Mayo mira al movimiento obrero

El 1º de Mayo sirve para desempolvar viejas banderas y rescatar añoradas consigna. Por un día está permitido lucir palmito obrero. Sin embargo, este año ante los nubarrones de la crisis económica mundial y estatal, se mira con más atención a las organizaciones de trabajadores, por si tuvieran alguna solución que poner sobre la mesa.

Los hijos vuelven a casa de sus padres después de que sus proyectos de emancipación se hayan ido al traste. Aumentan los despidos de mujeres embarazadas o con hijos debido a que las empresas no quieren lastres. Algunos inmigrantes vuelven a sus países de origen, ante la falta de oportunidades y el acoso policial, mientras la mayoría prueba suerte en la economía sumergida. Los trabajadores de más antigüedad se lo piensan tanto que hasta se ha reducido el absentismo laboral.

Los jóvenes, las mujeres y los inmigrantes, principalmente, están descubriendo el significado del término precariedad y sus consecuencias visibles. El empleo generado en las últimas décadas ha sido precisamente así: peor remunerado, menos protegido y con menos derechos, y mucho más inestable. Y por ello más volátil.

Con un tasa de temporalidad del 30% de la población ocupada, una amplia gama de razones para justificar legalmente el despido barato, una administración más que complaciente con los desmanes de las empresas, unos salarios más bajos y menos derechos sociales, en cuanto la cuenta de beneficios se resiente, los directivos españoles empiezan a aligerar sus plantillas o a cerrar empresas. Sin contemplaciones.

El milagro económico que logró crear seis millones de empleos, para situarnos cerca, –pero sin llegar nunca a la media europea en desempleo– se ha venido abajo. No es únicamente que, como denunció el informe FOESSA, durante la bonanza no se redujera la tasa de pobreza, de por sí muy alta (del 20% de la población), sino que además a las primeras de cambio se han destruido 1,2 millones empleos en un lapso de tiempo muy corto, con lo que el número de parados actual ronda ya los 3,5 millones. España ha pasado de ser el país que más empleo creaba en la Unión Europea a situarse a la cabeza de los países avanzados, pertenecientes a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), con mayor tasa de paro, a mucha distancia del resto, cercana en estos momentos al 15%.

Los sindicatos salen a las calles en el 1 de mayo, fecha institucionalizada en el Congreso Obrero de París de 1889 para reivindicar en todo el mundo la jornada laboral de ocho horas, en un desesperado intento de demostrar que todavía siguen ahí y que tienen algo que aportar al crítico momento que vivimos.

Cierto es que han sido combatidos por el neoliberalismo y reducidos a invitados de piedra de la acumulación de capital en unas pocas manos, a costa del papel del Estado y la sociedad civil. Los propios errores también han lastrado su potencial transformador. Sin embargo, en esta época de desorientación social y supuesto fin de las ideologías, no conviene despreciar las enseñanzas del movimiento obrero, que arrancó ante “la indignación moral que surgía de la experiencia de deshumanización que genera el capitalismo”, y como recuerda Francisco Porcar en “Una historia de Liberación” (Ediciones HOAC, Madrid 1999).

Ahora que la economía se ha detenido abruptamente podemos contemplar las víctimas abandonadas en la cuneta y escandalizarnos al ver que cada vez somos más. Nadie debería despreciar lo que una ola de “indignación moral” puede desatar, más cuando la mayoría de la humanidad, aquellos que sólo cuentan con su fuerza de trabajo para salir adelante, están pagando injustamente los platos rotos.

La voz autorizada de la Doctrina Social de la Iglesia, que ha incorporado, después de todo, los anhelos humanizadores del movimiento obrero, nos recuerda que “se pueda hablar hoy día, como en tiempos de la “Rerum Novarum”, de una explotación inhumana. A pesar de los grandes cambios acaecidos en las sociedades más avanzadas, las carencias humanas del capitalismo, con el consiguiente dominio de las cosas sobre los hombres, están lejos de haber desaparecido” (“Centesimus Annus”, 33).

Las Mujeres Trabajadoras Cristianas (MTC), la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y la Juventud Obrera Cristiana (JOC) en su comunicado del 1º de mayo de este año afirman que “como Iglesia, debemos romper la inercia social de no corresponsabilizarnos con nada porque no depende de nosotros”.

Según los movimientos obreros de Acción Católica, “nuestra indiferencia también genera dolor y sufrimiento”, por lo que proclaman que “es el momento del compromiso” que pasa por “vivir nuestra vida priorizando nuestra solidaridad con los pobres, poniendo nuestra economía a su servicio, compartiendo de nuestro salario con los que no lo tienen, hasta desarrollar un compromiso social y político con otros, para hacer posible una transformación de nuestra sociedad”, pero también por “replantearnos nuestros ahorros en la banca alternativa hasta indagar en el comercio justo; llevar una vida respetuosa con el medio ambiente, austera y no consumista hasta estar organizados y preocupados por nuestros vecinos y compañeros de trabajo, etc”.

Asimismo, exigen a los poderes políticos y financieros, la construcción de una política económica donde se coloque en el centro de las respuestas la vida de todas las personas, pues es urgente no sólo refundar la vida social y económica, sino nuestra propia humanidad. Las víctimas de la crisis y de este modelo de producción no pueden seguir por más tiempo fuera de la agenda política. Necesitamos políticos y programas con entrañas de misericordia, con valentía y compromiso. Es tiempo de solidaridad y es tiempo también de política.

Víctimas mundiales

El número de trabajadores pobres del mundo puede aumentar hasta alcanzar un total de 1.400 millones, lo cual representaría el 45% de los trabajadores de la Tierra. Porcentaje que llegaría al 53% si hablamos de asalariados en riesgo de exclusión. Unos 50 millones de personas podrían perder sus empleos, del tipo que sean, durante este año. Según ha alertado recientemente la Oficina Internacional del Trabajo (OIT).

Sobre la base de los nuevos avances en el mercado de trabajo y en función de la puntualidad y la eficacia de los esfuerzos de recuperación, el informe de la OIT señala que el desempleo en el mundo podría aumentar en 2009 con respecto a 2007 en una cifra entre 18 y 30 millones de trabajadores, y hasta más de 50 millones si la situación sigue deteriorándose.

De cumplirse los peores pronósticos, cerca de 200 millones de trabajadores, en especial en las economías en desarrollo, podrían pasar a integrar las filas de la pobreza extrema. “El mensaje de la OIT es realista, no alarmista. Nos enfrentamos a una crisis del empleo de alcance mundial. Muchos gobiernos son conscientes de la situación y están tomando medidas, pero es necesario emprender acciones más enérgicas y coordinadas para evitar una recesión social mundial. La reducción de la pobreza está en retroceso y las clases medias a nivel global se están debilitando. Las consecuencias políticas y de seguridad son de proporciones gigantescas”, declaró Juan Somavia, Director General de la OIT.

No se trata de simples estadísticas. Un estudio de la Confederación Sindical Internacional (CSI) predice “un empeoramiento de la ya grave crisis alimentaria mundial”. En concreto, el número de personas que sienten punzadas en sus estómagos vacíos ante la falta de algo que llevarse a la boca se ha incrementado en 150 millones durante 2008 y en breve los hambrientos serán 1.000 millones de personas.

“Los gobiernos están gastándose cientos de miles de millones de dólares en apuntalar bancos y organismos financieros fallidos, al tiempo que el Programa Mundial de Alimentos afirma que todos los niños hambrientos del mundo podrían ser alimentados con la sola cantidad de 3.000 millones de dólares. La situación podría cambiarse por completo con tan sólo 30.000 millones de dólares al año”, en palabras de Guy Ryder, Secretario General de la Confederación Sindical Internacional.

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