La lucha contra el paro en Torrelavega

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Foto. CoorcoparEl desempleo sigue pulverizando todos los registros históricos, hasta llegar a la inaudita y vergonzante cifra de seis millones de personas que quieren trabajar pero no encuentran un empleo remunerado. Nuestro escuálido sistema de prestaciones sociales convierte la falta de trabajo en una resbaladiza pendiente que en muchas ocasiones acaba en la exclusión y la insignificancia social, con los graves costes personales, familiares y comunitarios que supone. El trabajo remunerado va más allá de la nómina con la que se pagan las facturas o se garantiza el ejercicio de derechos básicos que siguen dependiendo, lamentablemente, de la capacidad adquisitiva o fiscal de cada persona. También continúa siendo un factor crucial para definir la identidad personal que cada cual refleja a la sociedad y un modo de facilitar la participación en la vida social y económica de cada cual. Carecer de empleo o disponer de uno precario puede llegar a erosionar los legítimos proyectos vitales, pero también oscurecer el horizonte de esperanza que los seres humanos necesitamos para avanzar por la historia.

Hace casi 30 años, un nutrido grupo de habitantes de Torrelavega (Cantabria) se percató de ello y decidieron combatir el paro como mejor supieran, sin esperar remedios milagrosos caídos del cielo. Así nació la Cooperativa contra el Paro, que hoy día sigue funcionando y mereciendo reconocimientos públicos como el que su gerente, el sacerdote Miguel Ángel Fernández, recogió el pasado mes de febrero de manos del denominado Grupo de Opinión Quercus, que distingue las trayectorias de torrelaveguenses ilustres. “En un momento social y económico tan difícil, desde Quercus creemos que este tipo de modelos pude ser interesante para la sociedad, sobre todo para aquellas personas que, teniendo más recursos hacen mucho menos por los demás y este es el mensaje que queremos enviar”, explicaba Joaquín Díaz “Quinichi”, uno de los miembros de esta plataforma. “El paro golpea sin contemplaciones desde hace unos años a esta sociedad en la que nos ha tocado vivir. No es un número ni una estadística, sino que lleva nombres y apellidos y convive y está con nosotros. Por ello, la elección en este año ha sido muy fácil, por desgracia. Y este nombramiento es la pequeña contribución de nuestro Grupo frente al paro”, señalaba el presidente de este colectivo, Tomás Bustamante, al explicar su decisión.
Foto. Coorcopar
El cura diocesano, que lleva 33 de sacerdocio y 28 como militante de Coorcopar, reconoce que la mención le llega en un momento vital muy significativo: “Quienes estamos cerca de la gente que sufre nos contagiamos con su sufrimiento y lo paso mal aunque después de más de treinta años debería estar acostumbrado. Pero algunas veces casi me rindo. Estoy contento por el reconocimiento pero significa una gran responsabilidad para mí y creo que en Torrelavega hay gente que se lo merece mucho más que yo”. Sus méritos tienen mucho que ver con la trayectoria de Coorcopar, a la que ha seguido unido después de innumerables peripecias y muchos abandonos de compañeros, por diversas razones. Hoy, como gerente, puede decir que la iniciativa da trabajo a 226 personas, la mayoría en el Servicio de Catering (donde trabajan 216 personas) que distribuye 3.800 comidas de lunes a viernes, principalmente a colegios de la zona.
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Pero también han puesto en marcha la Escuela Infantil «Isla Verde», el «Centro Ambiental Amanecer», la «Granja de los Pinos», el Centro de Interpretación «El Caserío» y un «Centro de Formación y Empleo». Además, desde 2009 funciona un «comedor económico», en la cafetería del Centro Ambiental Amanecer, en la que se sirven menús de calidad a cuatro euros y se realiza la entrega gratuita de comida a personas con falta de ingresos. Al inicio de la década de los años 80, en plena reconversión industrial, el desempleo hacía estragos. Recuerda Miguel Ángel Fernández, que en el barrio obrero de La Inmobiliaria, «algunos veíamos cosas que nos entristecían, estábamos en lugares claves donde se pulsa el sentir de los ciudadanos, como la Parroquia de la Asunción, la asociación de vecinos, los movimientos juveniles… Al escuchar las carencias que nos contaban el paro era siempre la más grave”.
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El tejido social aún no había perdido su vigencia y la maquinaria comunitaria echó a andar: encuentros y asambleas, diagnósticos y proyectos, se fueron sucediendo en medio de una enfebrecida actividad en respuesta a la angustia de tantos parados, a los que Miguel Ángel Fernández, denomina “ausentes forzados de este mundo”. “La realidad de las personas con manos caídas nos die el impulso, en principio personal, más adelante, de un pequeño grupo para buscar salidas organizadas, dignas y viables a este gran problema” relata el que fuera miembro del movimiento Junior y de la JOC.

Generar empleo no parecía una opción fácil precisamente, pero “no queríamos echar balones fuera, sino llegar, humildemente, donde otros no lo hacían, ofreciendo desde el voluntariado nuestra cuota de compromiso y solidaridad”, apunta Miguel Ángel Fernández. Además de los debates, buscaron otras experiencias de España y de Europa que les pudieran orientar, hablaron con asociaciones de personas en paro, que les desaconsejaron “crear una asociación exclusivamente integrada por parados”, porque, les decían, “está bien reunirse, dialogar, lamentarse, pero con eso no podremos vivir, seguiremos como estamos”. De ahí que algunos prefirieran remangarse para mancharse con el barro de la realidad y construir puestos de trabajo. Elegida la forma jurídica de ONG y apostando por generar actividades rentables pero sin ánimo de lucro, se fue conformando el proyecto inicial.
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Así fueron naciendo diversas empresas, algunas de inserción, variados servicios puntuales como la limpieza de playas y ríos y de gestión ambiental, un autoservicio… No siempre ha sido posible financiar con los recursos propios las líneas de trabajo y solidaridad abierta. Bastantes actividades no llegan a cubrir sus costes y ha sido necesario apelar a las instituciones públicas y empresas privadas para financiar proyectos concretos, a los que también se han sumado no pocas personas que han donado su dinero y su tiempo. Después de este recorrido, Miguel Ángel Fernández insiste en que «compaginar solidaridad y economía es muy difícil pero no imposible, nuestra experiencia nos dice que es posible y viable”. Por eso puede decir que “veintiocho años abriendo caminos de solidaridad han permitido muchos amaneceres, muchos compromisos liberadores con personas y familias desfavorecidas. Sabía que podíamos llegar lejos, nunca hemos estado solos, muchas personas e instituciones han colaborado en nuestro proyecto”. La gestión de las entidades, señala este cura, supone “un servicio” que brota de la revisión de su vida, aunque matiza que las responsabilidades son compartidas por los órganos de gestión de Coorcopar.

Este cura que ha visto pasar a tres obispos por su diócesis, comenta de todos ellos que “me han escuchado, acompañado y facilitado mi presencia en el mundo obrero, con las personas con más caídas, con los desfavorecidos de mi entorno. También muchos sacerdotes y cristianos de base y comunidades parroquiales, como también otros ciudadanos, valoran el compromiso social con vecinos desfavorecidos a pie de calle”. En su opinión, “la mayoría de los cristianos se sienten sensibles y responden ocasionalmente, hay también muchas personas que ven el problema del paro con ojos de turista”. Sin embargo, subraya que los “militantes cristianos que viven el espíritu de Jesús de Nazaret son una minoría creíble en el decir y hacer, con la palabra y con los hechos, precisamente la existencia de personas comprometidas es condición indispensable para que proyectos de este tipo echen a andar”, puntualiza.

Más información: http://www.coorcopar.com

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