Las lágrimas redentoras de una madre

Foto. Alex NarducciCuando unas lágrimas son fruto del amor siempre son redentoras, cuando se llora por amor siempre es un llanto especial, es un llanto fructífero, que en algún momento llegará a dar su fruto. Pero cuando las lágrimas de amor son vertidas por los ojos de una madre que mira con pasión a su hija o hijo, que sufre el tormento de las drogas, la cárcel o la enfermedad, todavía son más redentoras, aún son más salvadoras. Detrás de las lágrimas de cada una de las madres de nuestros presos solo hay una palabra: amor. Y es quizá la fuerza de ese amor la que, a pesar de tanto tormento, aún las mantiene vivas y con un cierto hálito de esperanza.

Esta mañana hemos tenido, como cada mes, la reunión con las familias de los presos de Navalcarnero. Acuden sobre todo madres. Al final del día me pregunto si es posible acallar tanto dolor, si no es posible evitar tanto sufrimiento, si no es posible que esas madres puedan encontrar algún día la felicidad. Carmina, una mujer de 80 años, comparte con el grupo el dolor por su hijo Raúl, de 40 años: va a salir de prisión en cinco meses y se preguntará qué será de su vida cuando salga. Las palabras de Carmen y Antonio, de 70 años –padres de Pedro, enganchado a la droga desde los 25 y cuya vida ha sido desde entonces un entrar y salir de la cárcel–, nos muestran unos padres derrotados pero, como dicen otras madres, están los dos unidos en el dolor y el cariño por su hijo. También Carmen, la madre de Jorge, de 35 años, toxicómano casi de nacimiento, que en este momento esta en libertad pero no puede vivir con su familia por una orden de alejamiento y que tiene un hijo al que no ve desde hace más de cuatro años. Ella es una mujer creyente y dice que siempre le pide a Dios por su hijo. En ocasiones, el dolor de su hijo se une a la incomprensión de su marido, también alcohólico. Otras madres, como Angelines, Flora, Judit… nos cuentan los testimonios de sus hijos o, como en el caso de René, de sus maridos.

Varios testimonios, mucho dolor, mucho sufrimiento… pero también mucho amor, muchas historias sin salida, mucha impotencia. Y, como siempre mucha solidaridad, mucha fraternidad, mucha ternura y mucha experiencia del Dios misericordioso que se hace presente en cada una de las lágrimas de estas madres y familias sufrientes. En cada encuentro de cada mes en la parroquia de la Sagrada Familia hay mucha experiencia de Dios, un Dios que sigue contando con nosotros para abrirse camino, que a veces nos preguntamos dónde está… y que sin duda está en ese encuentro, en esa fraternidad, en ese compartir lágrimas y proyectos. Una vez más, como en tantos encuentros en la cárcel, ha habido mucho de pascua, mucho de muerte, pero también mucho de vida. De nuevo las palabras de San Romero de América: “Yo no puedo Señor, hazlo Tú”. Nos reunimos una vez al mes con el único objetivo de sentir que nos tenemos que apoyar, que no estamos en soledad y, de nuevo, la fraternidad de las crucificadas de la vida. Y yo me quedo de nuevo ante tanto misterio de fe y de esperanza con las palabras del Evangelio: “Dichosos los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos”.

(*) Francisco Javier Sánchez González es capellán de la cárcel de Navalcarnero y párroco de la Sagrada Familia en Fuenlabrada (Madrid)

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