Aunque pertenece al término municipal de Valdemoro, el centro penitenciario Madrid-3 está realmente ubicado entre estas dos localidades del sur de Madrid. La delegación de Pastoral Penitenciaria de la diócesis de Getafe ha creado la asociación EPyV (Entre Pinto y Valdemoro) para atender a los presos y sus familias. La reinserción sigue siendo la asignatura pendiente del sistema penitenciario español. La prevención aún es una utopía.
Pablo Morata entra y sale todos los días de la cárcel. Es el responsable de la pastoral penitenciaria de la diócesis getafense y está en contacto con la esta realidad desde antes de que se construyera el nuevo centro de Valdemoro, hace ya 17 años. “Don Pablo”, le llaman los presos. Hay más de 1.300 aquí. Todos son hombres. La mayoría están de paso porque Madrid-3 es un “nudo penitenciario” -explica el director del penal, José Antonio Luis-. “Es un centro de tránsito porque por aquí pasan muchos reclusos de otras cárceles que tienen un juicio pendiente, que necesitan una intervención en el hospital o que, simplemente, van a ser trasladados de prisión”.
Pablo saluda amigablemente cada día a los funcionarios sin obtener grandes muestras de complicidad. Todos le conocen. Algunos se refieren despectivamente a él como “el cura”, aunque en este centro hay cuatro capellanes católicos. “El cura” es un poco molesto para los funcionarios de prisiones porque todos los días entra y sale, porque hace lo que está en su mano para que los 70 voluntarios de la diócesis entren y salgan, porque procura avalar a los internos más desfavorecidos para que salgan y no tengan que volver a entrar en un lugar de interminables pasillos donde su única ocupación es estar desocupados.
En la cárcel de Valdemoro el 65 por ciento de los internos –más de la mitad- son preventivos. O sea, que están cumpliendo condena mientras esperan a ser juzgados. En esta prisión siete de cada diez presos son extranjeros. “Tenemos personas procedentes de más de 80 países diferentes”, apunta el director José Antonio Luis. Para el capellán, para Pablo, no hay distinción por el país de procedencia, la raza o la religión. Todos los que viven en el interior del presidio forman parte de sus desvelos diarios, especialmente los que no tienen relación con su familia y apenas cuentan con recursos económicos. Los más pobres de la cárcel.
El recluso
Pedro Pablo fue, en tiempos, un delincuente juvenil de los que salían en las noticias y hacían algún papelito en las pelis de quinquis que se pusieron de moda a principios de los ochenta. Entró en prisión siendo menor de edad. “En mi ficha pusieron que tenía diez años más porque como era el jefe de la banda, querían meterme preso”, explica mientras prepara café en uno de los dos pisos que la asociación EPyV tiene en Alcorcón. Pedro Pablo ha pasado la mayor parte de su vida cumpliendo condena por su adicción a las drogas. Ahora está en régimen abierto reduciendo cada día su dosis de metadona en el CAD (Centro de Atención a Drogodependientes). “Cuando salí a la calle después de tantos años encerrado tenía miedo a asomar la cabeza por la ventana, pensaba que me iba a romper los cuernos con los barrotes”, sonríe enseñando una dentadura nueva que desde Pastoral Penitenciaria le han ayudado a recomponer. “No sabía ni freír un huevo, ni cruzar la calle. Y lo que es peor, cuando entré en un banco a pedir que me abrieran la cartilla me sentí un extraño. Fíjate, yo abriendo una cartilla y pidiendo las cosas por favor cuando siempre que había entrado allí era para llevarme todo con una recortada en la mano”, recuerda con cierto dolor Pedro Pablo.
Ahora es un hombre nuevo. Pablo y los voluntarios de EPyV le han ayudado con la residencia, con el CAD y con su nueva vida. Son su familia.
Las drogas están presentes en el 70 por ciento de los delitos cometidos. La mayor parte son robos y tráfico de estupefacientes (delitos contra la salud pública). Pero lo más preocupante es que el 45% de los internos de las cárceles españolas siguen consumiendo drogas, son drogodependientes. En Valdemoro el módulo terapéutico les ofrece la posibilidad de dejar el consumo con el apoyo de psicólogos y terapeutas.
La voluntaria
Josefa lleva 14 años de voluntaria en esta cárcel. Es profesora de instituto en Arganda del Rey, doctora en Psicología, terapeuta y religiosa jesuitina. Mira con tanta dulzura a los internos del módulo terapéutico que los 17 hombres tatuados que componen el grupo de autoayuda parecen una clase de párvulos cuando ella les habla con tanto cariño y tanta firmeza de una misma tacada.
Esta monja salmantina ha dedicado su vida entera, tesis doctoral incluida, a las drogas y los presos. Dos días a la semana se junta con ellos para escucharles, para darles pautas en el duro camino que han iniciado dentro de la prisión, el de la vida sin drogas.
En España hay más de 5.100 colaboradores pertenecientes a 700 entidades que se ocupan de visitar a los internos. De éstos, más de la mitad, corresponden al voluntariado católico de Pastoral Penitenciaria. La Iglesia española está presente en todas las cárceles del país con 146 capellanes y más de 2.800 voluntarios como Josefa.
La reinserción
“No tengo datos exactos sobre la reinserción en las cárceles, pero me consta que son bajísimos. Y también que, de los pocos que consiguen volver a la sociedad, la inmensa mayoría lo han logrado con ayuda de la Iglesia”, certifica el obispo auxiliar de Getafe, Rafael Zornoza. Sus palabras no tendrían mucho valor si no fuera porque el director de la cárcel de Valdemoro las confirma, porque las estadísticas oficiales sobre este asunto no existen y porque los estudios sobre el particular así lo atestiguan.
Los números de la vergüenza
La realidad de las cárceles en España es un fenómeno creciente. El endurecimiento del sistema penal iniciado con el Código de 1995 y agravado con las reformas del año 2003 ha disparado el número de internos al tiempo que aumentan las condenas y disminuyen los beneficios penitenciarios.
En los últimos 20 años la población reclusa se ha duplicado en nuestro país. Si en 1990 había 30.000 presos, hoy son más de 75.000 las personas privadas de libertad en los 81 centros penitenciarios del Estado.
Los datos son poderosamente llamativos si tenemos en cuenta que las cifras de delincuencia en nuestro país -a pesar del repunte en algunos delitos- son de las más bajas de Europa. No sucede lo mismo a la hora de usar la prisión como herramienta para solucionar conflictos.
Un dato significativo es el número de presos por funcionario. En Finlandia son 65 internos por trabajador; 112 en Austria, 473 en Italia y nada menos que 909 internos por cada funcionario de prisiones español.
En nuestros 81 centros penitenciarios la sobre-ocupación es superior al 140%. Si la media de reclusos por cada 100.000 habitantes de la Unión Europea es de 90, España está en 150. A esto hay que sumar el récord de tiempo medio de estancia en la cárcel que ya supera los dos años y medio.
Asociación Entre Pinto y Valdemoro (EPyV): www.asociacionepyv.org
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