“Joaquín dedicó su vida a tender puentes de diálogo”

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Mercedes Aguilar con su esposo, Joaquín Ruiz GiménezCuando se cumple un año de la muerte de Joaquín Ruiz Giménez, alandar propone rememorar a este excepcional personaje de la escena política, social y de la Iglesia española de las últimas décadas a través de la mirada de Mercedes Aguilar, la mujer que lo acompañó durante casi setenta años. Como en tantos otros casos, la figura de la esposa de Joaquín destaca por permanecer siempre a su lado, desde la presencia serena y el apoyo incondicional, tanto en los grandes acontecimientos (Ruiz Giménez vivió en primera persona buena parte de los principales cambios que experimentó nuestro país entre las décadas de los 50 y los 80) como en los momentos difíciles, que no faltaron. He aquí las palabras de quien mejor le conoció. Gracias a Merche, una de sus hijas, por la colaboración que permitió realizar esta entrevista.

De todas las cualidades de su marido ¿cuál es la que hizo que fuera una persona tan querida y admirada por tanta gente de diversos ámbitos y tendencias?

Podría decir tantas cosas… Tenía muchas cualidades, pero si tuviera que destacar alguna sería su bondad y sencillez, con las que se comunicaba y dialogaba con todo el mundo. Buscaba siempre tender puentes para el diálogo, para entender y ser comprendido. A eso dedicó su vida y por eso todo el mundo le quería.

¿De qué modo ha vivido usted una existencia tan intensa y pegada a los acontecimientos fundamentales del último medio siglo de la Historia de España?

Me siento enormemente afortunada por haber podido convivir cerca de 70 años con una persona tan admirable como mi marido. A su lado, he disfrutado de una vida intensa y muy enriquecedora aprendiendo, sobre todo, de su forma de pensar, de su tolerancia y capacidad de diálogo, de su compromiso vital con sus ideales. Ha sido todo un ejemplo de una vida dedicada a los demás, a la defensa de los derechos humanos. Y me ha enseñado que, muchas veces, los momentos más importantes no son los que están en los libros de Historia, sino los que hemos pasado compartiendo las luchas de quienes sufren injusticias. Y también creando y disfrutando de una familia tan grande y unida como la nuestra.

Fue embajador de España ante la Santa Sede en la época de la firma del Concordato. ¿Cómo veía él los cambios que fue experimentando la Iglesia?

Esa evolución que tuvo en aquellos primeros tiempos la Iglesia católica llenó a mi marido de una enorme alegría y satisfacción pues respondía a su visión e ideales, los de una Iglesia que abría sus ventanas a las necesidades y nuevos contextos sociales. Fue todo un soplo de energía que le ayudo enormemente a reforzar y consolidar su fe.

Fue de los renovadores del régimen franquista desde su cargo de ministro de Educación, en 1951. No debió ser una época sencilla.

No fue un periodo fácil. Luchó con todo su afán por lo que creía que era justo y correcto, por abrir y flexibilizar el régimen. No lo consiguió aunque puso en ello todo su empeño. Muchos no le comprendieron y le criticaron enormemente. Hizo cuanto pudo y cuando vio que no daba resultado se fue con la cabeza alta, pues siempre fue honesto y honrado. Por eso, aunque tuvieran diferencias o no entendiera su postura u opinión, Franco siempre le respetó y no dejó que en su presencia le criticasen quienes le atacaban desde dentro del régimen.

¿Cómo recuerda al Joaquín Ruiz Giménez apasionado en la defensa de la democracia durante el difícil tiempo de la Transición?

Incansable en su lucha por el cambio y, sobre todo, por crear espacios donde todas las tendencias políticas, todas las opiniones, pudieran dialogar, respetarse unos a otros. Cuando perdió las elecciones, yo me enfadé muchísimo pues me pareció una injusticia, con lo que él había luchado, incluso cuando en el fondo estaba en parte encantada de que no fuera a seguir en política. Sin embargo, él lo vivió con una elegancia, una tranquilidad y un saber estar… Fue toda una lección. Pero continuó en la lucha por sus ideales, dedicando su tiempo y energías a nuevos proyectos, otras causas como el desempeño del cargo de defensor del pueblo, de presidente de UNICEF o de profesor de Filosofía del Derecho en la universidad. Quiso que cuando se muriera le recordaran sobre todo por esta faceta, la de docente.

Él fundó una de las publicaciones de pensamiento progresista claves en los años 60 y 70: ‘Cuadernos para el Diálogo’. ¿Fue éste un proyecto especialmente querido para Joaquín?

Por supuesto. ‘Cuadernos para el Diálogo’ simboliza cómo mi marido creía que debía ser la Transición: un espacio de diálogo y respeto entre posturas diferentes. No sólo fue importante para él sino para todos los que participaron en ese proyecto e hicieron que la Transición estuviera impregnada de ese espíritu. Me entristece que ese talante haya desaparecido, que ahora no se respete al que piensa diferente, no se construyan más puentes de diálogo y colaboración entre posturas ideológicas contrarias. Al final, lo importante es construir juntos desde ese modo de ver las relaciones con los otros.

Su marido siempre defendió el ecumenismo y el diálogo entre las diferentes confesiones religiosas en un mundo en el que existen demasiadas querellas entre confesiones distintas…

Sí, mi marido siempre creyó que todos los caminos conducen a Dios y que da igual la forma en que cada uno escoja de comunicarse con Él. Por ello estaba a favor del ecumenismo y el diálogo e unión de las iglesias.

¿Qué es lo que Joaquín hubiera reflexionado sobre el momento actual de crisis profunda, en muchos aspectos, que vive nuestro país?

Estoy segura que tendría una enorme pena ante la situación actual. No sólo por las penurias y sufrimiento que muchas personas pueden estar pasando, sino también por la crispación de la clase política, por la falta de respeto, por la incapacidad de ayudarse unos a otros en un momento crítico como éste. Lo que falta nos hace es diálogo y respeto para valorar lo que se haga bien, plantear alternativas si algo se ésta haciendo mal y sobre todo, trabajar en común para superar esta crisis que, resulta importante no olvidar, está afectando a mucha gente en España y en todo el mundo.

Entre sus últimas voluntades estuvo que se le enterrara sin ningún boato y que este acto se centrase en una Eucaristía y no en un sepelio. ¿Es sin duda una decisión coherente con el estilo de vida que practicó: austero y celebrativo?

Él pidió que cuando dejara este mundo, se celebrara su marcha de la manera más austera posible. Que las misas se dijeran en las parroquias más abandonadas, donde más ayuda se necesitara. Que lo que se pensara gastar en flores se donara para los más menesterosos. Y que en su lápida la única referencia fuera a su papel como profesor. No quería ningún título ni frase laudatoria. Su última voluntad fue respetada de principio a fin.

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