Dentro del amplio panorama de vulnerabilidades que ofrece la actual pandemia, existen colectivos en los que esta se ha cebado de especial manera. Uno de ellos es el de las mujeres víctimas de trata, tanto las que habían logrado escapar de ese infierno como las que han visto cómo el confinamiento ha acabado con sus opciones de lograr ingresos. En el Proyecto Esperanza las atienden e intentan darles un hogar para que puedan recuperar su vida.

Las desigualdades en tiempos de pandemia son más evidentes que nunca. Han pasado tres meses desde que la crisis sanitaria provocada por el COVID-19 empezara y aun son muchas las personas vulnerables y en riesgo de pobreza que siguen a la espera de una solución por parte de las autoridades hasta que llegue en ansiado ERTE o el salario mínimo vital recientemente aprobado por el Gobierno. Durante todo este tiempo han sido iniciativas comunitarias, locales y ONG’s las que se han encargado de la asistencia de estas personas impidiendo que muchas de ellas, se quedaran sin nada que echarse a la boca.
En Proyecto Esperanza, iniciativa de la congregación de las Hermanas Adoratrices con más de 21 años de recorrido en Madrid, acogen a mujeres que han sido víctimas de cualquier tipo de trata con fines de explotación: explotación sexual comercial y no comercial, explotación laboral o, incluso, matrimonios forzosos. Ya son más de 1100 mujeres de unas 70 nacionalidades diferentes las que han recibido acompañamiento educativo, atención judicial, social, laboral o servicios de salud tanto física como psicológica y, siempre, de manera individual y siendo conscientes de sus propios ritmos y necesidades.
Proyecto Esperanza en tiempos de COVID-19
Para toda la sociedad, la situación de COVID-19 ha tenido y seguirá teniendo múltiples consecuencias psicológicas, económicas y sociales. Sin embargo, en mujeres que han vivido situaciones traumáticas, el proceso se ha agudizado. Hemos hablado con Laura, una de las educadoras del Proyecto Esperanza que pone voz a las vivencias de las mujeres con las que trabajan.
Aunque no han tenido ningún suceso grave (si algún caso leve en las mujeres no residenciales, es decir, que viven de manera autónoma) muchas mujeres se han visto afectadas de distintas maneras. “La violencia siempre deja secuelas y la trata deja en las mujeres supervivientes el miedo, la desconfianza y la inseguridad que suelen anclarse en ellas con mayor o menor grado. En algunas de las mujeres que han vivido la trata se ha reactivado la sintomatología postraumática”. Si el estado de cuarentena ha generado, en parte de la población, trastornos emocionales, depresión, ansiedad, estrés, irritabilidad o agotamiento emocional, en mujeres que han sufrido violencia esto se ha dado de forma significativa. “Hemos tenido que estar muy atentas a estos síntomas desde el departamento psicológico”. Al contexto de confinamiento y miedo frente al virus, hay que añadir situaciones de precariedad extrema. “Algunas mujeres no han construido redes sociales de apoyo y se han encontrado muy solas. Jurídicamente han visto como su situación se iba complicando ya que los permisos se han ido caducando y muchas de ellas han pasado a situaciones administrativas irregulares”.
Proyectos en suspenso
Siguen siendo momentos de mucho miedo, de revivir episodios anteriores y, en definitiva, de una falta de perspectiva de futuro ya que, de un día para otro, se les ha arrancado de cuajo todos los proyectos que, con mucho esfuerzo, habían intentado sacar adelante. Laura nos facilita el testimonio de una de las mujeres que nos dice lo siguiente. “Mi vida antes del Coronavirus iba súper bien. Estaba terminando un curso de ayudante de comida y catering que duraba seis meses. Ahora estoy a la espera de poder concluir las prácticas. Tenía muchas opciones de poder incorporarme a un trabajo relacionado con este curso. Todo iba muy bien, pero ahora habrá que esperar. Desde el principio de la crisis, Proyecto Esperanza me ha facilitado las ayudas de necesidades básicas. Ahora estoy recibiendo ayuda psicológica y jurídica para ver si regularizo mi situación. Aunque la atención ha cambiado porque nos comunicamos solamente por teléfono, todas las personas que trabajan en el Proyecto han seguido muy pendientes de mí. Es una situación muy fuerte pero hay que mantener la calma y la actitud positiva para que todas volvamos a retomar una vida normal lo antes posible”
Los datos
En este sentido, a veces los datos ayudan a pensar en la realidad y valorar las consecuencias. “En Proyecto Esperanza hemos atendido un total de 115 personas desde que se decretó el estado de alarma por la crisis sanitaria hasta el 14 de mayo. De ellas, 105 son mujeres y 10 son menores a cargo de sus madres. 85 mujeres han sido atendidas telemáticamente por los distintos servicios especializados del proyecto. Un 25% de ellas son antiguas usuarias que se han encontrado en una situación de mayor vulnerabilidad debido a la crisis”. Para hacernos una idea de cómo ha afectado al equipo de profesionales y cuáles han sido las demandas de las mujeres, “tenemos registradas, hasta el 14 de mayo, un total de 1.195 intervenciones”: 109 en atención psicológica a 34 mujeres, 98 en orientación socio laboral para solucionar despidos, cesiones de contratos, Eres o ERTE atendiendo a 30 mujeres, entre otras muchas más llamadas. Pero quizá, lo que más llama la atención son las 258 intervenciones de atención social para más de 80 personas apoyando el pago de alquileres y necesidades básicas tales como alimentación o higiene”.
Con las mujeres que viven en los pisos que el Proyecto tiene a su cargo, también han seguido, en la medida de lo posible, con el trabajo diario. Durante las primeras semanas de confinamiento, han estado 12 mujeres. “Cinco de ellas llevaban con nosotras menos de dos meses y seis han entrado casi juntas en ese momento. Era importantísimo generar confianza acogiéndonos con distancia, recibiéndonos con mascarillas y con guantes, etc. Han sido momentos muy intensos y muy bonitos a la vez. A pesar de que según iban entrando tenían que estar confinadas el ambiente ha sido facilitador, amable y distendido a pesar de vivir con personas desconocidas”. Por parte de las educadoras el trabajo, al igual que el de tantos otros, se ha tenido que adaptar a las circunstancias en tiempo récord. “Las educadoras hemos activado toda nuestra creatividad y hemos programado cantidad de actividades conjugando lo lúdico-creativo con lo formativo. Nos hemos reído mucho, hemos rezado cada una a nuestra forma y desde nuestra religión, se les han dado sesiones telemáticas sobre habilidades sociales, autoestima, situación laboral o salud, y han tenido también por video conferencia terapias individuales y apoyos sociales, jurídico y laborales. He de decir, en honor a la verdad, que una vez más han demostrado su capacidad resiliente, su fortaleza, su valentía, su confianza en Dios. No me canso de decirlo en este tiempo muchas se han vuelto a convertir en mis maestras, ejemplo de superación, de resurgir en la adversidad”.
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