
El 12 de enero se cumplen diez años del terremoto de 7,3 grados en la escala de Richter que asoló Haití. Fue una de las catástrofes humanitarias más graves de la Historia contemporánea. Dejó 316.000 muertos, más de 350.000 heridos, 1,5 millones de damnificados al raso y pérdidas materiales por valor de 7.900 millones de dólares. Al desastre humanitario se sumó una intensa debacle económica que hizo que el país tocara fondo. En sólo un año, el PIB nacional cayó un 5,5 % y el país retrocedió una década de golpe.
Desde entonces, “la perla del Caribe” celebra una jornada de duelo por una tragedia que cambió para siempre el devenir del país. Por desgracia, la conmemoración de este décimo aniversario sucederá en el momento más crítico. Hasta hoy, el país ha vivido tres fases marcadas por los mandatos presidenciales de tres jefes de Estado y persiste una profunda crisis política, económica y social sin visos de mejora a corto plazo.
El año del terremoto fue el último de la presidencia de René Preval. Un periodo marcado por la parálisis y ausencia del Estado porque sus instituciones públicas quedaron completamente destruidas. La comunidad internacional, volcada con la población en una cumbre internacional de donantes, se comprometió a entregar 5.300 millones de dólares para la reconstrucción. Pero a las graves carencias del sistema público se sumó la llegada masiva y caótica de ayuda internacional que actuó en el terreno sin la supervisión y el apoyo de las autoridades locales. La difícil situación de la población haitiana se recrudeció por una epidemia de cólera originada en un contingente nepalí de la ONU, al norte de Puerto Príncipe. De acuerdo a los datos del Ministerio de Salud haitiano, el brote mató a 8.053 personas en los siguientes años hasta que pudo ser controlado. La ONU jamás se hizo responsable de este hecho.
Haití, Planeta ONG
La segunda fase coincide con la presidencia de Michel Martelly que asumió su mandato en mayo de 2011, tras un proceso electoral convulso. Durante sus tres primeros años de gobierno gozó de amplio apoyo internacional y se inició la recuperación del país. Se realojó a más de 1,1 millones de haitianos que habían perdido su hogar, se escolarizó gratuitamente a más de 1 millón de niños, se atrajo inversiones económicas y se lanzó la promoción turística para mejorar la imagen del país en el exterior. En 2013 Haití recibió a más de 350.000 turistas. En su primer año, el gobierno recuperó el 5,5% del PIB perdido el año anterior y marcó crecimientos económicos sostenidos del 2,8 % y 4,2 % los años sucesivos.
Se intentó además consensuar y coordinar la ayuda de las ONG. Las autoridades locales veían su margen de acción muy reducido y esto acentuaba las debilidades del país. Por aquel entonces, el Estado haitiano solo gestionaba el 10% del dinero que recibía de la cooperación internacional.
No pudo en cambio recibir la gran mayoría de fondos comprometidos en la cumbre de donantes. Así mismo, la crisis política e institucional crónica condicionó al gobierno Martelly. Fue incapaz de lograr acuerdos con los partidos de la oposición. La convocatoria de elecciones regionales y locales tuvo que retrasarse dos años y supuso ralentización económica y un importante descrédito internacional.
La tercera fase corresponde al gobierno de Jovenel Moise, un presidente muy contestado por un rumbo político y económico poco claro. Estallaron graves disturbios por todo el país por el aumento del precio de los combustibles en julio pasado. También se publicó un informe que detallaba la desastrosa gestión del mandatario y el supuesto desvío de 2.000 millones de dólares de Petrocaribe, el fondo creado por Venezuela para financiar el desarrollo del país con petróleo a muy bajas tasas de interés.
En estos diez años, las grandes heridas del terremoto han sido superadas, pero no los enormes problemas estructurales del país más pobre de América. Pobreza crónica, desigualdades sociales, vulnerabilidad ante los desastres naturales, economía en declive, bajo nivel educativo, corrupción, deforestación o inseguridad son las principales causas del violento clima de agitación popular.

Crisis política y catástrofes naturales, el origen de la pobreza
Entre 1986 y 2018, Haití tuvo a 19 presidentes y solamente en tres ocasiones sus mandatos llegaron a término. No es de extrañar que Haití sea considerado como un “Estado fallido”. Su enrevesada Constitución hace que la labor legislativa sea casi imposible. Por otra parte, su ubicación geográfica la hace vulnerable a las catástrofes naturales. Son frecuentes potentes huracanes como Matthew, que en 2016 dejó 900 muertos. Según la ONU, 500.000 haitianos están en riesgo de sufrir un desastre natural cada año.
Las dificultades económicas también explican la debilidad estatal. La economía haitiana depende excesivamente de las remesas de sus más de 1,5 millones de emigrantes, de la presencia de la misión de la ONU y de la cooperación internacional. La economía creció apenas 1,4 % en 2018, una de las más bajas de la región. El aumento de la inflación -desde el 4,1 % en 2010 al 12,9 % en 2018-, junto a la escasa producción local, provocan el alza de precios y un balance comercial negativo que está en la base de las protestas actuales. También incide la constante devaluación de la moneda nacional, la gourde, y el crecimiento exorbitado de la deuda pública, que ha pasado del 11,8% en 2010 al 33,3% en 2018. Esta situación se agrava por la desigualdad económica. Según el Banco Mundial, el 60 % de la población (6,5 millones de personas) vive con 2,4 dólares al día y 2,5 millones con un dólar y medio.
Los retos de futuro
Tras el terremoto, Haití tuvo a toda la comunidad internacional pendiente, pero perdió una gran oportunidad para abandonar su estigma y progresar. Hoy necesita una verdadera refundación, una clase política que lidere una visión alternativa capaz de aportar fiabilidad en el largo plazo. Los esfuerzos deberían orientarse hacia un gran acuerdo político que diera lugar a una nueva Constitución, que dinamice la vida legislativa y mejore la calidad democrática del país. Posteriormente, la conformación de un gobierno de unidad nacional podría llevar a cabo las reformas necesarias para fortalecer las instituciones del Estado y hacer frente a los desafíos actuales.
En 2013 el gobierno de Martelly manejaba informes que constataban que el país necesitaba veinte años de estabilidad institucional para ser catalogado como país en vías de desarrollo. Haití tiene el gran desafío de eliminar el triángulo que conforma su imagen: pobreza, terremoto y corrupción. Necesita consolidar una administración pública fuerte y eficaz para que, en colaboración con la comunidad internacional, hagan que el país remonte.
Los haitianos son las personas más resilientes del mundo. Pese a tantas tragedias no pierden la sonrisa y las ganas de vivir. Se puede comprobar su derroche de energía y alegría durante las celebraciones de los carnavales. Por eso no podemos perder la esperanza de que algún día veamos progresar a ese país que tanto se lo merece.