Vicente Martín Muñoz: «Aquel político que usa la criminalización de la pobreza con un rendimiento político es un populista”

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Por Álvaro Mota Medina

Entrevistamos a Vicente Martín Muñoz, sacerdote de la diócesis de Mérida-Badajoz que fue nombrado delegado episcopal de Cáritas española el pasado mes de octubre.

PREGUNTA: ¿Cómo te definirías?

RESPUESTA: Una persona sencilla, abierta. Creo que con capacidad de relación. También me caracterizo por ser una persona sensible hacia el mundo del dolor y el sufrimiento. Son aspectos que han ido marcando mi vida a lo largo de los tiempos.

Vicente Martín Muñoz, delegado episcopal de Cáritas española

Vicente Martín Muñoz. FOTO CARITAS

P: En apenas dos años has pasado de ser párroco en una de las zonas más deprimidas de la ciudad de Badajoz a asumir una responsabilidad en la primera fila de la Iglesia española ¿Cómo se viven externa e internamente todos estos cambios?

R: Después de desempeñar una tarea pastoral con los más pobres en los barrios de Gurugú y Colorines fue un cambio venir a Madrid hace dos años a estudiar teología pastoral. El nombramiento de delegado de Cáritas española supone una continuidad en todo este trabajo, pues ya en los últimos años venía colaborando, sobre todo en el ámbito de la formación.

Siento que, realmente, la primera línea es donde estaba antes. Mi nueva encomienda la afronto con entusiasmo y con agradecimiento de corazón, pues es un servicio a los últimos de nuestra sociedad que ahora desempeño desde un espacio mucho más amplio. Soy consciente de que llego a una institución que goza de credibilidad por su buen hacer y, en ese sentido, me sumo a la tarea.

P: Ahora te toca desenvolverte con la parte más institucional de la Iglesia ¿Cómo se puede preservar la libertad evangélica cuando uno se empieza a mover en espacios de más poder e influencia?

R: Es inevitable moverte en ámbitos y espacios institucionales. Hay que saber moverse y hay que desenvolverse ahí por lo que uno representa. El servicio a los pobres te da mucha libertad. En el fondo te sitúa de una manera diferente ante la Iglesia. Te ayuda a descubrir ese rostro de Iglesia más cercana, más samaritana, capaz de callejear la fe en los márgenes sociales. Cuando me preguntan qué es Cáritas digo que es la Iglesia que callejea la fe donde se domicilia el sufrimiento. El servicio a los pobres te ayuda a descubrir lo nuclear del Evangelio.

P: Adela Cortina afirma que los pobres son “aquellos que, aparentemente, no tienen nada importante que darte a cambio” ¿Qué te han dado a ti los pobres?

R: El acento lo pondría en el “aparentemente”. Me gusta decir que no hay pobres sino personas empobrecidas, en el sentido de que la persona empobrecida nunca deja de ser persona. Nunca pierde la dignidad que le da el ser persona y el ser hija de Dios.

Cuando hago lectura creyente de mi vida pienso que yo aprendí mucho de ellos. Son “nuestros señores y maestros” como decía San Vicente de Paúl. Me han ayudado a entender mis limitaciones, mi vulnerabilidad. Me han permitido sacar lo mejor de mí, humanizarme y descubrir la compasión en la mirada al otro superando la mera lástima.

Los pobres nos evangelizan. No son, sin más, objeto de nuestra acción. No están para que nosotros seamos buenos. Lo pobres son interlocutores del Evangelio.

P:Asistimos en los últimos tiempos a un panorama nacional y mundial en el que vemos proliferar peligrosos discursos políticos que sacan pecho del rechazo a la diferencia, la xenofobia y la criminalización del inmigrante y el pobre ¿Qué papel está llamada a desempeñar la Iglesia en esta encrucijada histórica?

R: La Iglesia tiene que contribuir a “desnaturalizar la pobreza”. Hay gente que piensa que la pobreza es un hecho natural. Esto no es cierto. Hay personas empobrecidas porque hay estructuras que empobrecen. La Iglesia tiene que denunciar todo signo de criminalización de la pobreza. No se rechaza al extranjero sin más. Se le rechaza por ser pobre, se le mira por la sociedad como una amenaza. Aquel político que usa la criminalización de la pobreza con un rendimiento político es un populista.

P: ¿En qué le pedirías mayor valentía al Papa Francisco?

R: Está siendo muy valiente en muchas cosas. Espero que le dé tiempo a consolidar todas las reformas que está impulsando y que dé más pasos en este camino sinodal. Que nos ayude a todos a configurar esta Iglesia de manera sinodal, desde lo que esta palabra significa: caminar juntos.

P: ¿Qué le falta y qué le sobra a nuestra Iglesia?

R: Le hace falta una más profunda conversión en esa línea de opción misionera. Poner en el centro de su vida y su acción pastoral la experiencia del encuentro con Dios. Le falta saber articular las distintas dimensiones eclesiales (anuncio de la palabra, celebración de la fe, servicio caritativo…) que a menudo se viven de manera descompensada y desarticulada. Tenemos que crecer en dimensiones como la sinodalidad y la corresponsabilidad. Pasar del discurso de “curas y laicos” al de “ministerios eclesiales”, donde cada uno vive un servicio de acuerdo a su vocación.

Hace falta una presencia pública más humilde. La Iglesia siempre tiene que ser crítica con lo que ocurre en el mundo pero nunca ácida en sus críticas.

Sobra arrogancia. La Iglesia tiene que asumir que su oferta es solo una más en una sociedad plural, de manera que solo puede presentarla desde el testimonio.

P: Da la sensación de que, en muchas ocasiones, a la Iglesia le cuesta tomar el guante de las luchas de los movimientos sociales y de los colectivos que tratan de reivindicar su papel en la historia ¿Por qué nos cuesta a veces tanto sintonizar con algunas de las causas más importantes que mueven hoy el corazón de la gente?

R: La Iglesia a veces no ha sabido articular lo que tiene que ver con Dios con lo que tiene que ver con el ser humano, pues ha estado tan centrada en sí misma que eso ha obstaculizado ver dónde están las causas que provocan dolor a la gente. A veces se ha preocupado tanto de transmitir doctrinas desarticuladas que se ha olvidado de lo esencial. Hemos disociado lo de Dios y lo humano y, sin embargo, creemos en un Dios que se ha hecho humano.

Hay que recuperar la importancia del kerigma. Ser capaz de decir a cada persona que acompañamos que Dios la ama, ha dado su vida por ella y quiere sea feliz.

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