Ayer en la panaderia (vivo en Milán) la panadera me dice: “Oye que tu hija me ha dicho que cuando quiera ir a Madrid que tengo casa en la de sus abuelos. Que estarán encantados de acogerme. ¿Es eso cierto o se lo ha inventado?”. Me eché a reir y me pensé para mí: “Lo que tiene que pasar en la historia de una familia para que la nieta se atreva a ofrecer la casa de sus abuelos como lugar de hospitalidad, sin dudar, sin pensar si tendría que consultarlo…”
Y es entonces cuando me he decidido a poner por escrito esa historia
Todo empezó un día en quel llegó a la sede scout de nuestra parroquia un alemán grandote que daba la vuelta al mundo en bicicleta. Llegaba con fiebre. Mi hermano y yo nos ofrecimos para llevárnoslo a casa y mi madre lo metió en la cama y llamó al médico: “Oiga mire, es que tenemos a un señor que no sé quien es en la cama con fiebre…” Rolf fue el primero, de eso hace ya unos 40 años. Ese fue el día en el que el mundo empezó a entrar en nuestra casa.
Luego aparecieron otros: Vida, una afroamericana, un poco sosa, que nos llegó a través de la parroquia, que acogía el tour del grupo de Viva la Gente; Karin, de 13 años austriaca (a través de Ymca), Martine Baan de Holanda…
Un día vino al cole un padre blanco a proyectar diapositivas sobre su misión en Túnez. Al final de la charla preguntó si habría alguien dispuesto a acoger durante un mes de verano a una chavala de su barrio que quería conocer España. No había acabado de hacer la pregunta que yo ya tenía el brazo levantado hasta el techo. Con gran seguridad dije que mis padres iban a estar encantados. Y así fue. Noura El Fourgi de 18 años vino durante 3 veranos a casa, la tercera vez se trajo a su prima. Pasó con nosotros las vacaciones en el chalet de Colmenar Viejo, donde, en medio del secarral castellano cuidamos 30 metros cuadrados de cesped. En cuanto llegaba, nada más dejar en la cocina maravillosos dulces de miel y pistachos, mandaba una postal a su casa diciendo: “Ya he llegado al paraiso verde” Y nos tronchábamos de risa. Todavía hoy uno de los cuartos de nuestra casa se llama “el cuarto de Noura”…
Uno de los veranos Noura coincidió con Valery, finísima irlandesa que venía a España a aprender castellano y nos llegó a través de la familia Miret Magdalena, vecinos de veraneo, y experta también en acogidas internacionales. Nos las llevamos de camping a las dos, un precioso y curioso encuentro de culturas… A casa de Valery, en un pueblecido perdido del centro de Irlanda, hemos ido varias veces, a compartir su pasión por los perros labrador, que entrena para la caza.
Era el 1974 y estábamos en el campamento scout de verano, en el río Escabas de Cuenca, donde mi mami había ido a hacer de cocinera para 150 energúmenos, cuando apareció un suízo muy simpático con los pelos de Einstein. Max Keller nos conquistó a todos, nos enseño a hacer rapel en las rocas de la zona, a cantar Yodle suízo como si estuviéramos en los alpes, a vivir con poco y con gran pasión cada momento de la vida, a resolver inconvenientes con creatividad, a no perder el buen humor, a ser ecologistas…. Por supuesto, después del campamento nos lo llevamos a casa. Mi hermano hizo con él el camino de Santiago y recuerda que los únicos calcetines que llevaba Max para todo el camino, olor a parte, al final estaban tiesos. Nos hemos visitado mucho durante estos años con las mutuas familias.
Maria Racciopoli, una italiana encantadora, llegó a través de un amigo común que había vivido y trabajado en la cárcel de menores donde el padre de ésta era el director, en una pequeña isla volcánica pegada a Nápoles: Nísida. Nuestra familia empezó a aprender italiano con ella. Cuando fuímos a recogerla al aeropuerto no salía y no salía, luego descubrimos que en italiano “salida” quiere decir “subida” y ¡ella no quería volver a subir al avión! Después de un mes cogí con ella el tren hacia su casa, ese lugar privilegiado donde vivió durante años hasta que se jubiló su padre. Tengo todavía en los ojos el color de las puestas de sol en el mar de la isla. (y los barcos de traficantes de droga en el horizonte…), en los oídos las canciones de Pino Daniele. No imaginaba yo que años después me iba a ir a vivir a Italia.
A Noriyuki Morita se lo encontró mi madre fuera de la Biblioteca Nacional. Este le pregunta en inglés cómo se va a Toledo. Extrañada le pregunta y éste le cuenta que ha leído una novela que le ha fascinado donde se habla de Toledo y del Prado. Había trabajado durante un año en una empresa que le regalaba un viaje a Francfurt y él se había pagado el viaje hasta Madrid. Acababa del ver el Prado y ahora quería ver Toledo. Mi madre le dice: pues claro que sí, tu vas a ver Toledo. Se lo lleva a casa a comer y le dice a mi padre que por la tarde le van a llevar en coche a Toledo. Durante el viaje el japonés se pellizca para darse cuenta de que no está soñando y vuelve fascinado a su país. Mi padre le dice a mi madre: Yo creo que hemos hecho mal, porque ahora este chico vuelve a su país y dice, mira España es un sitio donde tu vas por la calle y a la primera señora que ves le dices que quieres ir a Toledo y ella te lleva (antes a comer a su casa). Efectivamente, dos años después llaman al teléfono a casa y se oye: Hola! Soy Noriyuki, ayer me casé y estoy en Madrid con mi mujer, ¡nos gustaría ir a Toledo!
Pero la prueba de fuego de la acogida vino con Ed, un americano que llegó a través de Intercultura, para vivir un año con nosotros. Metimos a mis hermanos en la misma habitación y le dimos a él una pequeña que daba al patio del montacargas. Lo primero que hizo cuando se instaló fue hacer una foto del patio (10 m x10 m) porque no se lo podía creer. El, que venía de New Mexico, con paisajes y espacios enormes, iba a vivir un año mirando al montacargas…. Ahora sólo de pensarlo nos tronchamos, pero a él no le debió hacer ninguna gracia. La vida con Ed no fue muy fácil para mi madre, pues era el típico adolescente malcriado, chulito, despreciante de Europa, a quien no le interesaba nada excepto los toros y las espadas de Toledo… vamos, que no coincidíamos en casi nada. No duró un año entero, pues la convivencia se volvió difícil y se volvió a EE.UU. antes de acabar el curso. Pero luego hemos tenido una buena relación con él, ha vuelto a visitarnos, ha apreciado muchas cosas que aprendió con nosotros… y ha coincidido con Max, del que se ha hecho un buenisimo amigo y se han visitado mutuamente varias veces.
Ya tenía yo 23 años y un dí llega a la comunidad de jóvenes del PS (Perpetuo Socorro) una carta de un tal Martin de Munich (contacto Taizé), que iba a venir estudiar el curso siguiente a Madrid, y pide alojamiento de apoyo para buscar piso. Respondo yo como “delegada” para los alemanes (pues en mi familia todos hablamos alemán desde el cole) diciendo que en Septiembre podría venir a casa y desde ahí buscar. El caso es que un día de agosto mi padre pasa una hora por Madrid para recoger el correo y llaman al timbre. Son dos alemanes que él no conoce, que le dicen que les he dicho que pueden venir a casa. Mi padre les dice que yo estoy en Taizé pero que pasen, que él tiene prisa, que estas son las camas, la ducha está ahí, la nevera aquí, y éstas son las llaves. Todavía hoy mi padre recuerda las caras de alucine de los dos jóvenes, sentados en el sofá, diciendo “No me lo puedo creer”. Con Martin y su familia hemos compartido mitad de nuestras historias, bodas, bautizos y comuniones, fe, comunidad, ora et labora y somos grandísimos amigos.
Entre medias han aparecido otro japonés muy tímido, Francesca y Alessandro, dos italianos marchosos; Titi, una mexicana “muy padrisima” de las comunidades Eas; Nick, un inglés muy alto que iba a buscar a mi hermano pequeño al cole y tenía que agacharse para darle la mano al cruzar el semáforo. Ahora es un importante abogado en la City y una vez al año nos manda un Christmas Pudding fantástico .
Con la vejez podría parecer que la capacidad de acoger disminuye: los inconvenientes, los ruídos, el agobio, el trabajo que da tener que ocuparse de otros no parecen compensar las ventajas. Pues el otro día mi madre me sorprende contándome esto. “Estaba yo esperando el tren en Santiago de Compostela hacia Madrid cuando oígo a dos peregrinos americanos hablar sobre dónde van a poder dormir esa noche en Madrid. Escucho en silencio y me digo: Vosotros no lo sabéis, pero esta noche vais a dormir en mi casa.”
Ayer me ha ocurrido algo parecido. Me toca en la butaca de al lado del avión que me lleva de Milán a Madrid una joven psicóloga argentina, que ha venido unos meses a Italia y a Madrid para una investigación. Cuando me pregunta si sé dónde buscar un alojamiento barato le digo que claro que lo sé y pienso (aunque no se lo digo enseguida para no asustarla): «Tú no lo sabes pero esta noche vas a dormir en mi casa». Gabriela lleva tres semanas feliz en casa de mis padres y a mi padre le da la vida charlar con gente que no seamos los de siempre.
A todos nos ponen las pilas. Hemos aprendido 5 idiomas, tenemos casa gratis en medio mundo, se nos han abierto las ideas, los cerebros… ¿Se puede pagar eso?
Yo aprendi la Hospitalidad en la sierra Maya y todavia…
la experimento, y hoy que vivo en el norte por necedad y necesidad, veo lo dificil que es apostar por la hospitalidad, creo que me gradue antes de ir a Taize hace ya 25 inviernos en Roma, pase por Madrid, y alli fue mi maestria en Hospitalidad, a puro golpe y machetazo por la espalda, me doctore acogiendo chicos indigenas que buscaban hospitalidad para poder estudiar en el Occidente de Guatemala.
Hoy este articulo me toca, pues al vivir en el norte, el sentir anti migrante es tan fuerte, estamos cerca de Navidad, ya sen sienten las posadas, los grandes sermones de esperanza, pero aca el sistema te obliga a cerrar la puerta, ya no hay acogida para la hospitalidad, e insistimos en ir a buscarla a marte, pagando millones de dolares o euros, solo las balas tienen acogida en los cuerpos de Mexico, de Guatemala, de San Salvador, de Afganistan, de Palestina, en Rio o de Corea del Norte… sera que todavia podemos ser hospitalarios?
Este articulo me ha tocado hasta el tuetano mismo de la hospitalidad que vive en mi. amen…