Paloma Rosado acaba de publicar con la editorial San Pablo ‘El poder del dolor’, donde reflexiona sobre la vulnerabilidad, la forma de afrontar el duelo y los aprendizajes que se pueden sacar del mismo. Mantenemos, sobre esto, esta conversación llena de vida.
por Miguel Ángel Vázquez
¿Por qué escribir sobre el dolor?
Te diría que por dos razones. La primera es porque como terapeuta veo la
privación en la que los seres humanos de hoy nos desarrollamos al respecto de
esta realidad. Andamos sordos ante la objetividad de que la pérdida nos alcanza
a todos y ciegos a la visita garantizada de la enfermedad, antes o después. La
ruina, la injusticia, el duelo… la frustración también llamará a nuestra puerta
y penetrará en nuestra morada. ¡Y siempre nos pilla por sorpresa! Todos tenemos
cerca vidas marcadas por el paro, la migración, el desencuentro, el sinsentido…
pero parece que en algún lugar de nuestro interior creemos que eso no se nos
presentará a nosotros. ¿Por qué iba a suceder así? ¿Por qué no iba a llegar el
dolor también a nuestra vida?
Y por otro lado, escribir sobre el dolor ha sido un poco terapéutico para elaborar el propio, un ejercicio que me ha ayudado a reconocer las flores y los frutos que el paso del dolor ha dejado en mi vida o mejor dicho, la transformación a la que me ha invitado. Porque la vida es un misterio y el dolor también.
Hay
que hablar más de la muerte…
¡Otro misterio! Y al mismo tiempo tan real que podemos palparlo. Sería muy
saludable que nos sintiéramos libres para poder hablar de la muerte y compartir
nuestros temores, anhelos, sentidos o sinsentidos. Somos mamíferos y sentimos
inclinación por el encuentro, el vínculo, la relación afectuosa, el compartir.
Y aunque a cada uno de nosotros nos acompaña una larga historia de amor –y
también desamor- a nuestras espaldas, cada uno de esos nexos se truncarán con
la llegada siempre inoportuna de la muerte de una de las partes. Sin embargo,
paradójicamente, esa conciencia de finitud puede regalarnos una posición interior
de humildad generadora de gozo y agradecimiento por lo que aquí y ahora
compartimos. Pero esto no es sencillo porque la muerte es el gran tabú del
siglo XXI.
Si
nos leyeran padres o madres con niños en duelo, ¿qué les diría?
Si hay niños en duelo es porque hay padres en duelo. Y los niños viven el duelo
como lo viven los padres –básicamente de modo integrativo o evitativo-. Ojalá esos padres estén vigorizados por una
actitud auténtica y afectuosa y sean capaces de transitar su aflicción con
sencillez y dignidad. Ojalá esos padres sean capaces de llorar sin derrumbarse,
de poner palabras a lo que les está sucediendo, de darse permiso para sentir,
de confiar en que serán capaces de transitar ese desierto y salir reforzados
porque creo que esa es la mejor herencia que pueden recibir los hijos. ¡Más que
cualquier herencia económica dejemos a nuestros hijos el legado de saber que
cuando el dolor les interpele podrán traspasarlo, igual que vieron hacer a sus
padres! Porque también el dolor visitará a nuestros hijos…
¿Qué
es lo que más le ha costado del proceso de escritura de este libro?
¡Todo! Ha sido un libro generoso y especial al tiempo que difícil y exigente. Siempre
digo que nació de un buen puñado de conversaciones informales con el psicólogo
humanista Joan Garriga entorno a un té o un paseo y de mis años de formación
con el psicólogo y jesuita José Antonio García-Monge. Este libro me ha invitado
a revisar y descubrir matices en mi duelo por la muerte de mi marido durante mi
embarazo y coincidió con un diagnóstico de cáncer de mama. Parecía que teoría y
práctica se daban la mano al tiempo. Han sido cinco años de escribir y reescribir
para poder llegar a filtrar lo esencial, que creo que es lo que ha quedado.
En
su libro concluye la reflexión en torno al concepto de sabiduría. ¿Por qué le
da tanta relevancia?
Cultivar la atención y la mirada consciente nos ayuda a abandonar la idiotez –entendida
como el estado en el que vive alguien focalizado exclusivamente en sí mismo-
para ir penetrando gradualmente en la sabiduría que reduce diferencias y
fronteras. Parece que cuando las limitaciones se imponen y no nos quedan
asideros a los que agarrarnos, lo trascendente puede llamar con más fuerza a nuestro
corazón y sentimos con mayor claridad que hay algo más grande que nos sostiene.
En
su anterior libro, ‘La revolución de la Fraternidad?, planteaba a esta como una
de las claves de nuestro tiempo. ¿Sigue pensándolo ahora, con discursos
xenófobos en aumento, con gobiernos que dejan morir a personas migrantes en el
mar, con los Trump, Salvini, etc?
En ‘La revolución de la fraternidad’ planteaba que la felicidad del ser humano
pasa por lo que la ciencia está descubriendo gracias a las imágenes cerebrales
obtenidas con las técnicas de neuroimagen. Practicar el altruismo, la empatía,
la compasión… aumenta el aporte de oxígeno a los núcleos cerebrales
relacionados con el bienestar y la felicidad. ¿Es eso discutible? Lo dudo. Los
Trump o Salvini de turno podrán seguir defendiendo discursos basados en el
miedo que conectan con cierto sector de la población pero las evidencias
científicas sobre qué nos hace sentir bien son cada vez más contundentes y numerosas
y creo que la evidencia acabara imponiéndose algún día. En cierta forma creo
que ‘El poder del dolor’ es una especie de primera parte de ‘La revolución de
la fraternidad’. El sabernos vulnerables
y objeto de dolor antes o después puede abrirnos el corazón a la fraternidad. El
dolor puede ser una importante oportunidad transformadora.
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