados por los más poderosos capitales y la gran banca internacional, buscando obsesivamente la máxima rentabilidad, sin tener en cuenta las verdaderas necesidades de los países y de la mayoría de la población mundial. El resultado fue que, mientras inmensas riquezas se concentraban en pocas manos, se marginaba y se excluía a miles de millones de personas.
Es evidente que a todo ello han contribuido las grandes Organismos Internacionales de Desarrollo, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio, que deberían asumir sus responsabilidades frente a la crisis económico-financiera . Estos poderosos organismos tendrán que cambiar radicalmente su trayectoria ya que han respondido permanentemente a los intereses de los países poderosos que los controlan , así como a las grandes transnacionales.
El estado-nación se ha ido debilitando, ya que todas las más importantes decisiones políticas y económicas eran influidas por la dinámica impuesta desde los grandes centros de poder. Por otro lado, los gobiernos se han ido sintiendo cada vez más incapaces para controlar, en beneficio propio, el impacto consumista de la publicidad en los medios de comunicación social.
Vivimos un momento muy oportuno para preguntarnos qué tipo de sociedad nacional y mundial queremos construir en un futuro inmediato. La crisis y, sobre todo, esta crisis que estamos viviendo, tan profunda, tan compleja y de tan enormes consecuencias económicas, políticas y sociales, nos debe llevar a pensar en propuestas reales emergentes que convendría ir implementando.
1- Habría que partir para ello de una nueva concepción del desarrollo. La globalización neoliberal y la cultura postmoderna han impulsado un modelo de sociedad basado, fundamentalmente, en normas de eficiencia, imponiendo con exclusividad valores de tipo económico y tecnológico. El modelo que agoniza se ha orientado por la lógica de la ganancia, de la competitividad, del éxito individualista. Ha creado una cultura marcada por un feroz individualismo, donde la apariencia vale más que la realidad, lo transitorio más que lo permanente, la exterioridad más que la interioridad y donde, sobre todo, el tener vale más que el ser.
2- Por otro lado, vivimos un angustioso proceso de desencuentro humano, de confrontación personal, social y regional, de insolidaridad, de egoísmos colectivizados, tanto en lo nacional como en lo internacional.
3- Será necesario ir desplazando al modelo neoliberal, con sus propuestas economicistas y que logró imponer al mercado como ley suprema de la economía la competitividad como medio indispensable para el éxito y la eficiencia como norma última y la más importante de la vida. Las consecuencias las tenemos a la vista: “islotes de prosperidad en un océano de miseria”.
4- Los más cualificados economistas a nivel mundial tendrán que elaborar y concretar las nuevas bases de la economía mundial. Muchos se plantean ya el volver a las grandes líneas del pensamiento keynesiano, como ya lo han sugerido algunos los premios Nobel en economía, Amartya Sen, J. Stiglizt y Grugman entre otros. Ellos insisten, junto con otros muchos críticos del modelo vigente, en que hay que llegar a conjugar la tecnología, la economía y el mercado con las exigencias de la ética y de la justicia social.
5- Debe prevalecer, ante todo, el concepto del bien común para constituirse en el gran ideal de la comunidad internacional. La ética del bien común es expresión de la ley natural y está, por lo tanto, encima de cualquier norma o ley positiva. Los valores del bien común, más que leyes o normas concretas son criterios fundamentales que deben orientar todo modelo de desarrollo. El mercado global gira al rededor de una lógica meramente instrumental y funcional y, por lo tanto, no garantiza ni la justicia ni la equidad.
6- El ser humano es y debe ser el centro de todo auténtico desarrollo. Es necesario implementar un desarrollo mundial “a escala humana”. Nunca se podrá concretar un auténtico desarrollo en base a la exclusión y la marginalidad de una parte de la población. El centro de gravitación de todas las propuestas socioeconómicas debe ser el ser humana.
7- Los neoliberales, siguiendo a Adam Smith, han repetido insistentemente que la “mano invisible” del mercado lo arregla todo. El mundo actual es testigo de que, para la inmensa mayoría de las personas, no arregló nada. El Estado-nación ha tenido que acudir en estas últimas semanas para intentar salvar del naufragio a las más poderosas empresas del mundo. En realidad son tres las manos que deben actuar para que el sistema económico se desarrolle con normalidad : “la mano del mercado, la mano del Estado y la mano de la justicia y la solidaridad” (M. Camdessus)
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