
La pobreza no es inevitable ni consustancial al desarrollo económico. Es un fenómeno socio-político o «politizable», es decir, sujeto a respuesta desde las instituciones públicas y desde la capacidad de reacción de la sociedad civil. La pasividad individual y colectiva es la mecha que la activa.
El día 17 de octubre ha sido el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza.
Soy consciente de que lo del “Día de…” suena al refrán popular: “Solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena”.
Aun así, el hecho de la pobreza en nuestra sociedad (española y, por supuesto, a nivel mundial) es algo tan escandaloso que los que vivimos de forma desahogada, al mirarnos en el espejo de nuestra propia indiferencia y pasividad (colectiva o individual) , tenemos dificultad para mantener la mirada sin avergonzarnos.
Algunos datos recientes de España, decimoquinta economía del mundo, nos dan pistas de esta respuesta: las Comunidades han reducido del 67% al 59%, en los últimos doce años, el porcentaje de sus presupuestos dedicados a políticas sociales, el 60% de los niños más pobres no reciben becas, mientras el 13% de los más ricos sí, o que un millón de niños y niñas se quedan sin beca de comedor (solo un 11% las consiguen).
Informes como FOESSA (Fomento de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada), o EAPN (European Antipoverty Network), sitúan, con pequeñas diferencias, las tasas de riesgo de pobreza en España por encima del 20%. Los datos a nivel mundial, tras los años de pandemia, la guerra de Ucrania, la crisis de los cereales y de las materias primas, la emergencia climática las guerras y los llamados conflictos olvidados, así como la creciente desigualdad entre los más pobres y los más ricos, no dejan mucho espacio al optimismo.
Hay pobreza y pobrezas, niveles, estándares, umbrales… pero no pretendemos hoy detenernos en asuntos técnicos, baste con una sucinta definición para garantizar que todos hablamos de lo mismo «Situación de personas, familias y grupos cuyos recursos económicos sociales y culturales son tan limitados que les excluyen del modo de vida que se considera aceptable».
Una primera conclusión es que la pobreza no tiene que ver únicamente con situaciones de subsistencia, de miseria absoluta, de extrema necesidad. Tiene que ver con el ejercicio de los derechos económicos, sociales y culturales.
La pobreza tiene que ver con el ejercicio de los derechos económicos, sociales y culturales
La carencia de estos derechos, la de empleos dignos y estables, el no acceso al agua, la crisis medioambiental que se ceba en los y las agricultoras de los países más pobres y provocan que tengan que emigrar para sobrevivir, así como la desigualdad estructural y la ausencia de un pacto social real, están descubriéndonos su rostro más desafiante en todas las perversas manifestaciones de desigualdad, desprecio, marginación y exclusión de numerosas personas y hasta de grandes mayorías de pueblos que, como decía Ellacuría, son los “crucificados” de ahora. Una “realidad cotidiana” que genera muchos sufrimientos y llega a provocar la muerte temprana e indebida de demasiados seres humanos.
Las desigualdades provocadas por esta situación permanente de injusticia, se pueden percibir a distintos niveles más allá del mero económico-social, por ejemplo, la desigualdad se expresa también en el nivel jurídico-político en capacidad o incapacidad de decisión en las cuestiones claves para la marcha de las sociedades, es decir, en tenencia o carencia de poder, en ciudadanos que disfrutan realmente de sus derechos y en otros que no cuentan con la posibilidad de ejercerlos. Y en el nivel ideológico-cultural habría que hablar de desigualdades entre las razas, las culturas, los sexos, los credos religiosos…
Situar las desigualdades mencionadas en distintos niveles de la realidad, no nos impide reconocer que se da entre todas ellas una especie de dinámica diabólica de retro alimentación. Esto se concreta en que, con mucha frecuencia, los que padecen los efectos de la desigualdad en un determinado nivel la padecen igualmente en los restantes. Los que son económicamente pobres en el mundo, suelen ser también marginados o excluidos sociales, son mujeres, carecen de poder, no participan activamente en la marcha de sus sociedades y frecuentemente forman parte de las razas, etnias y culturas más despreciadas.
Si insistimos en la existencia de esta, así entendida, injusticia estructural, como causa fundamental de las desigualdades concretas que de ella se derivan, es porque no son pocos hoy los que la ignoran y, en consecuencia, todas las soluciones que proponen resultan superficiales, al no cuestionar el marco estructural injusto en el que dichas soluciones se sitúan.
Es necesario cuestionar el marco estructural injusto en que se produce la pobreza y sus posibles soluciones
La pobreza no es algo inevitable. Ni tampoco algo consustancial a cualquier forma de desarrollo económico. Es un fenómeno socio-político o «politizable», es decir, sujeto a respuesta desde las instituciones públicas y desde la capacidad de reacción de la sociedad civil.
La pobreza no es inevitable, es un fenómeno sujeto a respuestas institucionales y de la sociedad civil
Sin esta respuesta, el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza o artículos como este, están condenados a repetirse en un eterno retorno en que aceptamos que acontecimientos y situaciones pasadas, presentes y futuras se repitan indefinidamente en un bucle de injusticia, desigualdad y pobreza.