El 2020 podría pasar a la historia como el año en que se ha acelerado el cierre de las centrales de energía de carbón en España, lo que llevaría a este país a desprenderse completamente de esta fuente contaminante, tentativamente, a mediados de cada década.

De acuerdo con un reciente estudio de Emer, en el primer semestre de este año la energía producida con carbón descendió un 58 por ciento respecto al año anterior. Sin embargo, el mayor paso lo constituyen los anuncios de las propias eléctricas de dejar operar con la mayoría de plantas de carbón en el país. Para ellas el cierre ya se ha llevado a cabo, cuatro más que quedarán a disposición en caso de ser necesario reforzar la producción eléctrica aunque sin utilizarse, y dos complejos quedarían activos aunque podrían finalizar su vida hacia el 2025.
El proceso se deriva de una serie de factores, como es la aplicación de la normativa ambiental europea, las condiciones del mercado que ha visto cómo ha subido el precio de los derechos de emisión del dióxido de carbono (CO2) y la bajada de precios del gas, con lo que se reduce la viabilidad de sus operaciones. Pero también este camino es fruto de las decisiones de las compañías eléctricas en favor de una producción que cumpla con los objetivos de la lucha contra el cambio climático, principalmente para alinearse con el Acuerdo de París.
El papel del sector eléctrico en la lucha contra el cambio climático es fundamental, al tratarse de uno de los sectores que más emisiones genera en el mundo. Tal y como lo recordó en 2015 la cátedra de BP de Energía y Sostenibilidad de la Universidad Pontificia de Comillas, al destacar en un informe que desde el año 2000 las emisiones de CO2 por el uso de la energía habían crecido en ese periodo un 38% frente al 12,7% de reducción media en la Unión Europea.
Miles de megavatios contaminantes menos
El pasado 30 de junio finalizó el período de vigencia del Plan Nacional Transitorio (PNT), mecanismo de excepción recogido en la Directiva de Emisiones Industriales de la Unión Europea, con el que las eléctricas debían hacer fuertes inversiones para hacer de su producción de carbón un proceso menos contaminante, y fueron pocos los casos en que se concretó esa condición. Por ello, siete centrales dejaron de operar en esa fecha: Compostilla II (en León) y Andorra (en Teruel), ambas propiedad de Endesa; y Velilla (Palencia), de Iberdrola; Narcea (Asturias), La Robla (León) y Meirama (A Coruña), de Naturgy; y Puente Nuevo (Córdoba) de Viesgo, que en conjunto representan 4.677 megavatios.
Poco antes de esa fecha, la compañía Viesgo anunció su decisión de cerrar la central de Los Barrios (Cádiz), de 589 megavatios, que ya estaba inactiva desde marzo de 2019 a pesar inversiones realizadas para su conservación. La planta de Iberdrola situada en Lada (Asturias), con 350 megavatios, contaba con las técnicas para operar dentro de los límites de emisiones de la UE, pero la eléctrica ha confirmado que a pesar de ello dejará de operar allí.
La portuguesa EDP esperó a mediados de julio para anunciar el cierre de su planta asturiana de Soto de Ribera 3, de 360 megavatios, con lo que dejará solo operativa los grupos 1 y 2 de la central de Aboño, en Gijón, que suman 934 megavatios.
Endesa ya había solicitado en diciembre de 2019 el cierre de la térmica de As Pontes (La Coruña), de 2.338 megavatios, para ejecutarse en 2021. En esta planta, la eléctrica propiedad de la italiana Enel experimenta en uno de sus grupos con procesos de combustión de residuos más propios de la biomasa, sin llegar a confirmar aún cuál sería su futuro. Antes ya había proyectado que la central de Litoral, en Carboneras (Almería) de 1.159 megavatios, cierre sus puertas, pero podría ser también en 2021. Con ello, de esta firma quedaría activa más allá del 2020 dos de los seis grupos de la planta de Alcúdia (Mallorca) que representan 260 megavatios.
Las previsiones son que las centrales de Aboño y de Alcudia sean las que se mantengan operativas –aunque se desconoce a qué nivel de su capacidad– más allá del 2021, incluso algunas estimaciones sitúan su cierre total en 2025.
Por una transición justa
El caso español, a diferencia de otros países de la Unión Europea, se ha desarrollado sin un calendario oficial de cierre de esta actividad, sino que ha sido una conjunción de factores los que se han presentado para acelerar este proceso. Con esto se perfila más factible terminar con las emisiones de este sector: una de las principales fuentes de contaminación del ambiente en España, pero también uno de los grandes causantes de muertes prematuras y enfermedades a muchas personas, tal y como reveló en 2018 el informe Last Gasp, The coal companies making Europe sick(La última bocanada, las empresas de carbón que hacen enfermar a Europa).
Es en las personas donde se debe centrar este proceso de descarbonización, que debe asegurar una transición justa para dar certidumbre a las personas afectadas directamente por el cierre de las plantas (bien sea para reconvertir su puesto de trabajo u ofrecer otras alternativas laborales), así como a aquellas pequeñas empresas y empleados de actividades auxiliares y servicios que se generan en torno a las plantas. De igual modo hay que velar por el tejido social de las regiones afectadas (algunas de las que ya habían sufrido con el cierre de la minería de carbón en su mayor parte en diciembre de 2018) y todo ello mediante la aplicación de los Convenios de Transición Justa.
En este sentido, el gobierno español, junto con los autonómicos de Andalucía, Aragón, Castilla y León, Galicia y Principado de Asturias, han constituido la Mesa de Seguimiento con la que exploran nuevas opciones para la generación de nuevas oportunidades económicas y principalmente laborales en esos lugares.
Un escenario que hace décadas parecía imposible de imaginar, ahora se perfila viable, siempre y cuando se sigan impulsando otras fuentes de energía renovable que sean accesibles para todo el mundo y tengan un precio asequible. Cambiar un paisaje de centrales de carbón por otro de placas solares y molinos de viento nos traerá mejor salud y mayor calidad de vida.