En África, el nuevo año ha empezado lanzando señales positivas y levantando esperanzas de que las cosas puedan seguir mejorando. Aún queda mucho camino que recorrer y muchas estructuras que cambiar pero los augurios son buenos. El ritmo es lento, como casi todo en el continente, pero es así como se camina seguro (ya lo dice un refrán sierraleonés: kele kele ketch monki, se necesita mucha paciencia para cazar un mono).
Es verdad que todavía queda mucha violencia en África, la mayoría ignorada por los medios de comunicación occidentales, pero el número de guerras que asolan el continente se va reduciendo. Parece que los métodos no violentos se imponen y así, por ejemplo, el conflicto de Guinea Conakry se ha resuelto de forma pacífica, el de Costa de Marfil lleva el mismo camino, Sur Sudán ha celebrado su referéndum de autodeterminación… Todo ello gracias a la cada vez más eficaz mediación de la Unión africana y de otros organismos regionales como la CEDEAO. Esto indica que los jefes de estado africanos se han tomado en serio la resolución de los conflictos y el fomento de la democracia y que, por eso mismo, África es cada vez más dueña de su propio futuro.
A nivel de seguridad alimentaria también se están tomando iniciativas que aseguran la independencia y el autoabastecimiento del continente. A mí me parece particularmente interesante una de las iniciativas que se han surgido en este campo. Se trata de la construcción de la gran muralla verde, un gigantesco plan de reforestación que irá desde Yibuti a Senegal. Su objetivo es contrarrestar el avance del desierto y garantizar la seguridad alimentaria en una zona donde tradicionalmente la población sufre malnutrición. Éste es un proyecto que une a once países, lo que significa un intento fuerte de cooperación regional.
En el campo de la salud, de la educación, de los derechos humanos, de la lucha contra la corrupción o el buen gobierno también se ven avances. Cada día son más los ciudadanos del continente que se implican en la construcción de una sociedad más justa.
Es la fuerza vital de África que se resiste al olvido y la opresión y que busca salir adelante. Sin embargo, a pesar de tan buenas perspectivas, a las mujeres y a los hombres del continente les quedan tres batallas por vencer: revertir el cambio climático, cambiar las reglas del comercio internacional y reducir las desigualdades internas entre ciudadanos en cada país.
Si África no es capaz de dar estos pasos su futuro seguirá hipotecado. Para llevar a cabo esta revolución los africanos no pueden depender de los expertos internacionales, ni de las ayudas a la cooperación y al desarrollo, ni de la buena voluntad de las ONG o las agencias internacionales.
Tienen que ser los hombres y mujeres -y sobre todo los jóvenes africanos- los que den los pasos necesarios para conseguir el cambio. Por eso es tan importante la educación en un continente como África, el formar líderes educados que conozcan las necesidades de sus gentes y entiendan sus problemas. Personas que sean capaces de aplicar soluciones locales a problemas globales.
Además, en muchas partes del continente, el Año nuevo coincide con el final de la recogida de la cosecha, un motivo más para celebrar. Éste es tiempo de fiesta, de sacar las máscaras, de ofrecer los sacrificios a los antepasados, de iniciación en las sociedades secretas, de sentarse en el porche de casa y compartir una calabaza de vino de palmera con los amigos… Es tiempo de paz y de alegría.