“Ames a quien ames, Dios te quiere”. Esto es lo que creí leer en mis paseos por Madrid en el mes de junio, quizá porque lo llevo tan dentro de mí que me parece que todas y todos piensan lo mismo y lo claman a los cuatro vientos. Pero no, no era eso lo que ponían los carteles del Ayuntamiento de Madrid anunciando las fiestas del Orgullo Gay de la capital de España. En los carteles lo que ponía es: “Ames a quien ames, Madrid te quiere”. Y me gustó esta declaración pública de amor porque, además, es cierta. Voy experimentando en mi propia vida que cada vez son menos las personas a quienes les importa a quién amas y con quién compartes la vida, si te quieren de verdad lo que les importa es verte contenta y que seas feliz.
Por un momento me puse a soñar y pensé en una cartel intermedio entre los dos: “Ames a quien ames, la Iglesia te quiere”, pero esto no deja de ser un sueño todavía, a pesar de las declaraciones del papa Francisco: “¿Si una persona es gay y busca al Señor, ¿quién soy yo para juzgarla?”. Las palabras del papa son un paso importante en la Iglesia -como tantos de los gestos que está haciendo- pero no hablo de juzgar, hablo de amar: hay una clara diferencia. Además, no hablo solo del papa, hablo de muchos de sus prelados que no dejan de provocar dolor y sufrimiento a muchas personas, creyentes y claramente homosexuales, con sus declaraciones continuadas tratando la homosexualidad como una enfermedad que hay que curar. Tengo que decir que nunca me he sentido más sana y más feliz que cuando he sido capaz de amar en exclusividad a otra persona. Y esa persona era una mujer. Igual que yo.
Cuando escribo estas líneas acabo de ver la película de Un héroe en Berlín. Resumo brevemente: es la historia de Jesse Owens, un afroamericano que compite en las olimpiadas de la Alemania nazi. Los organizadores norteamericanos impusieron su presencia como condición para que EEUU participara en dichas olimpiadas. Eran los momentos en que los nazis mataban a los diferentes, a los judíos, a los comunistas, a los homosexuales… Pero, al mismo tiempo, en EEUU los negros seguían siendo ciudadanos de segunda y a pesar de ganar cuatro medallas para su país, Jesse Owens tuvo que pasar al acto que se organizaba en su honor por la puerta de servicio destinada a los negros.
Quizá a quien lea estas líneas le pueda parecer que estoy exagerando pero, si conocieran de cerca el dolor de tantas personas homosexuales que se sienten una y otra vez discriminadas y tratadas como enfermas por la Iglesia a la que aman y de la que se sienten parte, verían que no es así.
En Alemania hoy se convive con los judíos y el nazismo es una vergüenza del pasado. En EEUU un negro ha llegado a la presidencia del país. ¿Cuándo la Iglesia abrirá sus puertas de par en par a las personas diferentes, a las que aman a personas de su mismo sexo y se comportará como una verdadera madre con ellas?
Ames a quien ames, la Iglesia te quiere, ese es mi sueño porque ya sé que ame a quien ame Dios me quiere.