“Es más fácil conservar la integridad que recuperarla cuando se pierde” (Thomas Paine)
Según la Real Academia Española (RAE), el significado de la palabra tolerancia es “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. Ser tolerante es, bajo mi punto de vista, imprescindible. Ahora bien, es igual de imprescindible saber con qué o con quién serlo y en qué circunstancias. No, no siempre uno debe ser tolerante. Cuando una tradición, una costumbre o una práctica cultural atentan contra la integridad, la salud o los derechos humanos de las personas uno ya no puede permitirse ser tolerante.
África, el continente que fascina con la misma intensidad que causa estupor, que parece lejano aun siendo el más cercano, el gran desconocido, se convierte nuevamente en protagonista cuando se habla de la ablación sexual o, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), mutilación genital femenina (MGF).
El porqué
Detrás de este macabro procedimiento hay una serie de explicaciones que, en mi caso, no convencen. La ONGD Paz y Desarrollo afirma que ésta es una práctica realizada “en el contexto social de la comunidad, legitimada a través de creencias, que varían en función de variables como la etnia y la localización geográfica, entre otros, ofreciendo una serie de explicaciones para su justificación y mantenimiento”. Detrás hay motivos sociales, sexuales, de salud o higiénicos y estéticos, pero no religiosos, pese a lo que muchas personas puedan pensar.
Según la guía práctica editada por la ONGD, en diversas comunidades africanas –y me centro en África aunque es importante resaltar que en América, Asia e incluso Europa también existe la ablación sexual-, la MGF se considera “un rito de iniciación de las niñas a la edad adulta” o un método de control para cerciorarse de que la mujer llegará virgen al matrimonio.
En relación con estos argumentos, es lógico y evidente que la ablación sexual no pueda justificarse de ninguna forma y mucho menos considerarse lícita. Las diferencias como tales no tienen, por lo general, connotaciones negativas, sino todo lo contrario. En la variedad está el gusto, ¿no es cierto? Sin embargo, en este caso, las diferencias culturales no pueden tolerarse.
La presidenta de la asociación Equipo de Sensibilización contra la Mutilación Femenina, EQUIS, Fatou Secka, declaró el pasado abril que la erradicación de la ablación sexual sólo se logrará si se trabaja “desde las familias, cuando la conciencia de las mujeres genera una reflexión en los hombres”, tal y como recogía el portal de noticias webislam.
Tipos
La MGF no se puede definir de una única manera, no hay un único procedimiento y cada caso es único. Según la OMS, hay cuatro tipos de ablación: la clitoridectomía –eliminación del prepucio del clítoris, con o sin escisión parcial o total del clítoris–, la escisión –ablación del clítoris total o parcial de los labios menores, dejando los labios mayores intactos–, la infibulación –extirpación del clítoris, labios menores, labios mayores y sutura de ambos lados de la vulva, dejando una pequeña obertura posterior para la evacuación de la orina y del flujo menstrual – y, finalmente, otras prácticas de severidad variable sobre el área genital “sin finalidad terapéutica”, como los piercings o la cauterización del clítoris.
“Las graves consecuencias de tal práctica, que pesan sobre la salud a lo largo de toda la vida de las afectadas, han despertado la sensibilidad de la comunidad internacional de manera que tales actos han pasado a ser considerados como un grave atentado a la integridad de las mujeres que lo sufren”, aseguró en 2008 la profesora de derecho penal de la Universidad de Almería María Elena Torres Fernández en su artículo La mutilación genital femenina: un delito culturalmente condicionado.
A pesar de que la actuación de hombres y mujeres, de ONG, de asociaciones, de víctimas de esta aberrante práctica, etcétera ha conseguido reducir la MGF en algunos países tanto de África como del resto de continentes, sigue siendo un tema preocupante y un asunto que para muchas mujeres es tabú. Según la Fundación Kirira, una ONGD independiente, aconfesional y apartidista, “como resultado de las campañas de Kirira y el Gobierno se han reducido de un 90 por ciento a menos del cinco por ciento los casos de mutilación genital femenina” en Kenia.
Con motivo de la celebración del Día Mundial contra la Ablación -6 de febrero-, la agencia Europa Press publicó una noticia en la que recordaba que el 27 de noviembre de 2012 la Asamblea General de la ONU aprobó por primera vez una resolución para condenar la MGF, “exigiendo a los estados miembros su prohibición y castigo, al considerar que se trata de un atropello irreparable e irreversible que niega los Derechos Humanos de las mujeres y las niñas, además de recordar que supone amenaza para la salud mental, sexual y reproductiva de las mujeres y puede incrementar su vulnerabilidad al VIH”.
En cualquier caso, mirando hacia los lados y viendo cómo está el mundo hoy en día, cabe preguntarse: ¿qué alcance tiene una resolución de Naciones Unidas? Si la ablación sexual se reduce es, en gran medida, gracias a la intervención de otros agentes o actores externos y no sólo por un documento de este organismo. Según Secka, esta resolución es un instrumento que permitiría “apretar a los gobiernos”. Ojalá sea así.
Waris y Ashia
Waris Dirie –top model somalí, escritora y activista y durante seis años (1997-2003) embajadora especial de la ONU contra la MGF- y Asha Ismail -fundadora y directora de la ONG Save a girl, Save a generation (“salva a una niña, salva a una generación”)- fueron mutiladas a los tres y cinco años respectivamente. En la actualidad, ambas luchan desde sus fundaciones –Waris Dirie fundó la suya en 2002- para tratar de erradicar la MGF; al menos para tratar de reducirla.
La OMS recuerda que este procedimiento se lleva a cabo, con frecuencia, en la infancia, “en algún momento entre la lactancia y los 15 años” y, además, “calcula que en África hay 92 millones de mujeres y niñas de más de diez años que han sido objeto de MGF”.
Esta es una de las peores violaciones de los Derechos Humanos y, subrayando las palabras del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), de las más “silenciosamente toleradas”.
Sus vidas, las vidas de esas niñas y de todas las que sufren diariamente esta horrible práctica nunca será igual. Hay heridas que tardan en sanar, pero otras ni siquiera cicatrizan. No hablamos simplemente de un desgarro físico, se trata de un desgarro en el alma.
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