Argentina: el crimen de una niñez hambrienta

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Foto. Voces de mi ArgentinaSegún la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, la Argentina, cuyos habitantes representan el 0’65% de la población mundial, produce el 1’61% de la carne y el 1’51% de los cereales que se consumen mundialmente.

En este escenario resulta perverso que, de acuerdo al último informe del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, un 27’9% de los niños se encuentren expuestos a situaciones de riesgo alimentario y que de ellos un 6% experimente hambre frecuentemente. Y, si se toma en cuenta específicamente a los niños de estratos socioeconómicos muy bajos, se estima que el 60% se haya en situación de riesgo alimentario y, de éstos, el 26% padece hambre usualmente.

También resulta siniestro que, de acuerdo al Centro de Estudios Sobre Nutrición Infantil, en una de cada dos muertes que suceden en niños menores de cinco años la desnutrición juega un papel importante; por cada niño que muere antes de los cinco años existen seis niños que sobreviven con desnutrición crónica y 23 niños a los que les falta hierro y desarrollan anemia; y, mientras que a nivel nacional ocho de cada cien niños padecen desnutrición crónica, en el norte argentino uno de cada siete niños tiene desnutrición crónica.

Por su parte el Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo, donde confluyen 400 instituciones no gubernamentales que trabajan con niños pobres cuyas vidas están en riesgo, sostiene que “estos chicos que mueren cada día -como tributos de sangre- no forman parte de ninguna agenda. Los cuerpos de los pequeños siempre son un poema, no obstante para los que sobreviven la desnutrición los deja mutilados. Miradas perdidas. Vejeces prematuras. Afectos vacíos, mundos inimaginables”.

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Pobreza estructural

Ahora bien, estas cifras aluden a la deuda interna que tienen los dirigentes argentinos con millones de acreedores pequeños -y hambrientos- que reciben las migajas del desarrollo económico de un país que continúa priorizando el pago a los organismos internacionales sobre la alimentación de sus jóvenes, hacia quienes destina planes sociales que, mayoritariamente, no logran modificar la situación de pobreza estructural en la que viven.

Así, por ejemplo, hace poco mas de un año se puso en marcha la Asignación Universal por Hijo que, si bien tiene como objetivo ayudar a los padres de hijos menores de 18 años pobres, resulta deficitaria ya que el dinero que cobran los beneficiarios no alcanza para cubrir las necesidades de sus chicos. Además, no la perciben quienes carecen de documento (cuestión usual entre los carenciados), trabajaron siempre en el circuito informal de la economía y no están registrados en la Seguridad Social (por no haber trabajado nunca en blanco ni percibido ningún plan social), o tienen hijos que no están vacunados ni escolarizados (requisitos que no se le pide al empleado formal para cobrar la Asignación Familiar por Hijo).

En este contexto, como lo expresó años atrás el obispo Miguel Hesayne, “hay que gritar el crimen de una niñez hambrienta en la sociedad argentina. Todos los días y en todos los medios de comunicación debería estar en primera plana y ha de ser la preocupación de la comunidad cristiana”. Porque como el Papa clamó en Viedma: “Si hay un hombre, una mujer, un niño, un joven, un anciano necesitado, un cristiano no puede vivir tranquilo”. Entonces, ¿qué hacer ante la realidad argentina de miles y miles de niños hambrientos? No podemos quedarnos tranquilos.

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