La Posada de los Abrazos, un espacio para reconstruirse como persona

pag16_movimientossociales_posada1_web.jpgLa Posada de los Abrazos se abrió en el año 2003 a raíz de una propuesta de Cáritas Bilbao, preocupada por la forma en que se atendía los ‘sin techo’. No convencía demasiado el sistema de pagar una pensión. En la búsqueda de cómo hacerlo mejor, Cáritas se pone en contacto con Luz Amparo Pimiento, una socióloga colombiana exiliada por la persecución a que se vio sometida en su país como defensora de los derechos humanos. Menuda de aspecto, pero fuerte y apasionada en sus principios, negocia con la citada institución social de la Iglesia las formas y las metodologías que se iban a seguir en la nueva iniciativa. “El objetivo de Cáritas y el mío, recuerda Amparo, era buscar –y encontrar- un mundo más digno para la gente sin techo”.

Así, la primera casa comienza a funcionar en la calle San Francisco de la capital vizcaína, para muchos una zona marginal, un gueto de extranjeros, en el que la prostitución y el tráfico de drogas propician la inseguridad. Para pocos, especialmente los que se implican en el trabajo por la justicia, es un lugar de experimentación de políticas sociales. El primer día llegaron al piso más de 20 personas, pero sólo se pudo acoger a doce. No había sitio para más. Amparo asegura que el protagonismo “es de ellos y de ellas, de los que se acercaron a la casa”. En un principio se habló de cómo utilizar los espacios comunes y cómo negociar el paisaje colectivo y humano en la vivienda. Una cosa quedó muy clara: nadie quería paredes llenas de letreros con prohibiciones, sino un hogar común, seguramente porque ninguno de los protagonistas lo había tenido.

Por diversas circunstancias, a los seis meses Cáritas se retira del proyecto, “pero cumplió con su palabras y sus compromisos”, deja claro Amparo. De hecho todavía hoy siguen prestando su ayuda gente de esa institución, como Kepa, Patricia o Borja. El programa continuó adelante gracias al colectivo Mujeres del albergue soñador, formado por inmigrantes españolas y extranjeras, y a la Asociación de Mujeres Izaera, surgido en la parroquia de San Pedro de Deusto. Esta organización es la que “viste” la Posada, paga el lavado de la ropa, busca trabajo a la gente y hace una comida semanal, además de aportar el dinero necesario para el desayuno diario.

El nombre de La Posada de los Abrazos surge porque cuando los “posaderos” –como se conoce a las personas que están acogidas- decían que necesitaban una manta, una olla, una taza, lo que fuera, “yo les daba un abrazo y añadía: ya viene”, recuerda Amparo. “Cuando nos sentamos a pensar cómo llamaríamos al proyecto una chica comentó que tal vez la posada de los abrazos, porque las cosas se resolvían así. No nos da la manta, ni la olla, ni la taza, pero nos da un abrazo y nos sentimos bien”, dice sonriente Amparo.

Un antes y un después

En la historia de la Posada hay un antes y un después de marzo de 2006. En esa fecha se produce un incendio en el piso y mueren tres “posaderos”: Agustín, Félix y Miguel Ángel. Pese a que han pasado casi cinco años, cuando Amparo cuenta el suceso se emociona; la voz se entrecorta y dos lágrimas asoman en sus ojos. “Eran tres amigos muy queridos, que estaban con nosotros desde el principio”, afirma.

El hecho conmociona de una manera enorme. La Asociación se mantenía gracias a Izarea, Mujeres del Mundo, CVX (Comunidades de Vida Cristiana) y la generosidad de gentes anónimas. La ayuda oficial brilla por su ausencia, pero el trágico suceso abre las conciencias –o tal vez sólo la imagen- de los políticos y el Gobierno vasco les concede dos viviendas y otras dos el Ayuntamiento de Bilbao. Otros dos pisos son aportados por la Asociación Itaca y por una persona de CVX. El proyecto toma otra perspectiva, ya que la gente se puede ubicar en espacios mucho más dignos. En una casa están las mujeres maltratadas, en otra quienes trabajan en el servicio doméstico, en otra las personas enfermas…

En estos momentos las personas acogidas son 23, porque “no podemos ocuparnos de más gente. Para atenderlas somos cuatro personas y un grupo de voluntarios”, señala Amparo. Los “posaderos” llegan a las viviendas a través de los servicios sociales, otras asociaciones o simplemente tocando el timbre del piso. La gente aparece sin nada y puede estar el tiempo que quiera. “La Posada no echa a nadie, afirma Amparo. Es la propia persona la que se da cuenta de si no ha sido capaz de cumplir las normas de respeto y opta por marcharse”. Es verdad que a otras se les “invita” a irse, cuando se considera que tienen recursos –trabajo, ayuda social, etc-, para valerse. Amparo señala que “es importante que esta persona ‘vuele’ por sí misma. Cosa que no ocurre con otras, que pese a percibir ayuda no son capaces de gestionarse la vida”. También hay posaderos que hacen su aportación, hasta un máximo de 330 euros.

Una convivencia no fácil

La convivencia no es fácil dado el origen, la cultura, las necesidades, el momento vital o las expectativas de cada cual. “Las casas no son un pedacito de cielo, pero tampoco un trozo de infierno. Es un espacio donde nos reconstruimos, una veces mejor y otras no tanto”, dice Amparo. Cuando se habla de autoestima asegura que hay gente que la tiene muy baja, pero que en La Posada hay y han pasado médicos, estudiantes universitarios, sociólogos, abogados, profesionales, “pero cuyos proyectos de vida han sido truncados por la exclusión, la pobreza y la miseria”.

La Posada no sólo trabaja en un espacio asistencial y de acompañamiento, sino que tiene un marco de denuncia a través del trabajo en red con otras organizaciones para protestar por la falta de derechos, los recortes sociales, el desprecio a la ciudadanía universal. Y también trabaja hacia dentro con talleres para las mujeres, mostrándoles que la situación de vulnerabilidad y de precariedad no es culpa suya, sino que la imponen los estados al dejarles sin sus derechos.

Amparo sabe muy bien lo que es la violencia, porque fue torturada en su país. Habla de otras violencias que especialmente sufren las mujeres, como la machista, la del lenguaje, la de las guerras, la de una ley de inmigración que es para delincuentes. “Son todas aquellas violencias producidas directamente por las estructuras que mueven el mundo”

Después de 21 años de exilio político, once de ellos en Bilbao, Amparo prefiere no hablar de futuro, sino de un presente continuo, porque “las excluidas y los excluidos del mundo tenemos la capacidad y la potencia para salir de la pobreza que nos imponen. Este presente continuo lo podemos vislumbrar a corto plazo mientras exista la esperanza histórica y el derecho a un mundo posible”.

El compartir termina y llega a su fin con un abrazo. No podía ser de otra manera.

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