Ser madre es un derecho de cualquier mujer pero, en cuanto hablamos de mujeres que tienen discapacidad, el tema puede llegar a convertirse en tabú. Sigue existiendo una fuerte resistencia tanto familiar como de la sociedad por la supuesta incapacidad de estas personas para poder cuidar de un hijo o hija.
Pero que una mujer con discapacidad sea mamá es un hecho que aún cuesta entender a la sociedad en la que vivimos. Puede que mucha culpa la tenga el desconocimiento. Dos leyes europeas velan por este derecho: Mujeres con discapacidad de Europa” (1997) garantiza “a las mujeres con discapacidad el derecho a la familia, a las relaciones sexuales y a la maternidad”, así como “tener pleno acceso a los métodos de planificación familiar así como a información sobre el funcionamiento sexual de su cuerpo. Dicha información debe estar dispo¬nible en cintas grabadas, en macro tipo, en sistema Braille, etc.”.
El Manifiesto de las mujeres con discapacidad de Europa de 2002 recomienda que “se deben introducir cambios en relación con la idea presente de la maternidad, discriminatoria para las mujeres con discapacidad, particularmente en lo que se refiere al derecho a la reproducción, custodia legal de los hijos en caso de divorcio, adopción u otras formas de acogida social y en la utilización de la inseminación artificial”.
En la Convención de la ONU sobre los Derechos Humanos de las Personas con Discapacidad (2006) se reconoce “la importancia que para las personas con discapacidad reviste su autonomía e independencia individual, incluida la libertad de tomar sus propias decisiones”. De la misma manera, se habla de garantizar los derechos humanos y las libertades fundamentales de las personas con discapaci¬dad sin discriminación. Uno de estos derechos es el que tiene cualquier mujer para ser madre.
Pero a pesar de estos manifiestos y normativas, la realidad está lejos de garantizar unas condiciones de igual¬dad con las personas con diversidad funcional. En lo referente a que una mujer con discapacidad tenga dere¬cho a la maternidad sigue existiendo una distinción, una repulsa y una obstaculización.
Cuando una mujer con discapacidad plantea en su entorno el deseo de ser madre puede recogerse con sorpresa y con preocupación. Aun así, la familia suele ser la que, pasado el impacto inicial, sea el punto de apoyo. No así puede ser el caso de las amistades -que pueden verlo con incredulidad- o el caso de la sociedad con todos los prejuicios, la mayor parte por desconocimiento, como siempre, la mayor de las barreras. Encontramos también una resistencia en el ámbito sanitario, pues se suelen desaconsejar estos embarazos por considerarlos de alto riesgo. A su vez, matronas o enfermeras sensibilizadas con la situación leen, se forman sobre ello con el fin de poder dar una mejor asistencia.
Las mujeres con discapacidad que tienen la inquietud de poder desarrollar la capacidad como madres, ya sea de una manera natural o adoptando, tienen que salvar múltiples barreras de desconocimiento y normativas como en el caso de la adopción. El problema con las adopciones aparece en el momento de solicitar el certificado de idoneidad, ya que un requisito obligatorio de la pareja establecido en el Convenio de La Haya sobre adopciones internacionales es el “disfrutar de un estado de salud, física y psíquica, que no dificulte el normal cuidado del menor”, por lo que las personas con discapacidad quedan prácticamente excluidas.
Algo común a todas estas madres con discapacidades el miedo a ser capaces y válidas de poder criar a su hijo o hija. Saben perfectamente que necesi¬tan unos apoyos debido a sus limita¬ciones, pero tienen el miedo a saber cuánto les afectará su discapacidad. Este miedo lo tiene cualquier madre que no tenga una limitación funcional: ¿seré buena madre? ¿Podré ser capaz de arreglarme con el bebé? ¿Tendré un hijo salu¬dable, estará bien? Este miedo es común a cual¬quier madre, no es algo único y exclusivo en una madre con discapacidad. La sociedad en general, como hemos apun¬tado continuamen¬te, es quien acoge estas noticias con escepticismo y asom¬bro, con la idea de que una madre con discapacidad no puede tener un hijo al no poder ocuparse ni de ella misma.
Hay pocas mujeres con discapacidad en España que se hayan atrevido y hayan tenido los apoyos y la fuerza necesaria para dar el paso de convertirse en madres, pero todas las personas que han dado este paso lo califican como el momento más bonito de su vida, tener a su bebé con ellas. Hay pocas que quieran contar sus experiencias. Y muchas han vivido su embarazo, su parto y el crecimiento del bebé con el apoyo de sus parejas, familiar y de amigos, pero sin contacto con otras mujeres con discapacidad. Esto lo han echado de menos. En la actualidad, gracias a libros, a otras madres que comparten sus experiencias, pueden encontrar el apoyo y comentar sus preocupaciones. Existe un grupo en Facebook, “mamis sobre ruedas” (https://www.facebook.com/groups/255779881140942/) que se está convirtiendo en el apoyo para muchas mujeres con discapacidad que deciden ser madres. A su vez, para madres con discapacidad visual, una web: www.tiflobebe.net, ayuda mucho a busscar soluciones y trucos entre los padres con cuestiones de la crianza de los hijos.
Los pequeños que crecen en un entorno en el que su madre tiene una limitación viven la discapacidad con naturalidad y son niños mucho más sensibles y con una madurez mayor. Es innata su consciencia desde bebés y desarrollan un sexto sentido hacia sus madres. No temen que en un futuro sus hijos manifiesten algún rechazo porque es algo con lo que han convivido siempre, porque la madurez que llegan a tener sus hijos al tener que enfrentarse a situaciones que otros niños no viven les hace desarrollar una sensibilidad mayor.
El desconocimiento de la sociedad hacia la diversidad funcional, hacia cómo actuar con las personas con discapacidad, el miedo hacia todo este mundo desconocido, creo que es lo que está en el fondo de todos estos prejuicios de las gentes a estas madres diferentes. Pero no las llamemos “madres coraje”, pues a toda mujer se le puede considerar con este apelativo cuando decide albergar una nueva vida en su seno y darlo todo por ella.
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