El próximo 27 de abril, el papa Francisco celebrará la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II. Este acontecimiento puede suscitar largos discursos y múltiples reflexiones. En el espacio de este artículo quiero aportar algunas, formuladas con brevedad y sin especiales argumentaciones.
En un amplio sector de la Iglesia las canonizaciones han perdido prácticamente todo interés. Ya hace casi sesenta años Rahner llamó la atención sobre la decadencia del culto de los santos. Sea ésta la razón o, acaso, el conocimiento de los manejos e intereses que acompañan algunas canonizaciones o bien la inflación de los últimos tiempos (más de 500 beatificaciones y canonizaciones por Juan Pablo II), la pérdida de relevancia de los santos canonizados es un hecho constatable
Para muchos cristianos es, sin duda, más importante y más vivo el ejemplo de sus “santos familiares”, de esas personas cercanas, vivas o difuntas, casi siempre anónimas, santos afines que nunca serán canonizados pero que nos acompañan con su espíritu, nos animan con su ejemplo, nos alegran con su vivencia de las virtudes cristianas. No es que los grandes santos no interesen, que no se conozca su vida o no se lean sus obras pero, en definitiva, no nos apoyamos en ellos sino en nuestros santos humildes y cercanos, que tenemos por verdaderamente nuestros.
Durante siglos, el pueblo cristiano se ha visto acompañado por los santos, ha recurrido a ellos, los ha integrado en vida. De ellos conocía sus hechos portentosos, sus milagros, sus grandes bondades sin mezcla de mal alguno. Una hagiografía bastante interesada y poco científica ayudaba a ese enaltecimiento de las grandes figuras de la Iglesia. Nadie sabía, por ejemplo, que san Vicente Ferrer afirmaba que los judíos “tienen, entre otros, el más oculto y abominable oprobio pues les sale de la cara aquel exangüe olor y amarillez de su rostro (…) La señal de Caín está puesta sobre ellos y es el olor que exhalan”. Sus grandes predicaciones, sus milagros ocultaban su xenofobia, desconocida para todos.
Pero canonizar personajes cercanos comporta el peligro de que aparezcan sus defectos y, en consecuencia, su canonización haga sospechar la existencia de intereses ocultos. Por ejemplo: el beato Pío IX, entre otras decisiones, volvió a encerrar a los judíos de Roma en el gueto del que los había sacado al principio de su pontificado y estableció en el Syllabus que “el Romano pontífice no puede conciliarse con el progreso, el liberalismo y la cultura moderna”. San Pío X escribió en la encíclica Pascendi: “He aquí que levanta la cabeza esa perniciosa doctrina que pretende colar (subinferre) a los laicos en la Iglesia como elementos de progreso”. San Josemaría es más cercano a nosotros. No solo se cambió su apellido por el más rimbombante de Escrivá de Balaguer sino que reivindicó y consiguió el título de Marqués de Peralta. A Juan Pablo II le dedicó Küng en octubre de 1985 un largo artículo titulado Juan Pablo II y el miedo a la libertad. Él, que había dicho: “No tengáis miedo”, persiguió a todos los grandes teólogos de su tiempo y, en cambio, no se desmarcó de curas pederastas. Ni Juan XXIII, en el libro Eunucos por el reino de los cielos, se libra de la acusación de misoginia.
Cierto que no se canonizan sus defectos ni sus errores sino sus virtudes, pero no son pocos quienes sienten que éstas quedan oscurecidas por aquéllos. ¿Qué testimonio puede significar, dirán algunos, que Pío IX fuera buenísima persona -cosa que no todo el mundo afirma- si con su Syllabus sumió en la desolación a todos los católicos ilustrados de su tiempo? Sin embargo, Jean Pierre Jossua, nada sospechoso, que ha reflexionado sobre estos temas, acude más bien a ese testimonio básico y hace la siguiente propuesta: “Testigos del valor y de la esperanza: Martin Luther King, Óscar Romero, Guy Riobé. Testigos de la bondad y la compasión activa: Juan XXIII, el abbé Pierre, madre Teresa. Testigos de lo maravilloso hecho posible: el padre Pío y Marthe Robin. Testigo de la actitud y de una palabra justa en una situación de increencia y angustia: Dietrich Bonhoefer. Testigo de la palabra que reconforta a los cristianos humillados por el sentimiento de haberse convertido en indios de una reserva americana: Juan Pablo II” (añado yo: quien no conozca a Marthe Robin o Guy Riobé deberá leer sus biografías admirables).
Llegados a este punto, puede ensayarse una reflexión distinta y más teológica. En la fórmula de la canonización se destaca el proceso que ha llevado a la declaración de santidad. Este proceso, en algunos de los personajes recientes, ha sido -cuando menos- muy dudoso, teniendo en cuenta los testigos admitidos o rechazados y los milagros aducidos. San Pablo afirmó, desde su propia experiencia: “Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros”. La Iglesia no pretende presentar superhombres, dotados, por alguna criptonita personal, de poderes extraordinarios. Se limita a reconocer que justamente en la ambigüedad de una vida humana, con sus fallos y contradicciones, se manifiesta la gracia de Dios. Con la canonización se pretende dar gracias a Dios porque su Espíritu, a lo largo de la historia, muestra su rostro a pesar de la debilidad humana.
Este aspecto fundamental debería quedar claro en la fórmula que el papa utiliza pero, sin duda, lo está en la conciencia de los creyentes. Por eso, probablemente, nos resultan más significativos los que al principio he llamado “santos familiares”. Los conocemos, no se nos ocultan sus defectos ni las contradicciones de cualquier vida humana. Pero valoramos en ellos el desprendimiento, la bondad, la ternura, el ánimo, la esperanza que ofrecen y que son, para una mirada creyente, la presencia del Espíritu. Parafraseando a San Pablo, son ellos pero no son ellos; es Cristo que en ellos vive. Si todavía están en vida los frecuentamos, aprendemos de ellos. Y si han muerto, los invocamos. Por todos ellos damos gracias y recitamos: santas y santos nuestros, amigos, rogad por nosotros.
- Francisco, el primer milagro de Bergoglio - 10 de marzo de 2023
- Naufragio evitable en Calabria; decenas de muertes derivadas de la política migratoria de la UE - 27 de febrero de 2023
- Control y represión, único lenguaje del gobierno de Nicaragua - 21 de febrero de 2023