El Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía parece un lugar muy propicio para mantener una entrevista con Siro López. Una suave música de fondo envuelve el ambiente de la cafetería del museo, desde la que se puede ver el enorme ‘Brochazo’ de Roy Liechtenstein, que en forma de escultura preside el patio central de esta pinacoteca. Artista polifacético y removedor de conciencias en todo aquello que se refiera a la publicidad, las imágenes, el mimo, el teatro, la danza o la fotografía, Siro asegura que todo ello le sirve como ‘alimento’ para el niño que sigue llevando dentro, buscando siempre la autenticidad en lo que cree y en lo que comparte.
Desde hace unas semanas, las estanterías de muchas librerías acogen la última obra de Siro López, ‘Contenedor de silencios’, que él mismo concibe como un libro “contemplativo”, ya que no se pueden pasar las páginas de manera mecánica e inmediata. “Lo que intento con las imágenes es frenar al observador y que diga: ¿y esto? Que se pregunten sobre lo que está viendo. Es verdad que hoy no se lee y tampoco se contempla lo suficiente, pero trato de que sirvan para crear debate, para dinamizar grupos, para animar al diálogo”, señala Siro.
Mientras unos hablan de la sociedad de la comunicación –aunque también del aislamiento y el individualismo- en la que recibimos alrededor de 3.000 impactos publicitarios cada día, seamos conscientes o no, otros aseguran que cada día está más aletargada por la prisa, el miedo, la crisis. Siro López cree que “estamos saturados con tantos mensajes, con tanta información, que es imposible de retener, de meditar, de reelaborar. Es como viajar en un tren de alta velocidad que nos impide ver el paisaje, pero también escuchar nuestro propio cuerpo. De manera que sólo la enfermedad, toques de determinadas crisis o la ansiedad nos obligan a detenernos y preguntarnos qué me está pasando, que nos está pasando como colectivo humano”.
Para Siro todo esto es un reto para conseguir un cambio. Reconoce que no es fácil, pero “quiero agarrarme a esos espacios de esperanza de muchos grupos y colectivos jóvenes en donde están diciendo basta ya, queremos vivir y organizar este planeta de otro modo. Quizá meten menos ruido que otros grupos sociales, pero ahí está toda esa gente despierta, inquieta y creativa”.
Sentirse vivo
Cuando dice esto, trato de contagiarme de esa esperanza, pero también tengo que representar el papel de ‘abogado del diablo’, porque percibo que vivimos en un mundo en el que predomina la postura de que el cambio lo hagan otros y a mí que no me molesten. “Es verdad que somos los hijos de la abundancia. Eso nos acomoda y nos impide movilizarnos”, señala Siro, quien a continuación añade que “cuando uno toma partido, se compromete en algo, no se trata de una postura masoquista. El compromiso se ha ‘vendido’ de forma negativa, como una cruz, como un sacrificio, cuando en realidad es la mejor forma de sentirse vivo”. Y recuerda una frase que a él le ayuda personalmente: “Sólo los peces muertos van a favor de la corriente”. Desde aquí apunta la necesidad de ser críticos y autocríticos, pero sin llegar a ese punto que “acabamos con caras de amargados”, de manera que “terminemos convirtiendo en destructores de muchos espacios de esperanza, como la fiesta, lo comunitario, la belleza, el placer…
Cuando a un personaje tan polifacético como Siro López se le pregunta con qué actividad se quedaría uno piensa que va a responder con tal, o con todas, pero la realidad es que se queda “con la capacidad de crear. Todos nacemos con ella. A cualquier crío de dos o tres años le das una hoja en blanco y empieza a disfrutar pintando. Lo mismo ocurre con la música y el baile, o con el canto. En condiciones normales todos los niños cantan, bailan, pintan. El problema es que a partir de los ocho años se nos ha vendido que si no dibujas como una fotocopiadora lo tuyo no es pintar; si no bailas como Mikel Jackson lo tuyo no es bailar; si no cantas como Plácido Domingo lo tuyo no es cantar. Nos castran la capacidad expresiva con la que todos nacemos, pero yo al menos quiero seguir alimentando a ese niño que todavía llevo dentro”.
Para mantener este niños emplea distintos lenguajes para cada una de sus formas de expresión. La denuncia en la pintura; el humor y la fiesta en el mimo; la creatividad en lo digital. “Todo esto me ha abierto espacios maravillosos en los que poder trabajar, como campos de refugiados, en cárceles o en hospitales”, señala Siro.
Claves evangélicas
Licenciado en Teología y con una larga etapa de su vida como religioso salesiano, Siro López reconoce que “me siento el mismo, porque las claves evangélicas me han aportado una luz que no he encontrado en otros lugares. Pero también es verdad, quizá por el momento tan tonto que estamos viviendo en la Iglesia, que hay muchas cosas que por salud uno se debe desprender, porque creo que hacen daño. Trato de buscar siempre la autenticidad en lo que creo y en lo que comparto. Este es un proceso constante en mi vida”.
Una vida que no se para, pero sin los agobios de las prisas y del ganar mucho, porque “con tener para pagar la hipoteca me basta”. Sigue dando cursos para chavales en los colegios sobre el uso de Internet, la publicidad, las marcas, el consumo responsable, sin olvidar la repercusión económica y ecológica que ello significa. Cuando se lo piden echa una mano en Amnistía Internacional y en Greenpeace.
Pero lo que ahora más le ocupa el tiempo, aparte de su hija, es un proyecto de fotografía sobre el cuerpo para poder trabajar en las aulas todo el tema de la sexualidad, de la afectividad, del influjo de la publicidad en los arquetipos de lo corporal. “Van a ser fotografías con textos para abordar la desnudez interior al mismo tiempo que presento imágenes de desnudos”, dice Siro. Apuntala su trabajo en algo que tiene muy claro y es que “creo que es una necesidad en las aulas, porque se tiene mucha información sobre lo sexual, pero hay muy pocas herramientas afectivas. Están sedientos de querer”.
Cuando termina la entrevista y nos encaminamos hacia el patio central del Reina Sofía le pregunto a Siro López si los artistas son profetas. Sin dudar responde: “Debiéramos. Otra cosa es que podamos llegar a serlo”.