A 51 años de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que cobró vida del 26 de agosto al 8 de septiembre de 1968 en Medellín, la región continúa transitando por una fragilidad social que está teñida con los mortecinos colores del hambre, el desamparo y la pobreza.
Una de las raíces de ésta endeble e histórica situación se encuentra en los vaivenes políticos del continente que favorecen que los países oscilen, a lo largo de las diferentes décadas, entre regímenes de centro derecha que propician el repliegue del Estado en relación a su función social y gobiernos de centro izquierda interesados en defender los derechos humanos y en incluir en la trama comunitaria a toda la población.
En base a este rumbo político siempre errático que dinamita la estabilidad social, tal como advirtieron los obispos latinoamericanos en 1968, hay que tener en claro que «el subdesarrollo latinoamericano, con características propias en los diversos países, es una injusta situación promotora de tensiones que conspiran contra la paz».
Tal como ocurría décadas atrás en el continente, hoy en día muchas naciones se mantienen en esta situación de subdesarrollo gracias a que sus respectivos gobernantes, con empeño y sin remordimiento, ponen en marcha políticas que claramente profundizan la abismal brecha que separa a quienes más tienen de aquellos que nada poseen.
Así, por ejemplo, el gobierno argentino asumió una histórica y descomunal deuda con el FMI que tendrá postrado al país durante décadas; el presidente brasilero está implementando políticas educativas y de género que se originaron en épocas militares; y el pueblo venezolano está siendo víctima de un brutal bloqueo que lo sumerge en la pobreza y en el desabastecimiento de productos esenciales para su subsistencia.
De esta forma y considerando que aún existen situaciones como las mencionadas que atentan gravemente contra la dignidad del pueblo latinoamericano debemos tener presente que, tal como se planteó en Medellín, «no hay que abusar de la paciencia de un pueblo que soporta durante años una condición que difícilmente aceptarían quienes tienen una mayor conciencia de los derechos humanos”
En efecto siempre será frágil la paz social continental si millones de personas no comen cotidianamente o se ven obligados a alimentarse en comedores populares; viven en condiciones indignas ya que no tienen casas o «en el mejor de los casos» sus viviendas carecen de los servicios básicos; mueren siendo víctimas de problemáticas sanitarias que serían fácilmente solucionables si existiera un Estado presente, etc.
A pesar de todos estos pesares el pueblo latinoamericano, que históricamente fue vapuleado en su dignidad por dirigentes corruptos, siempre sueña con vivir en un entramado social justo y equitativo en el que se haga realidad el “anhelo de emancipación total, de liberación de toda servidumbre, de maduración personal y de integración colectiva”.
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